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Derechos animales y deberes humanos

La Ley de Protección Animal nos ha devuelto el dilema sobre los presuntos derechos de los animales y los deberes y necesidades de la civilización humana con arreglo a las características biológicas de ambos. Reflexionamos sobre una encrucijada... ¿moral?

Ignacio Morgado Gregorio Luri
14 marzo, 2022 03:07

Gregorio Luri

Gregorio Luri

Gregorio Luri
Filósofo y ensayista. Autor de Mermelada sentimental (Encuentro)

¿Eterna Treblinka?

Si los animales pueden sentir, escribía el médico español Gómez Pereira en su Antoniana Margarita (1554), entonces “los humanos somos crueles con ellos”. Dos siglos después, Jeremy Bentham reactualizará esta cuestión en An Introduction to the Principles of Morals and Legislation (1780): “El asunto no es ¿pueden razonar? Ni, tampoco, ¿pueden hablar? sino ¿pueden sufrir?”. Si con Gómez Pereira y Bentham el animal es un ser paciente, en nuestros días la capacidad de sentir dolor ha pasado a ser el fundamento de una dignidad que permite comparar al hombre con cualquier otro ser sufriente. El que padece es nuestro igual y si sufre, es que alguien le debe el cariño que le falta. Por lo tanto, el infeliz no puede ser culpable. El culpable es el que le ha negado su empatía preventiva. De ahí el patocentrismo moderno. La carne sensible a la herida y al desprecio nos iguala a todos porque es la misma en el hombre o en la vaca (pero no en el feto).

Si un día las hormigas se sublevan contra los hombres, es altamente probable que haya hombres combatiendo en sus filas por argumentos morales

El encuentro de Gómez Pereira y Bentham con el emotivismo contemporáneo ha cambiado el clima moral de nuestra época, porque si la capacidad de sufrir es común a todos, el poder de hacer sufrir se presenta como una peculiaridad humana. Con este desequilibrio sólo el paciente potencial –el vulnerable– se convierte en políticamente respetable. Mientras que el hombre es el verdugo de la naturaleza porque tiene poder, la carne es inocente porque puede sufrir. Aquí la racionalidad es sospechosa de aliada del poder. Lo importante no es pensar, sino sentir cómo ante el dolor se desvanecen las fronteras del especismo.

La historia moral, de Gómez Pereira a nuestros días, podría verse como la metamorfosis de los movimientos de liberación. El primero habría sido el movimiento antiesclavita, seguido por los movimientos de liberación de las mujeres, de los gais y, finalmente, de los animales. Pero observemos que si, en los primeros, estaba en juego el significado de la igualdad entre los seres humanos y la dignidad intrínseca de la persona, ahora está en juego el concepto de sujeto moral y la posibilidad de disolver el nexo entre persona humana y sujeto de derechos.

Y en estas estábamos cuando se produjo la desastrosa evacuación de Afganistán. De Kabul se sacaron con toda diligencia alrededor de 200 perros y gatos de un refugio y se enviaron sanos y salvos a Inglaterra, mientras que algunas personas que habían estado colaborando con los occidentales intentaban desesperadamente huir del país porque peligraban sus vidas. Algunos se sujetaban a cualquier agarradero de los aviones que despegaban apresuradamente, cayendo al vacío poco después del despegue. En resumen: kantismo para animales y utilitarismo (es decir: moral sacrificial) para humanos. Si un día las hormigas se sublevan contra los hombres, es altamente probable que haya hombres combatiendo en sus filas por argumentos morales. El hombre es el único que puede hablar de “eterna Treblinka” para denunciar su trato a los animales (Patterson); promover el estatus de ciudadanía a los animales domésticos (Donaldson y Kymlicka) o negar que la vida de un recién nacido tenga más valor que la de un cerdo (Singer).

Ignacio Morgado

Ignacio Morgado

Ignacio Morgado
Catedrático de Psicobiología (UAB). Autor de Materia gris (Ariel)

Ante nuestra propia humanidad

Los mamíferos y las aves, clases de animales filogenéticamente evolucionados y objetivos prioritarios de cualquier ley de protección animal, son seres conscientes e inteligentes, capaces muchos de ellos de comportamientos individuales y sociales sofisticados que muchas veces nos impresionan. Más allá de proteger a sus crías, los perros protegen también a sus amos, y los córvidos pueden incluso esquiar en un tejado nevado deslizándose con la tapa de un refresco que buscan reiteradamente a propósito, lo que nos indica que su comportamiento lúdico va más allá del simple instinto de supervivencia.

El sistema nervioso de los animales les hace sentir dolor como el nuestro pero, ¿cuánto pueden sufrir al verse desamparados? Creemos que mucho, aunque nunca tanto como las personas

Uno se pregunta qué puede haber en la mente de esos animales, pero nunca lo podremos saber porque nadie puede penetrar en la mente de un animal del mismo modo que nadie puede penetrar en la mente de otra persona. Sus pensamientos los intuimos o derivamos de sus comportamientos, lo que hace que muchas veces atribuyamos a nuestras mascotas sentimientos, deseos o intenciones como los de las personas. ¿Lame mi perro mi mano porque me ama o porque le gusta el sabor salado de la piel de mi mano? Por supuesto, cualquier persona enamorada de su mascota le atribuirá siempre sentimientos como los nuestros que pueden no ser ciertos, pero eso en realidad poco importa si el amo se siente mejor con ello. “Usted no conoce a mi perro”, me han dicho algunas personas cuando expreso dudas sobre las intenciones o sentimientos que se le atribuyen.

Descartada como incuestionable su inteligencia, debemos centrarnos en si los animales sufren como nosotros. Ni que decir tiene que su sistema nervioso les hace sentir dolor como el nuestro cuando se les infringen daños, pero, más allá de ese dolor ¿cuánto pueden sufrir al verse desamparados? Creemos que mucho, aunque nunca tanto como las personas. El sufrimiento que acompaña al dolor, es decir, el dolor emocional, tiene mucho que ver no solo con la consciencia, sino, especialmente, con la autoconsciencia, la capacidad que permite reflexionar sobre la propia situación y los propios pensamientos y que hasta el momento no ha podido demostrarse, más allá de los humanos, en ninguna otra especie animal.

Cuando padecemos algún mal, somático o mental, el sufrimiento se acrecienta al razonar sobre lo que ese mal puede acabar significando en nuestra vida y nuestro futuro, algo inconcebible incluso en la mente de un animal tan evolucionado como el chimpancé pigmeo o bonobo (pan paniscus), nuestro primo hermano más cercano. Aunque sus capacidades somáticas y cognitivas sean limitadas en comparación con las nuestras, si alguien cree que por ello deberíamos descuidar los derechos de los animales se equivoca, entre otras razones porque el amor a los animales es también un ingrediente básico de nuestra propia humanidad, como lo es el amor a las demás personas. El sufrimiento que puedan tener los animales nos alcanza también a nosotros los humanos y aunque solo fuera por eso, más allá de atribuirles justos derechos, debemos establecer leyes y reglas que, evitando el malestar y sufrimiento de los animales, eviten también el nuestro.

Jean Dubuffet: 'Nunc Stans', 1965. © Jean Dubuffet, VEGAP, Bilbao, 2022

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