¿Es imperecedera la novela?
Estamos asistiendo a un proceso en el que la cultura se utiliza como propaganda política. Parece suficiente con que sirva para comprendernos a nosotros mismos.
Sergio Ramírez responde a Karina Sainz Borgo (Zenda) que sí, que “la novela es imperecedera porque aguanta cualquier tipo de experimento y es muy mutable”. “Es un artefacto cambiante –aclara el autor, que ha publicado El caballo dorado–. Por muchos experimentos que se hagan, la novela siempre va a volver al canon del siglo XIX, que es cuando se escribe la novela que viene del modelo cervantino”.
El escritor nicaragüense considera que “la verdadera diversión de un libro está en escribir sobre lugares que no conozco y en los que nunca he estado. No conozco Siret [ciudad rumana donde se desarrolla su novela]. Pero leí mucho sobre Siret, obviamente (...) Este juego tiene un sedimento de investigación, porque tú tienes que mentir, pero tienes que mentir con base en la verdad”.
Coincide con esta idea José Ovejero. “Cualquier escritor, al contrario de lo que se suele decir, tiene la capacidad de escribir sobre lo que no conoce –cuenta el autor de Vibración a Javier Velasco Oliaga (Todo Literatura;)–. A menudo, se dice que hay que escribir solo de aquello que se conoce, pero lo que conocemos es solo una vida muy limitada y a mí lo que me hace la literatura, también como escritor, y a lectores/lectoras, es precisamente asomarte a lo que no conoces (...) La ficción no es una manera de contar otra historia, de cambiarla; es una manera diferente de acercarte a ella, pero que tiene que ser tan honesta como cualquier narración histórica”.
“Cuando escribes, tienes que mentir, pero tienes que mentir con base en la verdad”, Sergio Ramírez
Está dando mucho que hablar el anuncio del ministro Ernest Urtasun de “superar el marco colonial” en nuestros museos. Sandra Gamarra, que es la encargada de representar a España en la Bienal de Venecia, opina que “no se trata de poner una historia por encima de la otra, sino de ampliarla y de complejizarla”. “Las restituciones son un tema complejo –advierte la artista limeña en el diario Público–, pero yo creo que no se trata simplemente de restituciones físicas. Se pueden hacer otro tipo de restituciones mucho más simbólicas, y que me parecen más urgentes”.
Al respecto, también ha opinado Daniel Gascón. “Lo que indican sus palabras [las del ministro] es que la cultura le interesa principalmente como instrumento de propaganda política –escribe en El Periódico de Aragón–. De lo contrario, conocería el asunto y sabría que los museos han incorporado esos cambios hace tiempo. Las apelaciones a la diversidad del ministro Urtasun camuflan una preocupante concepción antipluralista. Según él, la cultura debe ser ‘una herramienta de combate’ contra la extrema derecha”.
El reciente premio Alfaguara, Sergio del Molino, a lo que aspira es a que “la literatura ponga en marcha una de sus grandes armas, que es intentar crear la ficción de que el otro no es un misterio tan profundo y que comprendiéndolo somos capaces de comprendernos a nosotros mismos”, plantea el escritor a Silvina Friera (Página/12). Considera fundamental la literatura “en este momento en el que estamos todos en la gresca política y en la selva social de discusiones y guerrillas culturales”.
“Cualquier escritor tiene la capacidad de escribir sobre lo que no conoce”, José Ovejero
El último premio Nobel, Jon Fosse, va más allá y sostiene que “la literatura salva vidas”. “Las tensiones mentales pueden liberarse enormemente escribiendo. Yo no escribo para expresarme, sino para evadirme –revela a Xavi Ayén (La Vanguardia)–. Y me he dado cuenta de que hay mucha gente a mi alrededor que lo pasa mal (...) Y a la gente que se encuentra en un estado tan frágil, la intimidad de la literatura y la compañía y la comprensión que da la lectura pueden ayudarles a sobrellevar la vida. Me han escrito personas diciéndome que leerme les había disuadido de suicidarse”.
P. S. La narradora argentina Mariana Travacio confiesa a Cristian Vázquez (Letras Libres) que, cuando se pone a escribir, no sabe hacia dónde va a ir la historia. “No tengo un camino –aclara la autora de Me verás caer–. Sé que hay un conflicto, pasó esto, y es como si yo les preguntara a los personajes: ¿y ahora qué hacemos? ¿Ahora para dónde vamos? De lo contrario, si ya sé lo que va a pasar, ¿para qué voy a escribir? Es un embole. Me aburro. Lo divertido de la escritura es no saber. Es habilitar incluso que algo pueda suceder en el acto de la escritura. Algo que te sorprenda”.