Inés París
Guionista y cineasta
“Olé mi madre, olé mi suegra y olé mi tía”
En 1949, el estudiante de cine Luis García Berlanga retrata en un cortometraje excelente la llegada del Circo Americano a Madrid. Buffalo Bill a caballo desfila por la Castellana acompañado por una multitud de indios y vaqueros. Los niños madrileños cuentan chapas y monedas para pagar una entrada. Todo es verdadero, fascinante, divertido y triste.
Un hombre al que le falta una pierna atraviesa cojeando la plaza donde están levantando la carpa y me hace recordar a mis alumnos americanos del Smith College a los que daba clase de cultura española a finales de los ochenta. Estos yanquis adinerados y sinceros un día me comentaron que en España se veían muchos tullidos por la calle. Esta observación me dejó, en su momento, patidifusa. ¿Tullidos? ¿En serio? ¿Serían heridos de guerra? ¿Pudiera ser que en la muy moderna España de la movida, Rockola, Alaska y los Pegamoides, quedaran restos de la Guerra Civil que yo no había sabido ver? ¿Tenía razón mi padre, un filósofo inteligente y pesimista, al decir que España estaba marcada por el franquismo y que tardaríamos mucho en liberarnos? ¿Estábamos tullidos de mente y cuerpo?
Hoy los poderosos son igual de crueles y las víctimas igualmente desgraciadas. Sabemos que no somos felices y sabemos que berlanga no retrata lo que fuimos, sino, por desgracia, lo que seguimos siendo
Se dice que el cine de Berlanga se caracteriza por su capacidad para retratar la “verdad” del país que le rodeaba: una España tragicómica. Y es muy cierto. Retrata además dos Españas. De un lado, personajes “grandes” atrapados en un destino pequeño: un verdugo condenado a matar, un padre que no tiene para pagar los plazos del motocarro, unos recién casados que viven realquilados y son nombrados “la pareja feliz”. De otra parte, los poderosos: personajes pequeños empeñados en hazañas ridículas que les superan: alcaldes fabuladores, marqueses onanistas, políticos corruptos. Son películas donde los personajes, tanto unos como otros, el pueblo o la clase dominante, están peor al final que al comienzo. Los pícaros de Berlanga son graciosos porque son perdedores. Es ese “humor español” que tan bien dominamos, esa forma de diseccionar la realidad que es tan de nuestra tradición, desde Quevedo a Buñuel pasando por Goya.
En la España de hoy, un día un enfermero roba vacunas que venderá carísimas a gente que se quiere saltar su turno, miles de familias han sido estafadas por los bancos con unos bonos que llamaban “preferentes” (menuda ironía), un señor engaña a cientos de personas y les saca la pasta haciéndose pasar por enfermo terminal, se financian los partidos con adjudicaciones ilícitas de contratos, alcaldes, políticos de renombre y tesoreros terminan en la cárcel, hay policías que dan mucho miedo, una marquesa gana Master Chef y dos millones de niños pasan hambre…
Los poderosos son igual de crueles y ridículos que en las películas de Berlanga y las víctimas igualmente desgraciadas. Como aquel pobre de Plácido al que preguntaban "¿Es usted feliz?", y respondía “uno no sabe”.
Sólo que nosotros sí sabemos. Sabemos que no somos felices y sabemos que Berlanga no retrata lo que fuimos, sino, por desgracia, lo que seguimos siendo.
Román Gubern
Historiador de la cultura audiovisual
La constelación mítica de Berlanga
El universo estridente de Luis García Berlanga recreó con acidez medio siglo de vida española, desde la sórdida autarquía clerical de la posguerra hasta su tardía inserción europea por la puerta de atrás. Y lo hizo con deslumbrante brillantez, amalgamando los registros del sainete, del esperpento, del aguafuerte y del humor negro. Su estilo resultó tan identitario que Manuel Gutiérrez Aragón propuso a la Real Academia introducir el adjetivo ‘berlanguiano’ en su canon lingüístico y la propuesta fue aceptada, con una categoría que se homologaba a goyesco, velazqueño o proustiano, con lo que su obra pasaba así a adquirir una dimensión arquetípica en el ámbito de la cultura panhispánica.
Ahora nos preguntamos si esa España chirriante que recreó para la cámara con tanto talento existe todavía o pertenece a la arqueología del imaginario franquista, pese a que su producción desbordó la cronología de la dictadura. Entre sus fantasmas menudearon los burócratas apolillados, los curas rijosos, las burguesas ridículas, los funcionarios vanidosos, las vampiresas de cartón piedra y los fantasmas austrohúngaros… En un marco social que va desde la flaca autarquía de postguerra al desarrollismo proto-europeísta. Ciertamente nos cuesta trabajo barruntar a un Berlanga atrapado en los laberintos de la sociedad digital y cibernética.
Entre sus fantasmas menudearon burócratas apolillados, curas rijosos, burguesas ridículas… Nos cuesta trabajo barruntar a un berlanga atrapado en los laberintos de la sociedad cibernética
Y ese tejido social puso su acento en el mundo de los perdedores, de los derrotados, los frustrados y los vencidos, erigiéndose en llamativo contrapunto del acogedor colchón austrohúngaro que Berlanga evocó en algunas películas y declaraciones públicas. Una de las claves del imaginario berlanguiano se halla precisamente en su repetida referencia ucrónica al imperio austrohúngaro, ese efímero universo imperial que, a ritmo de vals, se estableció en el corazón de la Europa central entre 1867 y 1918. Evocado e invocado por vez primera en el preámbulo de Novio a la vista (1951), su estatuto mítico representó un arquetipo recurrente en la constelación del director, un contrapunto balsámico de la cruel jungla urbana contemporánea desplegada con aspereza en sus películas posteriores.
Le traté bastante desde que me integró, muerto ya Franco, en un jurado de cine erótico que él presidía, en el que también participó Oscar Tusquets, y que tituló expresivamente Tacón de aguja, especializado en fetichismo y sadomasoquismo (paralelo a su colección La sonrisa vertical). ¿Qué significó la erotomanía para Berlanga? En una ocasión tuve el privilegio de asistir a un duelo verbal privado entre Luis y Paco Rabal relatando sus conquistas eróticas. La singular experiencia del erótico Tacón de aguja, políticamente muy incorrecta, me hizo entender que en el imaginario de Berlanga la transgresión resultaba más fecunda que la denuncia, aunque ambas pudieran converger en un filme. Y se fue de este mundo legando un museo imaginario de arquetipos que han edificado un panteón grotesco. En todo caso, su impagable colección de alcaldes, curas, notarios, burguesas, folclóricas, aristócratas, guardias civiles, falsas ingenuas, arribistas y verdugos ha creado una colección irreemplazable.