Gonzalo Alonso
Crítico musical
Divos de ayer y hoy
¡Hay tantas formas de entender el término “divo”! Desde las laudatorias a las peyorativas. Estos mismos días se le achaca a una artista su divismo como insoportable. Para más detalles de forma totalmente inexacta y es que los medios de comunicación actuales trastocan casi todo. La música y sus actores, como todas las áreas de la humanidad, se han visto influidos por las redes sociales. Todo es falsamente inmediato.
Aunque la historia de la música cuente con figuras eminentes, no todas ellas alcanzaron la categoría de divos. Furtwängler, por poner un ejemplo, no lo fue. El primero de ellos quizá fuese Caruso y luego vendrían Karajan y otros muchos, pero el término se aplica más a los cantantes y Maria Callas fue la diva por excelencia.
En aquellos tiempos siempre existió un halo de misterio. Si había adelgazado gracias a haber ingerido una tenia, si había puesto los cuernos a su marido con Onassis en un yate, si había insultado al presidente del a República italiana al haber parado una representación en la Ópera de Roma… Todo ello se publicaba en los periódicos, pero entonces no había en ellos sección de comentarios con los que machacar como se efectúa ahora en ellos y mucho más ampliamente en las redes sociales. Los propios artistas tienen también buena culpa de ello al contar y fotografiar sus vidas en Facebook o Instagram. Me es inimaginable que Callas hubiese utilizado estos medios. Netrebko, la gran diva de hoy, no para. Se acabaron los misterios.
La comunicación, la publicidad manda. Acuérdense de un Pavarotti al que espectadores en el Palacio de los Deportes madrileño vitorearon como “¡Bravo, Tutto!”, creyendo que ese era su nombre porque la casa de discos había sacado y promocionado hasta la saciedad un álbum bautizado como “Tutto Pavarotti”.
La gente tiene hoy más información, pero también es más ignorante porque no la contrasta. Así no hay divismo que resista. Los artistas están sometidos a un pim-pam-pum que les rebaja
La gente tiene hoy más información, pero también es más ignorante porque no la contrasta. Da pena leer lo que se ha publicado estos días sobre una muy popular soprano. Así no hay divismo que resista. Las redes sociales han exacerbado algunos de nuestros defectos. Uno de ellos es la envidia y por eso es hoy mucho más difícil conservar la aureola de “divo admirado”. Los artistas están sometidos a un pim-pam-pum que les rebaja.
Plácido Domingo ha sido quizá el último divo de verdad de los tenores y ya ven lo que ha sucedido. Se busca machacar al divo porque eso es lo que hoy interesa, no su arte, sino todo aquello que genere morbo.
Otra gran diferencia, pésima, es que hoy cualquiera puede ser divo. Basta tener dinero o influencia. Que se lo pregunten a un director de orquesta tardío que lo es por el alto cargo político de su madre. En nuestros tiempos se puede ser divo siendo mediocre porque mandan las redes sociales. Antes había que tener calidad para ser divo. Ya no. ¿Acaso Bocelli lo es? El público ha perdido la capacidad de hacerse su propia idea. Las ideas se las inyectan las redes sociales. Así es todo en nuestro mundo.
Pilar Jurado
Soprano y compositora
Arte más marketing
Terrenalizar a los divos acaba con su divinidad. ¿Es esto bueno o malo? Es diferente. Vivimos en un mundo diferente al que admirábamos cuando comenzábamos nuestros primeros pasos profesionales, un mundo aún más diferente tras esta pandemia que está dejando heridas abiertas de las que quedarán cicatrices en una sociedad a la que le han cambiado las reglas del juego. Y como en otras épocas, asistimos al proceso evolutivo de los gustos y las tendencias.
Nunca en la historia ha habido una exposición tan intensa e inmediata como la que existe hoy en día. Y los divos de la ópera no son ajenos a ella. Si Callas, Tebaldi, Schwarzkopf, Del Monaco o Corelli hubiesen tenido el foco de las redes sociales sobre ellos, la leyenda de su carrera habría tenido otra textura. Si la importancia de la imagen hubiese imperado entonces tanto como lo hace ahora, es posible que algunas de las grandes voces del pasado no hubiesen superado los filtros suficientes para subir a un escenario.
La sobreexposición del artista le hace humano y le acerca a su público, pero esto va en detrimento del misterio necesario para crear el mito y su leyenda, y le hace más vulnerable ante ese mismo público que le demanda información.
Recuerdo aún con el vello erizado lo que significaron mis encuentros personales, al comienzo de mi carrera, con Sutherland, Gruberova, Cotrubas, Mesplé, Bergonzi, Berganza, Caballé, Kraus… Difícilmente se podría trasladar a las nuevas generaciones ese sentimiento que nacía de la magia de lo inalcanzable.
Frente a carreras que se forjaban en la leyenda como es el caso de la actriz Sarah Bernhardt o la propia Maria Callas, la aplastante realidad de Anna Netrebko o Renée Fleming busca nuevos caminos para reivindicar su privilegiada posición, cabalgando a lomos de un Pegaso al que la inmediatez le ha recortado las alas.
¿Habría podido Luciano Pavarotti hoy hacer la carrera de Jonas Kaufmann? Probablemente no. A una voz excepcional y a una manera especial de interpretar hay que unirles la imagen y el marketing
Son otros los arquetipos de hoy y sus ‘becerros de oro’. Los nuevos divos operísticos compiten por un espacio que se debate entre la excelencia y la complicidad con un público que necesita ser rejuvenecido por aquellos que entienden la fama como un abultado número de seguidores y cuyos puntos de encuentro son otros. Lejos queda la figura del crítico experto que marcaba tendencias. Ahora los trending topics generados por ‘múltiples’ motivos configuran esas listas, que gozan de la más absoluta fugacidad y que deben ser alimentadas continuamente para satisfacer su voracidad. Manejar estas premisas es vivir en una pura contradicción. Contradicción que hay que asumir y que cada uno acepta en la medida en la que su coherencia personal le permita negociar con esta realidad.
¿Habría podido Luciano Pavarotti a día de hoy hacer la carrera de Jonas Kaufmann? Probablemente no. A una voz excepcional y a una manera especial de interpretar, hoy hay que unirles una imagen espectacular y un inteligente marketing digital. Pero la pregunta está en cuál de esas características debe predominar en la propuesta, porque el orden de factores aquí sí altera el producto.