José Antonio Marina
Profesor y autor de La educación del talento (Ariel)
El decreto
La redacción de El Cultural me pregunta sobre el reciente Decreto sobre enseñanzas mínimas en Educación Secundaria Obligatoria. Intentaré responder con las quinientas palabras que el espacio permite. ¿Qué opino sobre la desaparición de la Filosofía? En la Enseñanza Obligatoria la desaparición es total, porque el jibarizado currículo de Educación en valores cívicos no tiene entidad filosófica, es decir, es un programa cosmético. La eliminación de la Filosofía, sin embargo, procede de la UE. Cuando se adoptó un sistema educativo por competencias (y no por asignaturas), no se incluyó la Filosofía. Es un enfoque que no valora el pensamiento crítico. Este desinterés está relacionado con el auge de las disciplinas STEM (science, technology, engineering, mathematics) y el desdén por las humanidades. Pero cada palo debe aguantar su vela. Los humanistas no han sabido justificar bien la importancia de sus materias. Y en esta incapacidad incluyo a los filósofos, que no están muy seguros de lo que deben enseñar.
Nuestra profesión no es enseñar, sino conseguir que nuestros alumnos aprendan. Y recuerdo a la sociedad que parte importante de nuestra forma de vida conspira en contra de la escuela
¿Qué opino de la huida del aprendizaje cronológico de la Historia? El currículo de Historia es muy ambicioso e intenta la cuadratura del círculo. Quiere hacer un enfoque temático (las formas políticas a través de la historia; el paso de la servidumbre a la ciudadanía; las guerras, sus causas, efectos y el papel de la sociedad civil; la influencia de las religiones en la sociedad, etc.), y al mismo tiempo mantener la estructura cronológica. Los dos primeros cursos se centran en la edad antigua y media, y el tercero y cuarto en la moderna y contemporánea. Tal como está planteado, me parece irrealizable teniendo en cuenta el tiempo asignado.
¿Qué opino de la evaluación no numérica? El problema central de la evaluación no es ese. La “evaluación selectiva” (este alumno pasa o no pasa) depende de la “evaluación como recurso pedagógico”, que debe ser continua. Permite ayudar al alumno en cuanto se detecta un retraso. Pero hacerlo exige tiempo y medios, que no se proporcionan. Repetir curso es una mala medida, pero la solución no es que todos pasen, sino que todos progresen adecuadamente. Recuerdo a mis colegas que nuestra profesión no es enseñar, sino conseguir que nuestros alumnos aprendan. Y recuerdo también a la sociedad que parte importante de nuestra forma de vida –el uso excesivo de nuevas tecnologías, un demagógico respeto a todas las opiniones, un escepticismo hacia la verdad, y la estimulación continua de los deseos, esencial a la sociedad de consumo– conspiran en contra de la escuela.
¿Qué opino de un aprendizaje “menos memorístico”? El descrédito de la memoria es fruto de una culpable ignorancia. La memoria es el órgano del aprendizaje. Todo lo que aprendemos lo aprendemos gracias a la memoria. Desde leer y escribir, a jugar al tenis como Nadal. Es ridículo a estas alturas atribuir a la memoria la única facultad de “guardar y repetir”. La memoria es una facultad activísima, creadora, que comprende, capta patrones, relaciona, inventa. Educar es ayudar a construir la memoria el alumno. Aquí están las quinientas palabras.
Andreu Navarra
Profesor y autor de Devaluación continúa (Tusquets)
Hacia la idiotización masiva
El problema con los Reales Decretos es que, como ocurre siempre que estalla una polémica educativa, se posicionarán en sus trincheras los partidarios de las innovaciones frente a los llamados “profesaurios” y volveremos a ver la cíclica y tradicional pelea entre “gurús” y “obsoletos” o “inmovilistas”. Y llevamos así desde 1990. Creo que hay que abordar el tema sin la clásica batalla, desde más arriba. Hace cien años, algunos pedagogos se dieron cuenta de que los sistemas liberales habían empezado a apostar por la instrucción pública estatal en cuanto las industrias empezaron a necesitar personal calificado.
¿Adónde vamos como sociedad? ¿Qué pretendemos? ¿Es realmente progresista arrancar saber y convertirlo en actividad lúdica? ¿El alumnado quiere realmente eso?
Lo que está ahora en juego no es una remodelación metodológica, ni siquiera curricular. Lo que se está produciendo es una reconversión económica, que reclama idiotización masiva y estabulación de las clases bajas en centros rediseñados como red asistencial en lugar de una red asistencial auténtica, que valdría demasiado dinero. ¿Qué tiene que ver esta necesidad social de que exista una clase subalterna sin derecho a empleo de calidad con la Historia no cronológica o la extirpación de la Filosofía? ¿No se han dado cuenta de que llevamos años confundiendo la política progresista con un mero suprimir, con un mero recortar y adelgazar? Sin embargo, sabemos que el alumnado pobre necesita, precisamente, más contenidos para poder competir con el favorecido. ¿Quién sino la escuela le aportará la cultura ciudadana básica? Por lo tanto, evitemos caer de nuevo en otra abigarrada discusión entre tradicionalistas y gubernamentales. Esa discusión está demasiado contaminada de intereses ajenos a la educación y el aprendizaje.
Gran parte de los gurús y líderes educativos defienden intereses de corporaciones, y buena parte de los inmovilistas reactivos ni siquiera se leen lo que critican. Como he intentado explicar, me parece urgente plantear la pregunta desde una perspectiva más global y más social: ¿Adónde vamos como sociedad? ¿Qué pretendemos? ¿Es realmente progresista arrancar saber y convertirlo en actividad lúdica? ¿El alumnado quiere realmente eso? ¿Dónde han quedado nuestra escuela escolar, nuestra academia académica, nuestro presupuesto de inclusión? ¿Deseamos una sociedad de súbditos que lo ignoren todo sobre nuestra historia y sobre el único tipo de pensamiento que podría orientarlos? Por no entrar en otras preguntas más, digamos, útiles: ¿quién y cuándo, en qué horas, se van a preparar esos proyectos y ámbitos y contenidos online a tres meses del final del curso?
A mi modo de ver, estamos desviando la atención de temas mucho más preocupantes que la enésima supresión del currículum (aquí en Cataluña los llamamos “ridículums”), por ejemplo: las externalizaciones de actividades lectivas, las desviaciones de dinero público a fabricantes y distribuidores de aparatos tecnológicos, la enorme crisis de atención que padece nuestro alumnado, poroso a los problemas de los adultos, y la continua infantilización de un alumnado al que estamos cortando las alas a través de una falsa filosofía progresista. Lo progresista es extender el saber estructurado: hoy demasiado alumnado de la ESO acaba la etapa obligatoria sin apenas saber leer y sin los saberes mínimos exigibles.