Lola Larumbe
Dueña de la Librería Rafael Alberti
Historia de los 47
En días cercanos a la Navidad pasada me llamó una persona a la librería. Me dijo que quería regalar ese año especial, en el que todo parecía que había cambiado, libros a todos los integrantes de su familia. Usted no me conoce, añadió, nunca he pisado su librería ni ninguna otra en ningún otro sitio, a mí no me gusta leer, es una larga historia, pero me he informado y me han dado su referencia, me fío de su juicio y elección, nadie va a venir con reclamaciones, lo que usted diga va a misa.
La lista de los deseos en navidad se escribe con letras de diferentes tamaños y colores: porque la escritora x hablaba de él en su columna… Y también porque me lo recomienda mi librera
Pues muchas gracias por la confianza, pero así sin conocernos de nada me tendrá que dar alguna pista sobre gustos y edades, aficiones o profesiones, si todos son como usted o hay alguno aficionado a los libros… en fin, ¿y cuántos son ustedes en casa? Pues hay de todo, desde arquitectos a niños que gatean, pasando por varios que están en edad escolar pero que no pegan un palo al agua y que se pasan todo el día con la maquinita, a las chicas creo que les gusta más, pero este año a todos les toca libro, está decidido.
Total, entre unos y otros, cuarenta y siete he contado, creo que no me equivoco, yo no me incluyo, claro está, un libro para cada uno, no se preocupe por el precio, yo le mandaré la lista de nombres y edades para luego distinguir los paquetes, también mis datos y la numeración de la tarjeta bancaria para que puedan cobrarlo, me los envían a casa, que yo no tengo ganas de salir para nada y la calle se pone espantosa en estas fechas.
Ya, sí, gracias, entendido, dije, dudando si no sería el día de los inocentes, espero entonces la lista. Bueno, un momento, se me olvidada, añadió antes de colgar el teléfono, solo hay una condición que deben cumplir todos y cada uno de los libros que ustedes escojan para mis familiares, incluso para los que no saben leer todavía –ya, ahora viene lo bueno, pensé, no podía ser todo tan fácil–, todos esos libros, los cuarenta y siete, tienen que servir para que después de haberlos leído o escuchado leer a otros, sientan la necesidad imperiosa de seguir leyendo ya sin parar hasta el final de sus días, que nadie en esta familia y en las generaciones que vengan después, vuelva a sentirse tan solo como yo en estos meses atrás por no ser capaz de disfrutar de la compañía de un libro.
La lista de los deseos de los lectores en Navidad se escribe con letras de diferentes tamaños y colores: porque lo he oído por la radio, porque es del autor de otro que leí y que me ha gustado mucho, porque lo he visto en Instagram, porque está entre los más vendidos, porque me gustan muchos libros de esta editorial, porque la escritora X hablaba de él en su columna… y también porque me lo recomienda mi librera.
Felices lecturas, regale libros esta Navidad.
Antonio Ramírez
Director de la Librería La Central
De lector a lector
Cuando elegimos un nuevo libro, para una próxima lectura o para regalar, siempre formulamos una hipótesis: ¿gustará? ¿cumplirá con las expectativas? Hasta la última página no hay manera de saberlo. Nos toca intuir, adivinar. El libro mismo nos ofrece indicios –información sobre el autor, la colección, los textos de la solapa, las fajas o la imagen de la portada– pero, para encuadrarlos de una manera efectiva, precisamos de un amplio marco de referencia: conocer la trayectoria del autor, otros libros publicados por la editorial, ciertas nociones culturales e históricas, sólo así podremos postular una hipótesis fundada.
Ningún lector es una isla: al optar por un libro, al preferir un autor, una editorial o un género, estamos diciendo algo particular sobre nosotros mismos y sobre nuestro lugar en el mundo
Son más bien escasos los lectores que deciden sus próximas lecturas tan sólo a partir de sus referentes personales, quizás apenas los profesionales y los críticos literarios. Para la mayoría de las personas que leen por placer, la elección de futuras lecturas se apoya, tanto o más, en la opinión de otros: amigos, colegas, personas a las que se les concede confianza “de lector a lector”. Y no sólo por esta confianza: compartir opciones de lectura es una oportunidad para intercambiar significados entre pares. Elegimos en común y compartimos lo leído; como el cine, las series, la moda o tantos otros contenidos simbólicos, leemos y consumimos en comunidad. Ningún lector es una isla: al optar por un libro u otro, al preferir un autor, una editorial o un género, estamos diciendo algo particular sobre nosotros mismos y sobre nuestro lugar en el mundo.
En la elección de una nueva lectura confluyen tanto nuestra trayectoria lectora particular como los valores que compartimos con las comunidades a las que pertenecemos. Para quien dispone de un bagaje lector denso, elegir es un placer en sí mismo, una decisión que confronta en el flujo de intercambios que mantiene con su comunidad. Por el contrario, cuanto más débil es la experiencia lectora, más determinante serán la opinión del grupo; para quien compra libros ocasionalmente, la elección suele ser un problema: ¿Qué escoger? ¿De quién fiarse? Los premios, la popularidad del autor o los miles de likes, suelen resolverlas dudas: se opta así por lo que “todo el mundo lee”, sin más preguntas.
Lo que en realidad debería sorprendernos es cuando, de pronto, muchas personas, a veces decenas de miles en un mismo territorio y durante un cierto período de tiempo, coinciden todos leyendo los mismos libros, eligiendo apenas un puñado y descartando millares de lecturas alternativas. Un gran misterio sobre el que pocas veces tenemos algo certero que decir. Los mecanismos que generan estos acuerdos tácitos son siempre efímeros, volátiles, propios de la cultura oral, no hay algoritmo que pueda anticiparlos. Como mucho, podemos registrar cuando ya están en marcha o acaso prever su orientación, pero nada en ellos puede ser dirigido o planificado de antemano. Ponen en evidencia lo fundamental: la última palabra la tienen los lectores. Y ningún lugar más apropiado que las librerías para observar los engranajes del acuerdo y tratar de incidir de la única manera posible: de lector a lector.