Loreto Sesma
Poeta
Balcones de odio, envidia y miedo
He oído de todo, argumentos más escuchados que otros, algunos más comprensibles y otros que rozan lo cómico. Están así los que hablan de la edad como baremo de la falta de madurez de la poesía actual. Leía el otro día un tuit que decía que la escena poética actual no puede ser de calidad porque ninguno de los que la conforman llega a la treintena, “que no se veía a ningún Rimbaud”. Rimbaud, que ya escribía con quince años y con veinte ya recogía algunos reconocimientos. Pizarnik, que empezó con diecinueve. Lorca, que publicó su primer libro con veinte. El argumento es la falta de verdad en unas letras por la edad de su autor y por lo tanto, según ellos, inexperiencia vital. Como si la vida fuera únicamente acumular años y no cicatrices, como si la literatura no admitiera almas jóvenes por el simple hecho de serlo, como si alguien tuviera que concederte la mayoría de edad para sangrar el dolor y reír la pena en forma de letras.
El otro asunto que se escucha es el de las ventas. De repente, un día amanecen las librerías y se encuentran a gente preguntando de manera torrencial por libros de poesía. Los libreros, las editoriales y los propios lectores empiezan a observar que en ese pedestal odiado, envidiado y temido que es el de los más vendidos aparece el género de las soledades. Y es ahí, en ese punto, donde se abre la brecha y comienza la cascada de críticas. No es antes, cuando se abren los primeros blogs con poemas, tampoco cuando se graban vídeos amateurs con pocas visitas, tampoco cuando se abren los primeros bares que hacen jams de poesía; nada de eso, el debate se abre cuando los focos se hacen con la poesía. ¿Casualidad? No lo creo. Repito que ese pedestal de ventas es un balcón de odio, envidia y miedo.
"Somos la generación que no pedimos perdón por alzar el grito, que conseguimos llegar al otro lado del mundo con un solo click y con la única pretensión de escribir lo que sentíamos"
Están también los defensores de una poética que ha de ser pulcra y exacta, como si la riqueza léxica estuviera únicamente en encontrar el vocablo más recóndito del diccionario. Se repele por completo una poesía que habla más de barro y suciedades, de conversaciones de barra, de lo que nos pasa y escuece, de lo que sucede a pie de calle. A los que apelan a otros alegatos como la apariencia física o la vida personal, creo que no se merecen ni que se les dedique una sola línea porque hay asuntos que caen por su propio peso.
Somos la generación que no pedimos perdón por alzar el grito, que decidimos ignorar los peajes que otros nos impusieron y crear nuestros propios puentes, que conseguimos llegar al otro lado del mundo con un solo click y con la única pretensión de escribir lo que sentíamos. Bien es cierto que el necesario filtro del tiempo dirá quiénes merecen las páginas de la literatura y quiénes quedarán en una anécdota pero, hoy por hoy, yo solo veo a miles de personas haciendo fila con un libro de poesía bajo el brazo, jóvenes que han encontrado respuestas entre sus páginas, salas de cientos de personas llenas un sábado para escuchar poesía. Lectores, al fin y al cabo. ¿Acaso no es eso lo que todo amante de la lectura quiere?
Álvaro Valverde
Poeta
Público, no lectores
"Desde el primer libro tengo claro que el público merece un respeto mayúsculo”. “Espero no defraudar al público”. Son declaraciones de Elvira Sastre, cabeza de serie de la denominada poesía juvenil o parapoesía, por decirlo con Luis Alberto de Cuenca, presidente del jurado del premio Espasa, patrocinador, curiosa paradoja, de ese subgénero. Así no habla un poeta. No hasta ahora, quiero decir. Fue Francisco Brines quien se encargó de acuñar una feliz sentencia firme acerca del asunto: “La poesía no tiene público, sino lectores”. A quienes la subscribimos se nos califica ahora de “puristas”. Y ahí, según creo, está la clave: en la lectura. En qué si no. En no conformarse con quedar bien ante unos oídos agradecidos que se contentan con poco o casi nada. Adolescentes, sobre todo. Sin formación literaria, aunque haya excepciones. Prójimos que por la simpleza e inmediatez de los mensajes divulgados, por el lenguaje prosaico en el que están escritos, por los lugares comunes que corean, no exigen del poeta, un suponer, que haya explorado las múltiples tradiciones que conforman eso que denominamos, no sin fervor, poesía. Algo complejo, sin duda, como la vida misma, a la que toman casi siempre en vano. De ahí que presuman incluso de ignorancia. O que en sus entrevistas, donde mejor se retratan (y mira que abusan de la imagen), citen siempre a los mismos, pocos, nombres desgastados y sin fuste.
"De moda hablan unos. De apocalipsis poética otros. No serÁ para tanto. Me da que la farsa –confundir la poesía con estos desahogos liricoides– dura ya demasiado, aunque sospecho que va a más"
Los de la inmensa minoría tuvimos las primeras noticias de este movimiento de raíz internáutica (como “nuevo canal de comunicación bestial” calificó la citada Sastre a la red informática) a través de suplementos como éste, de las listas de libros más vendidos. Ni nos sonaban los autores ni dónde publicaban. Nos hacían gracia sus títulos patosos. Empezó a preocuparnos su alcance cuando comenzaron a acaparar, entre iguales, los festivales, los premios o las antologías. Y las páginas de cultura de los periódicos. Hoy su efecto parece imparable. Llenan, dicen, teatros. Uno, desde su ingenuidad, no descarta que en este fenómeno haya, además de marketing, negocio. Es la economía, imbécil. Si es verdad que agotan ediciones, si sus seguidores se cuentan por miles, si viven de eso…
Hay síntomas que a uno le desconciertan. Por ejemplo, que en las conmemoraciones del 30 aniversario del Loewe, un galardón llamado a proclamar la excelencia, se les dé acomodo. O que defiendan su manera de hacer (lo que aquí se cuestiona, el respeto por las personas es sagrado) poetas presuntamente formados e informados. No creo, en fin, que sea una casualidad que en el libro ganador de un sustancioso y antaño acreditado premio con nombre de ciudad sureña no aparezca, como solía, la composición del jurado. ¿Acaso por vergüenza?, me pregunto.
De moda hablan unos. De apocalipsis poética otros. No será para tanto. Me da que la farsa –confundir la infinita cadena de la poesía con estos desahogos liricoides– dura ya demasiado, aunque sospecho que va a más. Sí, los hay que se han dado cuenta de que esto es rentable. Pobre poesía.