STEVENSON. En aquellos tiempos, a poco que tuvieras cuatro o cinco tías carnales dispersas por ahí –y sobre todo si un par de ellas eran monjas–, para tu ingreso en el Bachillerato ya te habían regalado, empezando por el día de tu Primera Comunión, otras tantas ediciones de Platero y yo. El tener el libro tan repetido sobre el burrito de “trotecillo alegre”, te hacía odiarlo de inmediato, y el haber comprobado en un primer acercamiento que era cursi y tostón no mejoraba las cosas.

Juan Ramón Jiménez no escribió un libro cursi ni tostón, pero es que Platero y yo, como el propio poeta, escamado, aclaró, no era ni es, en contra del blanco criterio de tanta tía carnal y monja, un libro para niños.

Dejando aparte El Quijote –Sancho Panza trajinó lo suyo a lomos de su Rucio–, el libro con équido dentro que más he disfrutado es un libro sencillo y sin gran gloria literaria en su haber: Viajes con una burra, que publicó Maeva, escrito en 1879 por un joven y enamorado Robert Louis Stevenson. El escocés tenía 29 años.

['Desayuno con diamantes' y buena literatura]

Stevenson, gran viajero que surcaría el Pacífico y gran andarín a toda hora, narra en este librito –“si viajamos es para encontrarnos”, dejó dicho en su prólogo– su periplo a lomos de la burra Modestine, tozuda y resistente de oficio, por las montañas de las Cévennes, en el centro–sur de Francia. También escribió: “Todos somos viajeros por lo que John Bunyan llama ‘el desierto de este mundo’; más aún, todos somos viajeros con una burra, y lo mejor que nos encontramos en nuestros viajes es a un amigo honrado”.

SUPER. Mi amigo el cineasta Oskar Alegría me enteró de que había estrenado en el Festival de Telluride (Estados Unidos), en las Montañas Rocosas, su última película, Zinzindurrunkarratz, título, a qué negarlo, no del todo fácil de memorizar, aunque no se necesita más que poner un poco de empeño.

Con que sea tan buena como sus dos anteriores películas de no ficción –Emak Bakia (2012) y Zumiriki (2019)–, que han recorrido medio mundo y recolectado infinidad de premios, será una maravilla.

“Si viajamos es para encontrarnos”, escribió Stevenson en 'Viajes con una burra'

En Zinzindurrunkarratz, Alegría ha filmado, con una cámara de Super 8, el recorrido que, siguiendo el camino de los pastores, hizo con un burro entre su pueblo natal de Artazu y el paraje y caserío de la Sierra de Andía, en la merindad navarra de Estella.

FUGAS. Alegría metió un burro en mi cabeza, y será por eso, aunque sin ser consciente, que ese sábado decidí saldar una imperdonable deuda pendiente: ver EO (2022), y así pude comprender por qué la película del polaco Jerzy Skolimowski había ganado el Premio del Jurado de Cannes.

[Álvaro Mutis y otras lecturas hispanoamericanas]

De resaltante belleza, emocionante de veras y de gran riesgo y atractivo formal, EO es una especie de road movie singularísima que, entre el documental y la ficción, cuenta la historia de un burrito del mismo nombre que, rescatado por las autoridades junto a otros animales de un circo, por la cosa de evitar el maltrato, vivirá, fugándose de aquí y de allá, una penosa peripecia que le llevará a Italia, mientras los ojos con que nos mira son testigos de una realidad social violenta y desquiciada.

Como la noche tenía horas aún, opté por ponerme al día viendo Suro (2022), de Mikel Gurrea. Y héteme aquí que, en este potente thriller psicológico y social sobre la pareja y el mundo del trabajo, ¡también sale un burro! Ese burro regalado y mal cuidado será la metáfora del abismo que se abre a los pies de una pareja que hereda una masía aislada y no está preparada, por sus diferencias, para convivir explotando un alcornocal de su propiedad. Excelente. Vicky Luengo, como ahora en Prima Facie, está enorme. ¡Los burros!