Alex Nogueras
Codirector de la galería NoguerasBlanchard
Entre la fair-tigue y el paracaidismo
El parón forzado que hemos sufrido durante la pandemia nos ha permitido tomar una cierta distancia con las rutinas y los roles que tan obedientemente habíamos asumido. Las ferias de arte se promocionan como algo más que un mercado (en el sentido de plaza) al que las galerías acudimos para acceder a clientes que normalmente no nos visitan en nuestras ciudades. Pretenden ir más allá de las transacciones comerciales, facilitando y apoyando intercambios de conocimiento mediante conferencias y mesas redondas, la creación de redes, y la visibilidad de los artistas y galerías. Pero hay algo en el modo en que están articuladas las ferias que chirría, y que hace que las galerías (o al menos las galerías como NoguerasBlanchard) no nos sintamos cómodas del todo.
Creo que es pronto para decir si ha cambiado el papel de las ferias de arte, pero lo que es seguro es que el modelo se debería cuestionar. Personalmente, como cliente de varias de las corporaciones que organizan las ferias, no me interesa recorrer el mundo con un stand a cuestas vendiendo indiscriminadamente en París, São Paulo o Hong Kong bajo el paraguas de una gran marca. Cuando hemos participado en estas ferias la sensación es de deslocalización, sin apenas relación con el entorno donde se ubican, con una concentración absoluta en lo que sucede dentro del recinto ferial, y en concreto en los metros cuadrados de nuestro stand.
Nos encontramos ante una disyuntiva. Todo está cambiando, pero ¿con qué fin? Asumiendo que la rueda gira, y que contribuimos a ello, sería lícito desear que redundara en el arte, que buena falta le hace
Por otro lado, las ferias más pequeñas, más dedicadas y hasta cierto punto adaptadas a su público local contribuyen enormemente a la difusión del arte y de las ideas que queremos representar. La presión para la galería participante es menor y permite alzar la vista y conocer el entorno, creando así una simbiosis mucho más fructífera. Recordando comentarios de los usuarios de las ferias, tanto galeristas como coleccionistas, la mayoría de ellos declaraban antes de la pandemia estar agotados de saltar de una feria a la siguiente. Es lo que se llamó el fair-tigue. No nos equivoquemos, esa actividad frenética ni es glamurosa, ni es cómoda, ni es sostenible. Sólo salva la situación la fantástica comunidad internacional que forma el mundo del arte, que en ocasiones se siente como una gran familia. Esta es la fuerza de nuestro sector, la que saben reconocer los organizadores de las ferias y la que nosotros apreciamos en la medida en que nos hace felices, pero no necesariamente en el potencial económico que representa.
Todo esto me lleva a imaginar qué pasaría si el mundo del arte tomara las riendas de sus posibilidades económicas, y si en lugar de someterse a las corporaciones que organizan las ferias con gran beneficio, ese enorme flujo monetario revirtiera directamente en el arte, en las galerías, en los artistas. Hemos visto cómo en pandemia las galerías han aguantado el tirón, y en cambio ha habido movimientos significativos en el mundo ferial. Nos encontramos ante una disyuntiva gattopardiana, todo está cambiando, pero ¿con qué fin? Asumiendo que la rueda gira, y que contribuimos a ello, alegremente muchas veces y a regañadientes otras tantas, pienso que sería lícito desear que redundara en el arte, que buena falta le hace.
Nerea Fernández
Codirectora de la galería N/F Nieves Fernández y presidenta de Arte Madrid
Si en su momento las ferias supusieron una plataforma de difusión del arte contemporáneo enormemente exitosa, una auténtica revolución del mercado del arte, ahora, décadas después, cabría preguntarse qué porcentaje del público que han generado se ha comprometido realmente con la creación plástica a largo plazo. Por otra parte, el panorama previo a la pandemia ya evidenciaba una saturación de ferias, con la creciente preocupación por parte del sector acerca del altísimo coste que estas comportan para galerías y artistas, y con el consiguiente nacimiento de nuevas iniciativas colaborativas entre las que ha crecido el protagonismo de los gallery weekends.
La pandemia supuso un parón irremediable de esta dinámica. Las ferias no tuvieron un papel, ni mayor ni menor, simplemente se cancelaron. Muchas trataron de digitalizar sus ediciones, pero de momento parece que estas iniciativas online no han dado grandes resultados. Las ferias son puntos de encuentro muy singulares, espacios de socialización y descubrimiento en los que juega un papel decisivo una particular relación física con las obras de arte, un estímulo determinante para la reflexión íntima y compartida. Por el momento las propuestas virtuales distan de poder competir en este punto si exceptuamos, claro está, todo lo concerniente a las obras en específico formato digital.
Tenemos que replantearnos de una manera más exigente la sostenibilidad de este tipo de eventos. Encarar el coste ecológico que supone el transporte de tantas personas y materiales para un periodo tan breve
Tras las restricciones, las ferias han tratado de volver al estado previo de las cosas, pero tal vez convendría mirar desde un lugar diferente, analizar y replantearlas, y quizás disminuir el número que se celebra anualmente. Tantos meses en una situación insólita nos ha legado una experiencia que invita a un replanteamiento general, o al menos, a la voluntad de entender lo oportuno. Hemos profundizado más en relaciones escogidas, nos hemos sobrepuesto a la urgencia, hemos pasado más tiempo en la misma ciudad y, como galeristas, nos hemos centrado más en el espacio propio, casi redescubriéndolo, imaginando nuevas posibilidades. En nuestro caso esto ha supuesto un cambio en la programación de la galería, así como el nacimiento de nuevas iniciativas que nos han vinculado a otros públicos, a otras sensibilidades.
Resulta complicado adaptar la estructura de las ferias a la incertidumbre actual. Con la enorme inversión y previsión que suponen, y el alto número de personas involucradas, el riesgo que antes suponían se multiplica ahora de forma evidente. Es posible que tengamos que replantearnos de manera más exigente la sostenibilidad de estos eventos. Un enfoque actualizado que encare con responsabilidad el coste ecológico que supone el transporte de tanta gente para un periodo tan breve, los residuos, embalajes, transportes, etc. Las ferias siguen siendo, sin duda, importantes para el sector del arte plástico, pero estamos en un momento de cambio que la pandemia ha acelerado. Y todos sus actores tenemos que replantearnos nuestras dinámicas habituales de forma consecuente. Entre todos tenemos que intensificar en términos de calidad y viabilidad el necesario pulso que el arte ha de mantener en nuestra sociedad.
El Cultural en ARCO
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