Miguel Ángel Marín

Director del Programa Musical de la Fundación Juan March

El sonido que fue

Con la globalización, las orquestas dejaron de ser lo que eran o, mejor dicho, dejaron de sonar como habían sonado. El rasgo más codiciado de una orquesta o un solista, el que mejor podía dotarlo de una personalidad artística propia, era un sonido tal que oídos expertos pudieran reconocerlo. La tendencia a la homogeneización de las últimas décadas está acabando con ese ADN musical arrastrando a la nostalgia a más de un melómano. El fenómeno no es exclusivo de las orquestas. Entre los pianistas está ocurriendo algo similar. La distinción de antaño entre distintas escuelas –la rusa de sonido robusto frente a la francesa más delicado, por ejemplo– parece haberse borrado, y en la actualidad los jóvenes talentos responden todos a un mismo patrón clónico. ¿Qué circunstancias se han dado para provocar esta estandarización del sonido, aniquilando el elemento singular de una formación y empobreciendo nuestra experiencia estética?

"Las visiones frescas y los músicos heterodoxos que rompen las convenciones van conquistando terreno y aceptación. y, con ellos, el sonido que fue volverá a nuestros días."

Para empezar, el fenómeno no es exclusivo de la música clásica, como confirma su presencia en otras prácticas culturales como la moda o (con resultados aún más devastadores) la música pop. Sería simplista verlo como consecuencia inevitable de la globalización, aunque con esta haya alcanzado su máxima expresión. En tanto que la comunicación se intensifica y los mercados se entrelazan, la tendencia a la homogeneización de las prácticas interpretativas musicales es inapelable. Pero el origen remoto de este proceso que todo lo iguala cabe situarlo en la invención del fonógrafo a finales del siglo XIX dando lugar a lo que luego Walter Benjamin vaticinaría en su análisis sobre la reproductibilidad técnica: el arte reproducido en masa (como es una grabación) acabaría castrando su propia identidad.

La grabación musical que lograba reconocimiento de crítica y público se convertía irremediablemente en modelo interpretativo, y las versiones de éxito establecían un estándar en el imaginario de músicos y oyentes, hasta el extremo de penalizar las desviaciones creativas. La expansión de la grabación durante el siglo XX, con continuas mejoras en la calidad del audio, acabó por culminar este proceso. Y el lucrativo negocio de las compañías discográficas gestó un mercado universal: cuanto más se ampliaba, más estables eran las expectativas de los oyentes y mayor la tendencia a imitar los modelos de éxito. Todas las orquestas (o casi) suenan igual (o muy parecidas).

Pero hay esperanza para que la situación se revierta, y vuelva la riqueza del pasado. La posición delicada que atraviesa hoy la música clásica y, paradójicamente, la crisis de la industria discográfica por el radical cambio en su modelo de negocio están cuestionando muchos de los modelos establecidos. Y la homogeneización del sonido y de los modos interpretativos está en el centro de la diana. Las visiones frescas y los músicos heterodoxos que rompen las convenciones van conquistando terreno y aceptación. Y, con ellos, el sonido que fue volverá a nuestros oídos.

Tomás Marco

Compositor

Se toca mejor pero más unificado

En 1981, el Festival Testimonium de Israel me encargó una obra para violín y cuerda, Concierto del alma, que debía basarse (sin verbalizarlo) en un texto judío. Escogí un bello anónimo español medieval y aposté por lo que creí que sería la intensa expresión de una masa de cuerda judía. No me equivoqué. Ensayos en Jerusalén y conciertos allí y en Tel Aviv fueron de una emotiva intensidad. Otras veces, incluido el excelente compacto con una orquesta española para la marca Bis, la obra ha sonado bien, pero de manera distinta. La orquesta israelí mostraba su acusada personalidad.

"Hace tiempo se distinguía con facilidad la morbidez sonora de la filarmónica de Viena de la nitidez abierta de las orquestas rusas o de la brillantez de las americanas."

Cierta homogeneidad en el comportamiento sonoro de las orquestas sinfónicas no es nociva en afinación, articulaciones y hasta tempi, junto a otros factores. No implica que todas las orquestas deban tener el mismo sonido y es compatible con que puedan mostrar su personalidad. Se dice que las orquestas actuales se parecen mucho más unas a otras que hace años y que la personalidad se ha perdido mientras la calidad sube.

Aunque el recuerdo magnifica las cosas, alguna verdad hay en ello. Hace tiempo se distinguía con facilidad la morbidez sonora de la Filarmónica de Viena de la nitidez abierta de las orquestas rusas o de la brillantez, un poco forzada por una alta afinación, de las americanas. Ahora todas tocan, fuera de su grado de calidad, de una manera más estándar.

Las razones son muchas y dependen de cómo está concebida la vida musical actual. Influye no sólo en que las orquesta pierdan personalidad sino también los directores. Un hecho es que las grandes orquestas apenas tienen tiempo para ensayar. Sus instrumentistas son mejores que nunca, aunque con una educación que la rapidez de las comunicaciones ha homogenizado en todo el mundo. Por ejemplo, cualquiera de las grandes orquestas londinenses lo más que pueden ofrecer es un ensayo general y ya el concierto, de manera que los directores pueden mostrar si acaso su nivel técnico, pero difícilmente harán otras versiones que las que la orquesta posea ni podrán intervenir en la personalidad del sonido.

A mitad del siglo XX todavía los directores titulares trabajaban continuamente y a fondo con sus orquestas modulando su personalidad. Se podía hablar del sonido Ansermet en la Suisse Romande, del Ormandy en Filadelfia o del Paray en Detroit. Incluso Argenta, ayudado por Schuricht, dio una personalidad sonora a la Nacional de España. Hasta Karajan tenía distinto sonido con Viena que con Berlín. Notoria y distinta era la electrizante personalidad de la NBC de Toscanini.

Hoy los directores van y vienen y las titularidades son muy distintas, todos circulan por todas partes y no deja de ser lógico que las cosas se unifiquen. No se puede decir que se toque peor, al contrario, pero desde luego se toca de manera más unificada. Pero eso, que se aplica a las orquestas de hoy, podría trasladarse también a muchos solistas, incluidos los grandes, del piano, violín… Es algo sobre lo que igualmente podría reflexionarse.