Borja Cobeaga
Director de cine
La fábrica de sueños produce monstruos
Todo el mundo ha señalado Joker, de Todd Philips, como un remake de Taxi driver y El rey de la comedia. Su estreno ha coincidido con unas declaraciones de su director, Martin Scorsese, en las que despreciaba las películas de Marvel, y por extensión las adaptaciones de cómics de superhéroes y supervillanos. Incluso se ha visto forzado (mira que Scorsese no tendrá otras cosas mejores que hacer que justificar unas declaraciones en una entrevista) a escribir un artículo en el New York Times en el que ha aclarado con sabiduría, sensatez y sentido de la modernidad por qué considera este tipo de cine una amenaza para la creación cinematográfica.
El debate es antiguo y recuerda a la tesis principal del libro Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind: los blockbusters como La guerra de las galaxias o Tiburón se cargaron una forma de hacer cine, un poder que los directores consiguieron en los 70 para hacer películas que equilibraban comercialidad y autoría. El Padrino, La última película o French Connection fueron grandes éxitos de crítica y público pero los fenómenos creados por Spielberg y Lucas cambiaron el cine comercial para siempre.
"El problema de las pelis de Marvel o DC no es su calidad sino su evidente miedo al fracaso, su limitadísima capacidad de riesgo. El ejemplo perfecto está en las películas de Star Wars"
La posibilidad de encontrar una fórmula para arrasar en taquilla no sólo pervive en nuestros días sino que se ha potenciado a base de reboots, remakes, sagas, revivals y demás. Mucho se habla de “la falta de creatividad de Hollywood” pero no se trata de eso: proyectos con argumentos originales hay pero el motor del cine no es la creatividad sino el pavor que genera un posible fracaso. No se hace la misma película una y otra vez porque no haya ideas nuevas. Se hace la misma porque se minimiza el riesgo si se repite una fórmula de éxito. Pero sería estúpido pensar que es un fenómeno del cine norteamericano. Sucede en todas partes. En España, por ejemplo, pasa algo parecido con las comedias. Cada año se estrenan cuatro o cinco remakes nacionales de películas cómicas francesas, italianas, argentinas… ¿Por qué? Porque en principio es menos arriesgado partir de un material que ya ha tenido éxito en otra parte del mundo.
El problema de las pelis de Marvel o DC no es su calidad sino su evidente miedo al fracaso, su limitadísima capacidad de riesgo. El ejemplo perfecto lo encontramos en las películas de Star Wars, que no son cómics adaptados pero sí son de capas y superpoderes. Y que son de Disney, como las películas de Marvel. Su creador George Lucas reniega de las nuevas películas porque son cero innovadoras, porque se basan en el reconocimiento de algo ya visto, porque el público pide que en vez de sorpresa haya repetición. Y si se sale de ese canon que han establecido, los fans te montan un change.org. La gracia, supuestamente, es ver la misma peli una y otra y otra vez. ¿Cuántas veces hemos visto a una araña radioactiva picar al joven Peter Parker? ¿En cuántos callejones diferentes han matado a los padres de Bruce Wayne? Como dice Scorsese, no son secuelas, son remakes.
Jesús Palacios
Crítico de cine
Quiero que vuelvan mis superpoderes
Últimamente se agitan las aguas en torno al fenómeno, ya cansino, de las películas de superhéroes y su abducción de la industria y el arte de Hollywood. Desde Scorsese a Pedro Almodóvar se avisa de cómo las superproducciones de superpersonajes (o de infrapersonajes como la sobrevalorada Joker) han desterrado la inventiva y el riesgo en la Meca del Cine y, por extensión, en el ámbito cinematográfico internacional. Por no hablar de las nuevas generaciones de espectadores que este supergénero ha llevado a la degeneración en cuestión de gusto. Pero la cosa no es tan simple.
"Yo quiero que vuelvan los días en que las películas de superhéroes eran películas de superhéroes. No dramas sociales disfrazados de payasadas ni tragedias cósmicas nietzscheanas"
Lo cierto es que los superhéroes molan. Son la mitología de finales del siglo XX y principios del XXI. Llevan trajes ajustados. Salvan o destruyen –generalmente las dos cosas a la vez– mundos y universos enteros. Son proyecciones de nuestros mejores –y peores– deseos. Habitan mundos fantásticos, llenos de emoción, explosiones y criaturas increíbles. Por lo general, son guapos y guapas. De hecho, superguapos. Y ahora también inclusivos, paritarios y progresistas. Sin embargo, tengo que hacer una corrección: los superhéroes… molaban. Porque eran lo que deberían seguir siendo: una mitología pop. Laica. Falsa. Frívola. Y, sobre todo, divertida. El problemilla es que se han convertido de mitología pop en religión milenarista. Se han creído su papel de mesías si no de la humanidad –que esa no hay quien la salve– sí del negocio del cine. Se han vuelto serios. Terriblemente serios. Y aburridos. Eternos. Omnipresentes. Omnívoros. La cuestión no es si el cine de superhéroes está echando a perder Hollywood, es por qué TODO el cine de Hollywood es de superhéroes. Mientras Batman, el Joker, Los Vengadores o los X-Men se vuelven pomposos, pretenciosos y tristes, y sus entregas cinematográficas duran lo que antaño un epic del estilo Lo que el viento se llevó o Dr. Zhivago, los dramas sociales, biopics históricos, thrillers y dramedias indi, facturado todo destino al Oscar, se están volviendo casi indistinguibles formalmente de sus competidores superpoderosos. Quizá todo empezó el día en que algún crítico o fan dijo de Batman que “era como Shakespeare”, demostrando que, posiblemente, jamás había leído a Shakespeare.
Yo quiero que vuelvan los días en que las películas de superhéroes eran eso: películas de superhéroes. No dramas sociales disfrazados de payasadas (¿o será al revés?), no interminables tragedias cósmicas nietzscheanas, no reflexiones sobre la metaficción y la intertextualidad, no adalides del feminismo o el anticolonialismo… Quiero a los de verdad: los que siendo divertidos, falsos, extravagantes y fantásticos, como el Superman de Donner y Lester o el Batman de Burton y Schumacher e incluso como el primer Spiderman de Raimi, respetaban la inteligencia del espectador y no pretendían suplantar un cine comercial para adultos que ya casi no existe por su simulacro superempoderado. Cuando la farsa se repite como tragedia, algo huele a podrido en Hollywood. Lástima que, a veces, quienes se quejan de ello no sean capaces de ver también su parte de culpa en este proceso, quizá ya irreversible
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