Ignacio García May
Dramaturgo
A las armas
La extraordinaria puesta en escena de El rey León merece estudiarse en las escuelas de arte dramático, pero les costará encontrar profesionales del teatro español “serio” que se atrevan a repetir en público estas palabras. Porque pese a que Madrid se ha convertido en la tercera capital mundial en producción de musicales, el menosprecio que este género sigue padeciendo entre las propias gentes del teatro es sencillamente asombroso. El musical, según estos individuos, sólo es un tipo de espectáculo “comercial” diseñado para mantener al espectador prisionero de las redes del capitalismo malvado y estupidizador. Usar la comercialidad como reproche tiene bemoles; sobre todo viniendo de sujetos que creen que un éxito es llenar dos días con amiguetes y sicarios una sala de veinte personas, y que viven convencidos de que el estado está obligado a pagarles por ello. Argumentar que el musical adoctrina o estupidiza es pueril, como si la dramaturgia del Qué Ofendido Estoy Y Cuánto Me Duele El Escroto, o cualquier otro tipo de teatro, estuvieran a salvo de semejante posibilidad. Ya sé que no todo el buen teatro es musical ni todos los musicales son buenos. Pero un musical bueno es teatro del mejor, y sólo un tonto o un malvado pueden negarlo. Y entonces, ¿dónde está el conflicto? Llevo años diciéndolo, y empiezo a sentirme no ya como Casandra en Troya, sino, peor aún, como la vieja de los gatos que sale en los Simpson: hay una guerra abierta, cada vez más sangrienta, entre el Teatro y la Cultura. Me reprochan que esto constituye una aporía, pero la cosa no es tan difícil de entender. El Teatro ha sido siempre el arte popular por excelencia. La Cultura, en cambio, no es más que una reunión de solteronas de la Liga Anti Alcohólica; una convención de misioneros a los que les estrangula la voz el alzacuellos; una asamblea de socios de ONGs repartiéndose las ballenas a las que salvar; una agrupación política en la que todos los afiliados aspiran a quedarse con la dirección general de propaganda pero aseguran que lo hacen por nuestro bien.
"Hay una guerra abierta, cada vez más sangrienta, entre el teatro y la cultura. el desencuentro entre los musicales y el teatro “serio” es una de las diversas batallas que se libran"
El desencuentro entre los musicales y el teatro “serio” no es más que una de las diversas batallas que se libran en esta guerra, que a su vez sólo es reflejo de la costra de roña, de prejuicios, de envidias, de mediocridad, que caracterizan a la propia sociedad española. Este fenómeno de menosprecio del musical es comparable a lo que pasa en el cine con las películas de súperhéroes, olímpicamente denostadas por los delegados de la Secta Cultural en aquel otro lenguaje, pese a que entre esas películas hay algunas que no sólo son magníficas, sino que además ayudan a entender nuestro mundo bastante mejor que los sermones dominicales de los presuntos expertos. Pero si algo teme la Secta es al público: cuando de verdad se le permite elegir, nunca hace lo que se espera de él. Se puede, y se debe, recriminar a nuestra industria del musical su tendencia a apostar sobre seguro, priorizando la franquicia sobre la creación de nuevos títulos. El logro de El Médico certifica que el camino está precisamente en la segunda vía.
Laila Ripoll
Directora y dramaturga
Por un Broadway castizo
Vaya por delante que no soy público de musicales. Sí he visto muchas versiones cinematográficas que me han vuelto del revés, que se encuentran entre las películas que más me han marcado o que han formado parte de mi infancia. Pero en vivo y en directo he visto pocos, algunos fuera de España y menos en Madrid. Creo que por esa misma razón, cuando soy público en un musical soy más público que nunca. Me embobo como una niña chica y me dejo llevar por todos sus elementos sin preocuparme de nada más que no sea disfrutar de la representación. Viendo la serie de HBO Fosse/Verdon, que habla de la complicada relación de Bob Fosse con su esposa, la genial actriz y bailarina Gwen Verdon, se me hace la boca agua viendo la recreación de momentos tan brillantes como el Big Spender de Sweet Charity o el Mein Herr de Cabaret.
Es un género que siento lejano y, al mismo tiempo, fascinante. Casi como el circo. Desconozco el repertorio, no sabría decir cuál falta y cuál sobra, cuál es imprescindible, cuál está pasado, cuál es infumable, cuál es un pecado dejar de hacer o ver… Pero sé lo que me emociona y lo que no, lo que me hace disfrutar y lo que me aburre y, sobre todo, me gusta el teatro. Mucho, más que comer con los dedos. Todo el teatro. O, mejor dicho, todo lo que yo entiendo por buen teatro. Así que, aunque no entienda, me gustan los musicales. Lo que yo entiendo por buenos musicales, claro. Porque esto debe ser como todo: los habrá extraordinarios y los habrá mediocres, los habrá hechos desde el rigor y los habrá rayanos con la tomadura de pelo. También hay franquicias, hechas como si fueran un ‘100 montaditos’, pero otras tan dignas o más que las originales, y también experiencias arriesgadas, zurullos, clásicos, modernos y contemporáneos. Como los montajes de los textos del Siglo de Oro, o como las zarzuelas. Gracias al auge de los musicales tenemos, por fin, innumerables actores que, además, son excelentes cantantes o bailarines, incluso las dos cosas. Los actores y las actrices jóvenes aprenden a cantar y a bailar y los actores y actrices más mayores, también. Tenemos ejemplos de importantes actores que, disciplinadamente, se han convertido en brillantísimos intérpretes de musical. Y eso es estupendo para todo el teatro, sea musical (zarzuela incluida) o no.
"Me encantaría que se habilitaran nuevos espacios teatrales en la gran vía, que se llenara de luces, de carteles y de público. Que, gracias al musical, sea única. lejos del escaparate franquiciado"
Dicho esto, me encantaría que, de verdad, la Gran Vía se convirtiese en una especie de Broadway castizo, pero en serio, no de boquilla. Me encantaría que se habilitaran nuevos espacios teatrales, que se llenara de luces y de carteles, de público y de espectáculo. Una Gran Vía que, gracias al teatro musical, sea única e irrepetible, lejos del escaparate franquiciado, exacta hasta el sopor a tantas otras avenidas del mundo, en que la estamos convirtiendo. Me emociona ver un teatro lleno, me gustan las colas en taquilla, tener que sacar las entradas con anticipación. Creo que es saludable para cualquier ciudad tener una oferta teatral amplia, cuanto más amplia mejor. Y creo que es imprescindible tener público, mucho público, de dentro y de fuera. Y que se renueve.