Manuel Borrás
Editor de Pre-Textos
Celebrando la vida
A decir verdad, nunca fui amigo de las concentraciones, del gentío, de las ferias. Para mí tres personas son multitud. Con todo, puedo afirmar que hay dos de esos eventos del mundo del libro que me gustan especialmente, y que he disfrutado como nadie: el de Guadalajara, México, y el madrileño que se celebra en el Parque de El Retiro. Ese lugar único de Madrid en el que todos se ponen de acuerdo, como recordaba mi gran amigo Darío Jaramillo en su discurso de inauguración de la anterior, citando a su vez a mi otro gran amigo Andrés Trapiello.
Los libros hacen mejores a los ciudadanos porque nos enseñan que la realidad es mucho más simple de lo que creemos, pero que por ello no significa que sea más fácil de captar. Más bien, todo lo contrario
Visité por primera vez esa feria en mi infancia junto a mis padres. Aun viviendo, como era mi caso, en provincias, no faltaba ni un solo año a su cita. La recorría habitualmente a la búsqueda de aquellos libros que no encontraba en las librerías de mi ciudad natal. Libros, todo hay que decirlo, la mayor de las veces editados por instituciones que no se preocupaban de su distribución y que acababan pudriéndose en los galpones de los respectivos ayuntamientos, diputaciones, etc., a no ser, claro, que uno se acercase a esas casetas y tuviera además la suerte de que les quedase algún ejemplar.
Aprovechaba también, cómo no, para proveerme de la información necesaria en los stands de mis editoriales preferidas de toda aquella novedad que hubiera aparecido con la lógica insaciabilidad que suele mover a todo joven ávido de lecturas, y más en una España en la que no era fácil acceder a determinadas ediciones. De ahí pasé, casi sin transición, así discurren las vidas, a estar presente como editor.
Debo decir que mi primera experiencia como participante profesional en la feria del Retiro madrileña no pudo ser más positiva. Se me ofrecía por primera vez ver, tener contacto directo con nuestros lectores. Intercambiar con ellos conversaciones, poder aconsejarles una lectura, permanecer atentos a lo que ellos pudiesen también darnos. Todo eso supuso para mí, para el círculo mágico que constituía la familia Pre-Textos, un verdadero regalo.
Por fin se hacían presentes aquellos con los que habíamos querido compartir algo que había sido útil a nuestras vidas previamente y que, hasta ese momento, habían permanecido ocultos a nuestros ojos, por más que se les hubiera intuido. Nuestra caseta supone también un gustoso punto de encuentro de los amigos y autores de Pre-Textos. Una verdadera fiesta y, más cuando uno comprueba que la media alta de sus lectores suele ser de todas las edades con preponderancia de los jóvenes.
De todos es sabido que la feria de El Retiro ayuda a editores y libreros con sus ventas a pasar el rubicón del verano, pero lo que la singulariza y hace necesaria es esencialmente que brinda una ocasión magnífica a lectores, autores, libreros y editores de seguir celebrando la vida a través de los libros. Estos, no nos quepa la menor duda, hacen mejores a los ciudadanos porque nos enseñan, entre otras cosas, que la realidad es mucho más simple de lo que creemos, pero que por ello no significa que sea más fácil de captar. Más bien, todo lo contrario.
Eva Serrano
Editora de Círculo de Tiza
La magia de tejer afinidades
Editores y libreros nos enfrentamos a cada nueva Feria del Libro de Madrid como un reto, una prueba que genera ansiedad y vértigo. El encuentro con lectores y autores es la prueba del algodón. ¿Habremos acertado en nuestras propuestas de libros a lo largo del año? ¿Quién compra nuestros libros? ¿Quién lee a nuestros autores? ¿Por qué lo hace? Con la producción hipertrofiada de nuevos títulos cada año, que alguien elija un libro nuestro y lo lea es una suerte de milagro. Si este proceso lo hace a través de una librería física, por consejo de un librero en lugar de a través de una fría plataforma que prácticamente elige por ti, es algo así como una epifanía.
En la feria los grandes pueden elegir, son consultados y su opinión es tenida en cuenta. Los pequeños estamos sujetos a las extrañas consecuencias del azar o de decisiones que jamás se nos consultan
La Feria de Madrid es una hermosa tradición cuya liturgia siguen los madrileños, que cada año se pasean entre casetas con una oferta infinita, un tiempo de exposición que para un editor –acostumbrado a observar sin ser visto– resulta una oportunidad de escuchar y aprender. Es también un gran esfuerzo. Los editores independientes somos trabajadores precarios y 17 días de caseta suponen una carga de trabajo en ocasiones inasumible. Su día a día continua, los manuscritos se acumulan, las revisiones de los libros en producción no pueden esperar y las mil trampas burocráticas del pequeño empresario siguen su curso. Contratar ayuda externa formada es un lujo que está al alcance de muy pocos.
A pesar de las dificultades, aguardamos esta oportunidad con ilusión. Una buena feria puede suponer un porcentaje alto de sus ingresos anuales, que varían entre un 10 % y un 20 % del total, en función de su tamaño. Es también el mejor boca-oreja posible y puede implicar algo tan difícil como fidelizar lectores. Pero estas expectativas se pueden derrumbar por una mala colocación de la caseta. Estar al sol cuando hace mucho calor, demasiado lejos de la entrada o de los lugares estratégicos, tener enfrente un bar o no, estar rodeado de casetas con actividades ruidosas… son muchos los elementos que pueden desincentivar a un paseante abrumado por demasiados impulsos externos. Los grandes pueden elegir, son consultados y su opinión es tenida en cuenta. Los pequeños estamos sujetos a las extrañas consecuencias del azar o de decisiones que jamás se nos consultan.
Pero el editor está hecho a la incertidumbre, podríamos decir que es su hábitat natural. Nunca sabe qué libros triunfarán o cuáles serán ignorados. A pesar de eso, o justo por eso, se convierte en un adicto. Cada libro nuevo es una apuesta. Eso es lo que hace que esta profesión sea apasionante.
Y cuando se produce el feliz encuentro con un lector que halla al autor de un libro que cambió en algo su vida, que le hizo reír o llorar o emocionarse, se reafirma en que lo que hace tiene un propósito: tejer afinidades entre seres que de otra manera no habrían llegado a cruzarse nunca. Yo he escuchado confesiones en voz alta de una adolescente que nunca se había dicho a sí misma, hablando de lo que sintió con uno de los libros de Círculo de Tiza. Ahí está la magia. Por eso seguimos.