Mijaíl Shishkin y Rosario Izquierdo. Fotos: Jürg Vollmer y Editorial Comba.

Mijaíl Shishkin y Rosario Izquierdo. Fotos: Jürg Vollmer y Editorial Comba.

Jardines colgantes

¿Fallaron los escritores rusos?

En la guerra se necesitan más cañones y armas que literatura, pero para oponernos al odio y al dolor sólo tenemos un remedio: la cultura.

4 junio, 2024 02:04

Durante el comunismo los libros eran temidos por el régimen, pero en la Rusia de Putin lo que teme el régimen es Internet. Lo cuenta Mijaíl Shishkin, exiliado en Suiza, que acaba de publicar el ensayo La guerra y la paz. Mi Rusia. “La literatura alemana no pudo detener Auschwitz –lamenta el escritor, uno de los más relevantes de su país, en una entrevista con Javier Ors (La Razón)–. La gran literatura rusa no pudo detener el Gulag. Mis libros y los libros escritos por mis colegas en los últimos 30 años, después del colapso de la Unión Soviética, no pudieron detener esta catástrofe. Nosotros fallamos”.

“En la guerra se necesitan más cañones y armas que literatura –dictamina Shishkin–. Pero después de la guerra volveremos a necesitar literatura. Para oponernos al odio y al dolor sólo tenemos un remedio: la cultura. Después de la guerra necesitaremos la cultura para establecer conexiones humanas entre los pueblos ucraniano y ruso. Cultura, literatura, música, todo esto es la única manera de humanizarnos todos. No habrá otra manera de superar el odio y el abismo. Sólo a través de la cultura”.

Tal vez por eso Remedios Zafra declara a Antonio Lucas (El Mundo) que “la luz tenue y las sombras que proporcionan la cultura, el pensamiento, la educación, la poesía, son más necesarias que nunca”. El problema, según la autora del ensayo El informe, es que “vivimos un tiempo donde la saturación lumínica (todo se hace escaparate) nos dificulta el cambio de rumbo hacia posiciones más tolerantes y matizadas”.

“Después de la guerra volveremos a necesitar literatura
para oponernos al odio y al dolor”, Mijaíl Shishkin

Sobre la importancia de la cultura insiste Carme Riera. “La literatura, como otras artes, nos abre muchas puertas y ventanas –afirma ante Inés Martín Rodrigo (El Periódico de España) la académica, que acaba de publicar Una sombra blanca–. La literatura es una enorme ventana al mundo [...] Hay mucha gente que no hace ningún caso a la cultura porque no la necesita, pero ser más cultos no sólo significa ser más creativos, sino más críticos. Y una sociedad crítica puede ir adelante, no le van a tomar el pelo, pero una sociedad no crítica, que se conforma con todo, es carne de cañón. A mí me aterra ahora pensar que el idioma se empobrece porque la gente no lee, sólo mira pantallas”.

No sé si pensará lo mismo Sara Barquinero, a quien “irritan los discursos que se empeñan en diferenciar internet de la vida real: lo malo y lo bueno, lo falso y lo verdadero”. La autora de Los Escorpiones sentencia ante Ana Tenías (elDiario.es) que “ya no hay vida real sin internet”. Lo que ahora le interesa es entender “cómo internet se constituye en tanto que texto o en tanto que imagen, como una especie de poema épico colectivo anónimo”.

Uno de los personajes de la última novela de Rosario Izquierdo, Pasión nails, aboga por “la literatura feroz”. La escritora explica a Javier López Iglesias (hoyesarte.com) a qué se refiere. “A esa [literatura] que se pringa contando los conflictos del mundo. La que de verdad establece un camino de exploración hacia un lugar que lleva a que la persona que escribe se ubique en otro lugar diferente al que vivía cuando inició la escritura”. La también socióloga contrapone esta literatura a “la literatura ensimismada, que se mira el ombligo continuamente y hace exhibición y despliegue de conocimientos”.

“La literatura feroz es esa que se pringa contando los conflictos del mundo”, Rosario Izquierdo

En cualquier caso, siempre es importante escribir. Así lo explicaba Luis Landero en sus clases, “Yo a mis alumnos les exigía escribir hora–hora y media a la semana, que no es mucho, y sobre todo para que supieran que al escribir consiguen reconciliarse con la lentitud, porque vivimos muy aprisa –relata el autor de La última función a Sara Cabrera (Deia)–. Desde la lentitud, la soledad, el recogimiento aparecen cualidades nuestras que estaban adormecidas”.

P. S. Paco Cerdá (El País) llevaba solo una pregunta anotada cuando entrevistó a Manuel Vicent: “¿Cómo es el proceso por el cual transforma los recuerdos en novelas y columnas?”. “El yo no es más que memoria, y la literatura no es más que memoria transformada por la imaginación –responde el escritor valenciano, que publica Una memoria particular–. Debe pasar el tiempo para que la imaginación deforme estéticamente el pasado. La memoria se tiene que pudrir para germinar en literatura, igual que se pudre cualquier semilla”. 

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