Image: Hannah Gadsby

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Opinión

Hannah Gadsby

13 julio, 2018 02:00

Luna Miguel

Una de las primeras cosas que le dije a mi psicóloga es que ya no leo con placer. Que aquello que de adolescente era un refugio, ahora era una tortura. Reflexioné sobre ello después de ver la nueva campaña de Anagrama de ¿tienes edad para leer esto?, en la que varios adolescentes reivindican los textos que en el instituto solían prohibirnos. Palabras escritas por Nothomb, Bukowski o Kerouac. ¿Por qué no iba un adolescente a leer sobre suicidio, feminismo, drogas o sexo, si es sólo en esa época cuando tales palabras pueden golpearnos con más fuerza? Añoro tanto esa sensación. Esa pasión por el descubrimiento, por la palabra que me interpela y que me recuerda que aunque no todo esté bien, la literatura me va a dar herramientas para, quizá, muy pronto, estarlo.

"Tienes que encontrar otros refugios", me dijo la psicóloga. "Llegarán por casualidad, te golpearán también", sugirió. Y no se equivocaba. Como por arte de magia, el nombre de Hannah Gadsby se coló en mi pantalla del móvil. Verla era tan fácil como abrir la aplicación de Netflix. Pero verla también era tan difícil como empezar a escuchar. Me explico: aquello era placer por encontrar un producto construido a base de ideas que me hacían sentir menos sola, que me explicaban la parte oculta del mundo en el que vivo, que me hacían reír con crueldad y con inteligencia. El monólogo de Gadsby reventaba todo lo que conocía hasta ahora sobre humor y sobre exposición de las identidades. Eran unos Monólogos de la vagina, pero sin su transfobia, mezclado con un Todos deberíamos ser feministas, pero también con un poema largo y hondo o con un ensayo escrito con esa fuerza de David Foster Wallace hablando de enfermedad. Gadsby hizo conmigo lo que los libros de Nothomb, Bukowski o Kerouac hacen en nuestra adolescencia. Ahora qué, pensé después de ver por tercera vez el show.

Se lo recomendaré a mi psicóloga.