Víctor Lenore
Periodista musical
Postureo y playback poscapitalista
El momento más triste del verano fue el concierto de Rosalía en el Mad Cool. Acudí con ganas de disfrutar, pero encontré un espectáculo que resume todo lo que falla en la música popular del siglo XXI. La mayoría de los sonidos eran pregrabados, a excepción de las voces y las palmas de Los Mellis. Por muy bien que se cante, no hay salsa que levante un sanjacobo congelado. El capitán musical de aquello, El Guincho, tenía un gesto épico de aburrimiento pulsando su portátil. Rosalía irradia carisma, pero la sensación fue la de asistir a la grabación de una gala televisiva en vez de a un concierto. La diva milenial no canta para quienes tiene enfrente, después de pagar una carísima entrada, sino para los millones de personas que la verán mañana en Youtube. Muy pocas personas bailaron en el Mad Cool, pendientes de grabar todo con su móvil. Tim Cook, el sucesor de Steve Jobs, dijo que Rosalía era la música perfecta para sonar en un Apple Store. ¿Puede existir mayor prueba de que eres un estandarte de la homogeneización cultural global?
"¿Cómo puede enganchar a tantos jóvenes una propuesta tan pobre? Sin duda por la frescura y el descaro. También por asumir los valores neuróticos dominantes desde el crac de 2008"
Quien mejor representa la esencia del trap español es C.Tangana, expareja y antiguo colaborador de Rosalía. En sus entrevistas nunca faltan frases lapidarias como “soy un producto”, “soy un empresario” o cualquier otra variante de quiero-ser-un-bote-de-colón-y-salir-anunciado-por-la-televisión. Un pastiche previsible de los mandamientos mediáticos de Dalí, Warhol y Mario Vaquerizo. Tangana puede llegar a cobrar 90.000 euros por brevísmos conciertos donde manda el postureo y el playback. Es el triunfo de la imagen sobre la sustancia musical.
¿Cómo puede enganchar a tantos jóvenes una propuesta tan pobre? Sin duda por la frescura y el descaro. También por la naturalidad al asumir los valores narcisistas, neoliberales y neuróticos dominantes desde el crac financiero de 2008. ¿Para que disimular? La hipocresía no gusta a los veinte años y ya no nos quedan pensadores de la potencia de Pasolini, que nos hacían sentir ridículos por rendir culto al dinero, vestir como payasos y someternos al consumismo imperante. Otra vez, como en los años de la movida, gran parte de las canciones juveniles se han vuelto indistinguibles de la publicidad.
Por supuesto, la industria cultural ha acogido el trap con entusiasmo. A Tangana le sirven de promoción hasta las feministas que lograron censurar su concierto en las fiestas de Bilbao. Todavía quedan restos puritanos en la orgía poscapitalista. El resto del tiempo, el chico vive de lujo entre patrocinios corporativos, portadas de suplementos y entrevistas con Risto Mejide en horario de máxima audiencia. "El sistema adora las revoluciones que se limitan a cambios estéticos", escribió el ensayista Thomas Frank, autor del imprescindible La conquista de lo cool (Alpha Decay, 2011). Allí argumentaba que nuestra contracultura es más bien una vanguardia de turboconsumidores. Por su parte, el rapero francés Koma, del grupo Scred Connexion, pronunció otra frase parecida: "El sistema adora a quienes no tienen nada que decir". Los traperos españoles son un buen ejemplo. Ahora mismo ejercen de brigadas de choque del mundo soñado por Mediaset.
Ernesto Castro
Filósofo y autor de El trap (Errata Naturae)
¿Inmoral y apolítico?
Se dice que el trap no es música. Que es inmoral, que es apolítico. ¿Cómo responder a estas críticas? Para empezar, ya nadie llama "trap" al trap en España. Ahora se llama "música urbana" y engloba todo tipo de géneros o estilos musicales, desde el reguetón de Ms Nina al flamencamp de Rosalía, pasando por el dancehall de Bad Gyal. Este rebautismo lo promovió el cantante C. Tangana a mediados de 2017, cuando descubrió que los medios de comunicación estaban calificando al trap como "el rap de los ninis". El trap, en puridad, es la música del trapicheo de drogas. En el sur de Estados Unidos, a las casas en las que se trafica con sustancias ilegales se las llama "casas de la trampa" (trap houses) y de ahí el nombre.
¿Cuál es entonces la diferencia entre el trap y el gangsta rap? Hay mucha controversia sobre este tema, algunos de los raperos más importantes del mundo, como Gucci Mane, dicen que son lo mismo, que el trap es al siglo XXI lo que el gangsta rap fue a la década de 1990, pero a mi juicio hay una diferencia crucial entre ambos subgéneros: el gangsta rap suele cantar a la droga desde el punto de vista del traficante, mientras que el trap lo suele hacer desde el punto de vista de consumidor. Antes de que el lector me venga con sus contraejemplos, tengo que puntualizar que no pretendo que esta característica distintiva esté presente en todos los cantantes de trap, mucho menos en todas las canciones de trap. Simplemente estoy apuntando a un parecido de familia, a un espíritu de época que quizás no era tan importante en los orígenes del trap estadounidense, allá por la década de los 2000, pero que ahora, con la crisis de los opiáceos en ese país y la consolidación del trap sad and emo, amén de la muerte por sobredosis de Lil Peep, es una evidencia.
"El trap no hubiera llegado a España con la pregnancia que lo hizo sin la crisis. En 2013, cuando despega aquí, más de la mitad de los menores de 25 años estaba en paro en este país"
Al igual que en Estados Unidos, en España el trap es hijo del gangsta rap. C. Tangana ha homenajeado en varias canciones a Chirie Vegas, pero entre el momento de esplendor del primero y del segundo hay un acontecimiento sociopolítico que explica la popularidad del uno y no del otro: la crisis económica española. Con crisis o sin ella, el trap probablemente hubiera llegado a España de todas formas –con quince años de retraso, como lo marca nuestro atraso secular–, pero no lo hubiera hecho con la pregnancia con la que lo ha hecho. En 2013, el año en que comienza a despegar el trap en España, más de la mitad de los menores de veinticinco años estaba en paro en este país.
Sin tener en cuenta este dato, no se puede responder a las críticas que se han formulado al comienzo de este artículo. Taquigráficamente y tratando al lector de usted, como se merece: ¿el trap no es música? Dígame entonces qué elevado estándar musical maneja usted para estipular lo que es y no es música. ¿El trap es inmoral? Quizás de lo que está tratando son de las costumbres (mores, en latín) de un estrato poblacional al que usted no pertenece o con el que no se solidariza. ¿El trap es apolítico? Tal vez. No hay espacio para más.