Hace unas semanas fui a mi séptimo concierto de Alizzz, un artista cuya música me ha acompañado de manera ininterrumpida durante los últimos cuatro años. Cuando le cuento a la gente que estuve en su primer concierto en Madrid y que no creo que vaya a dejar de comprar entradas y asistir a sus shows, sucede algo curioso: me miran fijamente y/o me cogen del brazo y me dicen: "¿Y no te ha dicho nada?". Yo les miro un poco perpleja.
Entiendo lo que dicen y no entiendo lo que dicen. Quieren saber cómo es posible que a lo largo de estos cuatro años no haya recibido un mensaje, un like en Instagram, un emoticono. Yo les digo lo que les vengo a decir a ustedes hoy en esta columna: no necesito que Alizzz (ni ningún otro artista) me dé nada. Ya he recibido todo lo que tenía derecho a recibir: su música.
Durante los últimos meses hemos asistido al ascenso meteórico en las listas de éxitos musicales de Chappell Roan, una joven artista procedente de Missouri que ha acabado actuando (y ganando) en los premios Grammy de este año. Chappell Roan lleva más de diez años trabajando en su música de manera más o menos anónima, pero su disco The Rise and Fall of a Midwest Princess ha marcado un antes y un después en su carrera y lleva ya un tiempo sonando en los auriculares de muchos de nosotros.
De manera paralela al éxito de sus canciones, Chappell ha expresado en varias ocasiones lo difícil que le resulta lidiar con la atención de los fans y lo incómoda que se ha llegado a sentir en algunas interacciones que ha tenido como persona pública. En su Instagram, decía: "Cuando estoy en el escenario, cuando estoy actuando, cuando voy de drag… estoy trabajando. En cualquier otra circunstancia, no estoy en modo-trabajo. No estoy de acuerdo con la idea de que le debo un intercambio mutuo de energía, tiempo o atención a gente que no conozco, en la que no confío, o que me incomoda, solo porque estén expresando admiración". Chappell Roan se refería específicamente a comportamientos de acoso, pero creo que su reflexión puede ir más allá.
Llevo un tiempo haciéndome la pregunta de cuánto nos deben nuestros ídolos, o, salvando las distancias, cuánto le debe un escritor a sus lectores o un presentador de radio o televisión a su audiencia. No tengo claro si el agradecimiento que un artista puede llegar a sentir por quienes eligen disfrutar de su arte y sus creaciones implica necesariamente una deuda, un compromiso que le obligue a dedicarle a sus fans todo el tiempo que ellos exijan.
¿Cuánto nos deben nuestros ídolos, o, salvando las distancias, cuánto le debe un escritor a sus lectores o un presentador a su audiencia?
Las palabras de Chappell Roan, "un intercambio mutuo", me encendieron una pequeña bombilla: si consideramos que la relación entre artista y fan es un intercambio, quizás todo esté un poco más claro. No necesito ni quiero que Alizzz me haga caso, él ha cumplido con creces con su parte del "trato": cada cierto tiempo saca música nueva. Él compone, yo escucho, ¿no debería ser ese el fin del intercambio?
Más allá de una cortesía y amabilidad básicas, ¿tengo derecho a exigirles algo más a Alizzz, a Chappell Roan, a mi escritor favorito? ¿O es demasiado reduccionista concebir la relación entre admirador y admirado como un simple intercambio (de energía, económico, lo que sea)?
Me pregunto si existe algo más, algo intangible e indeterminado, en este tipo de (no) relaciones. O quizás el privilegio (social, económico) que te otorga el tener una comunidad de admiradores sea justificación para que las fronteras entre vida y trabajo se difuminen. No lo sé. Me inclino a pensar que deberíamos dejar que los artistas artisteen, sin esperar mucho más a cambio.