Luna Miguel

El año pasado fui escéptica con la publicación y reivindicación masiva de Gloria Fuertes. Llegué a pensar que tanta alegría por las muchas reediciones de su obra resultaba exagerada, pero no por motivos literarios, sino por aquello que tenía que ver con un exceso de marketing. Con un miedo a que tal reivindicación sólo respondiera a una moda. Estaba equivocaba: lo de Fuertes respondía a una moda, por supuesto, aunque ésta era una moda necesaria, poderosa, y en la mayoría de los casos beneficiosa para la editorial, el autor y, sobre todo, los lectores.



Que el feminismo esté a la orden del día en el sector es un hecho. La revisión y recuperación de autoras olvidadas ya no se palpa sólo en sellos que asociábamos a la "literatura de mujer" como Lumen.



En los últimos dos años, grandes editoriales con catálogos tan masculinos como Random House o Anagrama se están poniendo a la cabeza de esas narrativas escritas por ellas: Ngozi Adichie, Gopegui, Despentes, Sontag, Tawada, Lawson, Fallarás, Meruane, etc.



Moda o no, esta avalancha parece imparable, y lo mejor es que estos catálogos sólo son la punta de un gran iceberg. La consecuencia lógica de un trabajo que desde la primera y más humilde línea de batalla han venido haciendo por la diversidad en Capitán Swing, en Melusina, en Traficantes, en Dos Bigotes, en Torremozas, o en sellos muy nuevos como Antipersona, como Continta me tienes, como Dalloway Ediciones o como Amor de Madre, una de las primeras editoriales de nuestro país en visibilizar, por ejemplo, el trabajo de escritores y activistas transgénero y pertenecientes a la generación Z.



Quizá deba dejar de ser tan escéptica. Al fin y al cabo, como lectora, lo que pido es descubrir cosas nuevas, cosas brillantes, cosas que no me había contado nunca nadie. Lo cierto es que nos ha tocado vivir y leer en una época fascinante para que ocurra esto.