Escritor y editor. Director de Letras libres. Su último libro es La muerte del hipster (Random House)
El censor que llevas dentro
La censura depende de a quién le otorgas la autoridad moral para ejercerla: censura quien puede, porque son muchos los que quieren hacerlo. En las democracias liberales contemporáneas la censura estatal está muy acotada –aunque no ha dejado de existir: se recurre a leyes fósiles destinadas a combatir el terrorismo o proteger los sentimientos religiosos, o a sanciones administrativas donde el acusado tiene menos posibilidades de defenderse–, pero hay otras formas de limitación de la libertad de expresión.
A menudo, las presiones son más fuertes en el periodismo que en la creación; casi siempre los motivos son más económicos que ideológicos. Con mucha frecuencia, la censura la ejercen grupos, más que el Estado. En los países de habla inglesa, y a veces, aunque menos, en el nuestro, hemos visto intentos por restringir la circulación de obras desde la derecha y desde la izquierda.
Algunas obras dan malos ejemplos morales para los jóvenes y los conservadores dicen que no deben distribuirse en las bibliotecas; algunas obras o sus autores eran malos ejemplos y los progresistas rechazan que esas piezas se publiquen en la editorial donde trabajan o se emitan en festivales. La movilización de una masa ruidosa hace que se retiren obras; lo que justifica que esto ocurra puede ser la obra en sí o las opiniones del autor.
Lo bonito es que la moda cambia y las transgresiones son arbitrarias: molesta un patoso pero se tolera al 'cheerleader' de un genocidio
Lo bonito es que la moda cambia y las transgresiones son arbitrarias: molesta un patoso pero se tolera al cheerleader de un genocidio. El miedo hace posible el silenciamiento: las empresas y las instituciones realizan un control de daños que teme por la reputación y los ingresos. En algunos casos (pensemos en periódicos y revistas) porque la posición financiera es más débil que en otras épocas. En otros, porque es un mecanismo de sustitución de élites: permite ocupar un sitio.
También, como ha dicho David Rieff, se ha instalado la idea de que una obra con un propósito social es mejor que una que no lo tiene, y que hay algo levemente ilícito en el arte que se define como apolítico. Cambian las estrategias y la efectividad, pero la pulsión por una policía moral es transversal y puede ser una forma de ganarse la vida.
El creador, pese a toda la poesía de la torre de marfil, es un animal social. El suyo es un trabajo individual pero depende de una aprobación colectiva con pocos valores objetivos. Los tabúes se interiorizan fácilmente y en sociedades más o menos felices lo que más funciona es la autocensura: esos frenos que te colocas para no desentonar o molestar a los cercanos, para no ser excluido, con la paradoja de que también sabes que el establishment tiende a premiar a quien escenifica una transgresión pero solo actúa como ejemplo de legitimación de lo más autocomplaciente y putrefacto del sistema.
La clave, de nuevo, es a quién entregas la autoridad para que te censure: los que tenemos la suerte de vivir en sociedades libres también acarreamos el deber de emanciparnos del censor que llevamos dentro, de atrevernos a estar solos.
Ensayista, científico y narrador. Su última novela es El libro de todos los amores (Seix Barral)
Decálogo de buenas prácticas del censor y el censurado
1. El influyente politólogo Carl Schmitt definió así la figura del soberano: “aquel que tiene el poder de declarar el estado de excepción”. Como señala Giorgio Agamben en Homo Sacer, el soberano cumple pues la paradójica condición de poder estar dentro de la ley y simultáneamente fuera de ella –saltársela–.
2. Todo artista, si lo es, se autoproclama soberano, declara su estado de excepción e intentará situarse fuera de alguna clase de ley, norma, costumbre o subcultura. Además, si su obra es compleja, caminará en la delgada línea que separa la legalidad de la ilegalidad: construcción de un espacio alegal en el que poder trabajar fuera de la norma y al mismo tiempo cuestionarla desde dentro.
3. Todo artista aspira a ser censurado, durante unos instantes hacerse visible fuera de la ley para obtener el beneficio del capital simbólico: a imagen y semejanza del mártir judeocristiano, el héroe mitológico heleno, el colectivista antihéroe marxista, o el liberal “hecho a sí mismo”, ganar prestigio en su sacrificio por una comunidad o por una idea.
4. El artista sutil acostumbra a transgredir no exactamente leyes sino normas, cuyo resultado será como mucho una sanción monetaria o el apartamiento de la obra del circuito público; dada la digitalización global, la retirada de una obra de la circulación resulta hoy imposible.
5. El artista torpe transgrede leyes que conllevan penas de cárcel o multas. Por ejemplo, en una obra amenazar de muerte a un ciudadano –con nombre y apellido– bajo el pretexto de que la amenaza viene empaquetada en forma de canción.
Las sociedades, cuanto más complejas son, más sus ciudadanos practican alguna clase de autocensura, y por el contrario, más sus Estados abandonan la censura oficial y diseñan una censura ambiental
6. En tal extremo el Estado de Derecho le hace saber al artista que la libertad de expresión es solidaria a un límite, “te dejamos erigirte en soberano hasta que una ley de rango superior sea violentada”. En la premodernidad esta transgresión sólo le era permitida al aristócrata o al bufón. En las sociedades modernas se le recuerda al artista que no es aristócrata ni bufón; ha de someterse a la misma legalidad que el conjunto de la ciudadanía.
7. Respecto a la autocensura, acostumbra a venir inducida por el entorno social y puede significar polos contrapuestos: o bien una expresión de lo altamente civilizado –“me reprimo por respeto a otros”–, o bien una degradación moral en tanto que sumisión a valores represores.
8. Las sociedades, cuanto más complejas son, más sus ciudadanos practican alguna clase de autocensura, y, por el contrario, más sus Estados abandonan la censura oficial –mal vista por el electorado– y diseñan una censura ambiental, a la que el dócil ciudadano se somete por voluntad propia.
9. Cuando la autocensura es inducida en el individuo por los organismos públicos, expresa una dinámica propia del totalitarismo amabilizado, poder público que sigue el modelo del capitalismo emocional –instrumentalización de los sentimientos a fin de vender productos o ideas–.
10. En suma: la frase “Libertad de expresión”, enunciada sin matices, nunca ha existido materialmente, es como “Hacienda somos todos”, reclamo publicitario, eslogan vacío a la búsqueda de ser llenado por la ingenuidad de los cuerpos.