Eduardo Vasco
Director de escena
A mí me gusta
Sí, siento decepcionarte. A mí me gusta el Tenorio. ¡Qué le voy a hacer! Soy consciente de sus ripios, sus imperfecciones y sus excesos, pero me pueden sus virtudes como artefacto dramático de primer orden y estoy atrapado por su tradición escénica de la que, me temo, soy parte. Y es que creo que esta manía generalizada de prescindir de los contextos históricos, esto de leer todo desde el presente cuando se pretende disfrutar de la literatura, nos está abocando a un pensamiento único que a mí me da mucho miedo; sobre todo por lo aburrido que se plantea un futuro pleno de corrección política en la ficción.
Anda, léetelo con calma aunque sean más de 280 caracteres. ¿Cómo no va ser actual? Son dos obras en una: una comedia de capa y espada y un auto sacramental, ¿quién da más? Es, además, la historia de un hijo de papá caprichoso que hace lo que le viene en gana, que es adicto a la adrenalina, que apuesta, se pelea, no respeta ni a su padre, su concepto de la mujer-objeto es de manual y, además, busca la fama como parte de su realización como individuo. Y, sobre todo, no asume la responsabilidad de sus actos y culpa a todos de su fracaso como persona.
"En estos últimos años Don Juan ha pasado a ser uno más de la lista negra que la nueva censura elabora. ¡Qué tiempos aquellos en los que el teatro no dictaba lo que uno tenía que discutir!"
Venga, sigue. También es fácil encontrar analogías temáticas con el presente: se despilfarra en un mausoleo desproporcionado, hay fenómenos paranormales, se reta a muertos significativos que abandonan sus tumbas (no es una exhumación pero todo es ponerse), aparecen ¡zombis!, hay una escena de cata de vinos, se habla de quema de conventos, hay relatos de viajes y solo aparecen dos mujeres con profesiones remuneradas: una alcahueta y una criada. ¿No querías actualidad? Sí, es cierto que hay que ser conscientes de que la obra ya no es lo que era porque Don Juan perdió su sitio en la cartelera hace tiempo. Unos decían que se lo había cargado la naftalina, otros que fueron los galanes pasaditos de años que lo interpretaban, algunos que fueron los montajes modernillos y hay incluso quien opinaba que fue el propio respetable el que perpetró su defenestración del repertorio escenificable. Pero aun así se ha seguido representando en algunos sitios concretos y siempre en sus habituales citas anuales convocando, a pesar del mal tiempo y el insufrible Halloween, cifras espectaculares de público como sucede en Alcalá de Henares, por ejemplo. ¡Ánimo, “ronlaleros”!
Pero en estos últimos años ha pasado a ser uno más de la lista negra que la nueva censura elabora para que pensemos todos de la misma manera. ¡Qué tiempos aquellos en los que el teatro contemporáneo no dictaba lo que uno tenía que discurrir y planteaba interrogantes a un espectador al que se le suponía inteligencia! Como sigamos por ese camino las historias de ficción van a terminar siendo auténticas tabarras infumables, eso sí, muy correctas para no molestar a nadie. Mira, no sé tú, pero yo me voy a poner a leer a Cervantes antes de que lo pasen al lado oscuro de la lista y me quemen El Quijote…
Carlota Ferrer
Directora del Festival de Otoño de Madrid
El reto de conquistar
En unos días llegará la Noche de los Santos Difuntos o ¿debería decir Halloween? Y con ella la representación más periódica y tradicional del teatro español: Don Juan Tenorio, del pobre Zorrilla. Y digo pobre porque vendió, muy pronto y muy baratos, los derechos de una obra que el destino quiso que fuese la más representada en nuestros escenarios. Recientemente, en un taller de teatro, me preguntaron si mitos teatrales como Don Juan estaban vigentes hoy. Y yo contesté: ¿qué Don Juan? Porque donjuanes hay muchos: el de Zorrilla, el de Byron, el de Tirso de Molina, y un largo etcétera. Todos son uno y, al mismo tiempo, muy diferentes. La cultura contemporánea y popular nos presenta a un Don Juan seductor, subversivo, libertario y transgresor, pero el mito surge en otro tiempo en el que no cabía la transgresión, en el Barroco, y dentro de un drama casi teológico como es el de Tirso de Molina. Es aquí, curiosamente, donde encontramos al más transgresor de los donjuanes, junto quizás con el de Byron, alter ego este último del propio autor. El burlador de Tirso, origen del mito, es el más libre de todos, el satánico, el que no se pliega a la redención. Muere pecador como ha vivido, honesto en su inmoralidad de condenado.
"En nuestra sociedad no hay nada como el éxito. Por ello, a algunos Don Juan les parece un mito revitalizado, pese a que no es más que un prototipo machista dentro de una sociedad decadente"
En cambio, los donjuanes románticos de los que se nutre el ideario colectivo, como el de Zorrilla y el de Espronceda –don Félix de Montemar en El estudiante de Salamanca, que, por cierto, ya hizo boda con la novia cadáver mucho antes que Tim Burton–, son seductores por deporte, hombres que exhiben sus conquistas en las tabernas, cosa que a Marañón, que dudaba de la masculinidad del mito, le parecía muy poco española. Uno de nuestros mitos internacionales, poco español. Un sabio, el buen doctor. A la sociedad contemporánea le gusta la idea de la seducción. Pensamos que un donjuán, o una femme fatale, es el que seduce con facilidad. Pero estos mitos lo que hacen es aglutinar nuestras ilusiones de la conquista, porque a todos nos gusta no solo conquistar, sino ser conquistados con ingenio y esfuerzo. Esto es lo que nos apasiona del personaje: el reto de conquistar, como escuchamos en el duetto de Don Giovanni de Mozart ‘La ci darem la mano’, en el que el Don Juan adelanta los deleites de la seducción consentida de Zerlina. Vemos, por tanto, su éxito.
En una sociedad como la nuestra no hay nada como el éxito. Por ello, a algunos Don Juan les parece un mito revitalizado, pese a que no es más que un prototipo machista dentro de una sociedad decadente, como ya lo era en la sociedad de la Restauración que Clarín retrata en La Regenta. Ana Ozores cae en brazos de Álvaro Mesía, el donjuán oficial de Vetusta, tras una representación teatral de Don Juan a la que acude la buena sociedad y en la que asistimos, desde la contemporaneidad, al espectáculo de mujeres suspirando de deseo por ser la doña Inés que salve espiritualmente al hipócrita donjuán, que acepta el perdón último de sus pecados por intermediación de su donna angelicata, particular doña Inés, claro exponente de la visión abnegada y salvadora del espíritu del canalla. Parece que eso resultaba atractivo. Quizás todavía lo sea.