Gonzalo Torné
Con una contundencia menor que otras veces (sin recibir el eco automático de los principales medios de comunicación) Google ha intentado desde su departamento de desarrollo atisbar cuáles serán las seis tecnologías más importantes del futuro, o por respetar su campanudo estilo: "destinadas a transformar el mundo".La primera es la inteligencia artificial. Google, a diferencia de otros gurús de ocasión o de científicos respetables como Stephen Hawking, está convencido de que las máquinas jamás nos desafiarán, y que pueden contribuir a descargar a la humanidad del trabajo más pesado.
La segunda son los coches autónomos, sin conductor, con los que Google espera reducir las escalofriantes cifras de muertes que "se acumulan" en las carreteras.
En tercer lugar encontramos la realidad virtual. Google, escarmentada quizás por el fracaso de sus gafas virtuales, no amplía mucho este apartado.
Google también apuesta por la comida artificial. Respetuosa con el medio ambiente (será desarrollada a partir de algas y otras plantas en un laboratorio) y lo suficientemente barata como para atajar el hambre en el mundo. Google denomina a esta tecnología la "comida imposible", quizás para guardarse las espaldas.
En quinto lugar aparece el médico portátil (supongo que se barajó el "médico inteligente" pero resultaba un tanto ofensivo para los profesionales de la sanidad); se trataría de un adminículo (se habla de unas lentillas, pero también de una aplicación en el móvil) que permitiría conocer al momento nuestras constantes vitales y anticipar posibles riesgos o enfermedades.
En sexto lugar tenemos una variante de la llamada impresión en 3-D que quiere ampliar el volumen (nunca mejor dicho) de su trabajo y llegar a "imprimir" casas. Google asegura que esta tecnología ya está en una "fase avanzada de desarrollo".
Los seis proyectos son estimulantes y dibujan trazos atractivos en nuestra imaginación. Detrás de todos ellos vemos proyectos empresariales de Google, que con la tozudez propia de quien se ha acostumbrado a ganar, ni siquiera depone las armas con las dichosas gafas de realidad virtual. Las seis propuestas tratan de lo mismo: internarse en zonas ya establecidas de la economía (el automovilismo, la comida, la sanidad, el trabajo en cadena…) con proyectos competitivos, y si se quiere audaces, pero que en ningún caso abren nuevos campos, como en su momento supusieron la Red, o los buscadores o el teléfono móvil.
No es extraño ni tiene nada de anormal que una empresa diversifique las áreas donde pretende ganar dinero, lo que sí es más tramposo es que amparándose en el éxito de una revolución tecnológica de la que ni siquiera puede considerarse responsable presente sus proyectos como "destinos". Simulando, además, que este maná no tendrá costes para los trabajadores (y los convenios) de cada sector "invadido".
Los que nos dedicamos al libro tenemos muy fresca esta triquiñuela de presentar una innovación tecnológica en forma de profecía y destino inevitable. En este caso (como en las dichosas gafas) el producto era tan chapucero que naufragó solo. Quizás industrias como la alimentación, la sanidad o el automovilismo presenten una resistencia más adulta que la ofrecida en un primer momento por el sector del libro, cuyos responsables parecían acudir, contentos y felices, ¡silbando!, hacia su disolución.
@gonzalotorne