Las señoritas de Avignon de Picasso.

Las señoritas de Avignon de Picasso.

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Año nuevo, ¿creación nueva?

¿Es posible alumbrar hoy una creación esencialmente nueva? ¿Existe la novedad absoluta? 

Jorge Freire Agustín Fernández Mallo
2 enero, 2024 01:33

La tradición de la ruptura

Jorge Freire. Filósofo y ensayista. Último libro: La banalidad del bien (Páginas de Espuma).

Pese a lo que pueda parecer, la novedad no tiene nada que ver con el cambio. Si viendo que nuestros zapatos se deshacen de puro viejos decidimos comprar un par del mismo modelo -misma talla, mismo color-, quienes nos conozcan y sean mínimamente observadores advertirán que nuestros pies reflejan un lustre simpar. ¿Zapatos nuevos, como los que alegran al niño de la frase hecha? En efecto, y, a la vez, los mismos de siempre.

¿Cambia la serpiente por mudar la piel? En puridad, no existe la novedad: tan solo la renovación. El diccionario establece que “renovar” algo significa devolverlo a su primer estado. En consecuencia, renovarse consiste en ser lo que se es, ora en más cuantía, ora con mejores trazas.

No será tan nuevo el año que comienza si, como todos los anteriores, lo celebramos empinando el codo y apuntándonos al gimnasio. Como saben los lectores de Mircea Eliade, lo esencial solo comparece en su primera manifestación y, en lo sucesivo, al común de los mortales no nos queda sino girar en la rueda del mito y del rito, volviendo a contar las mismas historias y a conmemorar las mismas fechas.

El deseo de innovar se convirtió en un chantaje permanente que obligaba a moverse constantemente hacia delante

Nihil novum sub sole o, como dice el castizo, todo está inventao. Una vez nos vemos en este jardín, solo queda pasar el cortacésped y regar los geranios. Hay quienes piensan que lo novedoso consiste en imaginar que el césped cambia de color como un camaleón y que los árboles crecen del revés, tornándose copas las raíces y poniéndose el jardín patas arriba. Y a esa insensatez la llaman vanguardia.

Dicho término, vanguardia, debe sus orígenes a la primera línea de ataque de los ejércitos napoleónicos. ¿Cabe mayor drama para la pesada artillería revolucionaria que ver cómo su pólvora mojada termina secándose definitivamente en la trastienda de los museos? ¿Aspiraban cubistas, fauvistas y situacionistas a aburrir soberanamente a sus bisnietos con sus ilustraciones y performances, decorando con ellas los libros de texto sin dejar huella en los corazones?

Si el zambombazo de la abstracción resonó en 1907, fecha gloriosa de la Historia del Arte, lo que siguió a Las señoritas de Avignon fue su onda expansiva. Lo que el fauvismo hizo con el color, el cubismo con la geometría y el constructivismo con la obra fue en esencia lo mismo: emanciparlos por medio de la innovación.

El deseo de innovar, ya presente en el Renacimiento, se convirtió entonces en un valor per se, un chantaje permanente que obligaba a moverse constantemente hacia delante, como un tiburón que moriría si se detuviese. El arte perdió entonces su aura y se volvió monstruosamente extraño, por decirlo con Benjamin, que sabía bien que todo lo nuevo es monstruoso.

La ruptura de la tradición forma parte de la tradición de la ruptura. Toda vez que no queda nada por desguazar -deconstruir, que dicen ahora-, volvamos nuestra mirada a las cosas sencillas y orgánicas, que son las que mejor huelen y saben. Ningún cadáver, por revolucionario que fuera en vida, puede evitar a la postre que crezcan flores, fruto de su propia descomposición. 

La copia y el error

Agustín Fernández Mallo. Filósofo, narrador y ensayista. Último libro: La forma de la multitud, Premio Eugenio Trías (Galaxia Gutenberg).

Dijo Coco Chanel: “para la alta costura, que la copien es un problema. Para mí, que me copien es sinónimo de éxito”. No solo comparto esa opinión sino que la extiendo a cualquier ámbito creativo. Nacemos copiando, imitar cuanto vemos cumple las dos más importantes actividades que nos convierten en humanos: supervivencia y aprendizaje creativo.

El recién nacido, nada más ver la luz, copia a la madre, y tras pocos días copiará a los progenitores. También el ojo copiará durante toda la vida el hábitat para conjugar eso que llamamos retroalimentación: el entorno influye en el ojo en la medida en que nuestros ojos modifican culturalmente los entornos; ídem el resto de los sentidos. No existe acto creativo sin tales copias.

Cuando uno comienza a escribir con intenciones artísticas, o a investigar cualquier fenómeno, lo primero que hace es copiar a quienes le precedieron. La fortuna que nos convierte en humanos, en animales creativos, es que copiamos mal. Sí, en comparación con el mundo vegetal y con el resto de animales, las personas copiamos muy mal, de modo que, sin querer, en las copias introducimos errores. Bien, son esos errores a los que si hay suerte, talento y tenemos un buen día, llamamos creación, originalidad, objeto cualitativamente nuevo.

La realidad no está ahí afuera, la realidad es una creación humana

Es algo similar a los procesos biológicos: una célula se duplica para dar lugar a otra exactamente igual, pero la diversidad del mundo orgánico procede de que, a veces, en tal duplicación aparece un error, una mutación, y si esa mutación resulta beneficiosa para el ecosistema, permanecerá; en caso contrario, la propia naturaleza la hará desaparecer.

Con los productos culturales y científicos ocurre lo mismo: lo que llamamos obras de arte son copias que (afortunadamente) salieron mal, y además ese error introducido ha dado lugar a algo que la sociedad consensúa como beneficioso; la obra crea realidad. Porque la realidad no está ahí afuera, ya hecha esperándonos; la realidad es una creación humana, y todo lo que el humano construye solo tiene un modo de hacerlo, con el lenguaje. La creación original es pues el resultado de la ecuación, copia + error positivo.

Las aspiraciones artísticas, literarias y en general creativas participan de dos mitos contrapuestos entre sí; la originalidad absoluta y la copia absoluta, extremos ambos igualmente metafísicos, no realmente existentes. La originalidad absoluta es el mito romántico: creación genial y única operada por un artista que, aislado en su cueva y por influencia de unas musas nunca vistas, crea objetos dotados de una singularidad total, y cuyas posteriores copias serán consideradas una degradación –cuando no una ofensa– de aquel original.

El mito opuesto es propio del pop, el cual afirma que todo puede ser exactamente copiado; pero ocurre que –excepto las partículas elementales– no hay dos cosas iguales en el planeta, de modo que para el pop la posibilidad de una copia exacta opera como horizonte metafísico, horizonte asintótico, punto al que infinitamente se acerca sin llegar a alcanzarlo. La creación, dentro del modelo realista, al que hoy llamamos complejidad, se sitúa, así, entre ambos extremos. Originalidad: copia+ error positivo. 

Valeria Castro, que actuará en el festival Actual el 2 de enero de 2024.

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