LA CODORNIZ. El más importante guionista del cine español y uno de los más importantes del cine europeo del siglo XX llegó a escribir en cincuenta años más de cien películas –más las nunca rodadas– gracias a sus primeras novelas. El logroñés Rafael Azcona (1926-2008) no se había planteado escribir para el cine, y ni siquiera era un buen aficionado al séptimo arte, cuando llegó a Madrid en 1951 y logró empezar a colaborar en la revista humorística La Codorniz, colaboración que sostendría hasta 1958.

Después de publicar dos novelas alimenticias con el nombre de Jack O’Relly –luego publicaría tres más con el mismo pseudónimo–, dio a la imprenta La repelente vida del niño Vicente (1955), recosido de las historias codornicescas del popularísimo personaje que se había inventado para la revista y, tras el gran éxito obtenido, publicó Los muertos no se tocan, nene (1956) y Cuando el toro se llama Felipe (1956). El futuro cineasta italiano Marco Ferreri, venido a Madrid, leyó Los muertos… y le ofreció escribir una adaptación para que Luis García Berlanga dirigiera la película. Berlanga declinó la oferta y la censura prohibió el proyecto.

Azcona publicó una nueva novela, El pisito. Novela de amor e inquilinato (1957), y ahora Berlanga se interesó por ella. Pero llegó tarde. Ferreri le había echado el lazo, y así surgió esa obra maestra que es El pisito (1958), el debut de Ferreri como director y de Azcona como guionista. Ferreri y Azcona harían juntos, sobre todo en Italia, más de quince largometrajes. Berlanga y Azcona firmarían conjuntamente solo diez.

CAJA. Pepitas de Calabaza ha editado una caja que reúne en siete volúmenes y en 1.338 páginas las nueve novelas publicadas con su nombre por Rafael Azcona, todas excepto dos reescritas por su autor a partir de los años 90. Un acontecimiento para cinéfilos lectores.

A las ya citadas hay que añadir Memorias de un señor bajito (circa 1957), Los ilusos (1958), el tríptico narrativo compuesto por Pobre, paralítico y muerto (1960) y Los europeos (1960), la última novela publicada por Azcona cuando ya se zambullía en los guiones para Berlanga (Plácido, 1959) y Ferreri (El cochecito, 1960). El lote se completa con un relato titulado precisamente El cochecito, bien entendido que se trata de una reescritura a partir de su cuento Paralítico y de su adaptación para la película homónima de Ferreri.

Su mundo y sus temas se solventaban en una tradición española que centrifugaba la picaresca, el realismo, el costumbrismo, el sainete, el esperpento y el absurdo

La caja se complementa con Todo Azcona, ensayo de un centenar de páginas en el que Bernardo Sánchez, máximo experto azconiano –recuérdese su Rafael Azcona: hablar el guion (Cátedra, 2006)– fija con minuciosidad y para siempre las vicisitudes y características de las novelas del escritor.

HECHURAS. Rafael Azcona era el mismo escritor cuando escribía novelas y cuando escribía guiones, si bien es obvio que lo uno y lo otro requieren hechuras, texturas, estructuras y estrategias narrativas distintas. Un uso diferente de la palabra también.

No es descabellado decir que los títulos de sus novelas dan una idea de cuando Azcona estuvo inmerso en la novela humorística y codornicesca –emparentada con Bertoldo y sus gemelas italianas y con autores como Giovanni Mosca, predilecto de Berlanga– y cuando, con los bohemios de Los ilusos y la Ibiza de Los europeos, tuvo ambiciones literarias mayores.

Su mundo y sus temas, en cualquiera de los casos, se solventaban en una tradición española que centrifugaba la picaresca, el realismo, el costumbrismo, el sainete, el esperpento y el absurdo para, con perfumes kafkianos –Kafka le interesó mucho–, imaginería con frecuencia solanesca y espíritu ácrata enfocar, con humor despiadado e intención crítica, el universo de los pobres y de los burgueses, de la muerte, de la religión, del poder, de las relaciones entre hombres y mujeres y, en fin, de la mera angustia existencial de vivir como individuos y en sociedad.