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Mínima molestia

Saltarse páginas

por Ignacio EchevarríaVer todos los artículos de 'Mínima molestia'

30 julio, 2010 02:00

Ignacio Echevarría


Hará tres meses que Rosa Montero publicó un artículo sobre La montaña mágica, de Thomas Mann, en el que animaba a los lectores a "saltarse sin complejo" todas las páginas de la novela que les parecieran tediosas. Decenas, según ella. Decía Montero que toda novela, casi por antonomasia, contiene páginas que sobran, y que, "por lo general, cuanto más gordo es el libro, más páginas habría que tirar". A la impaciente Montero también le ocurre esto, lo admite, con Anna Karenina, con el Quijote, con Moby Dick. "Todos estos libros -sentenciaba doña Rosa- son maravillosos porque crecen y cambian y están vivos: uno no puede acercarse a ellos como si fueran textos sagrados esculpidos en piedra, dogmas temibles e intocables." Y concluía con esta atrevida recomendación: "Sáltate páginas, en fin, sumérgete y disfruta".

-Vale, sí, qué buena idea, pero ¿cómo voy a disfrutar si he de estar empalmando este párrafo con aquel otro, sin garantías de que, entre las páginas que me salto, se encuentren algunas claves de lo que me resta por leer?
A ver.
¿Se acuerdan de Amadeus, la película de Milos Forman? En ella se recoge del modo siguiente una anécdota al parecer cierta. Al término del estreno de El rapto del Serrallo, el emperador José II de Habsburgo (genialmente interpretado por el actor Jeffrey Jones) acude a felicitar a Mozart, pero llegado el momento se siente movido a oponer algún reparo a la música del genio y, tras solicitar con la mirada el consejo de sus asesores italianos, declara, satisfecho con la pista que éstos le susurran:
-¡Notas! ¡Tiene demasiadas notas!
-¿Demasiadas notas? -pregunta Mozart, perplejo.
El emperador insiste:
-La música está muy bien, pero tiene demasiadas notas.
A lo que Mozart habría replicado:
-Tiene las necesarias, señor.
Con perplejidad semejante a la de Mozart, y aun admitiendo, a diferencia de él, que un libro tenga demasiadas páginas, cabría preguntar a Rosa Montero cómo puede un lector saber qué paginas van a resultarle tediosas sin haberlas leído. ¿O es que su recomendación se ciñe a las relecturas? Pero entonces...
La recomendación de Rosa Montero, por otro lado, pese a su acento marcadamente populista, contraviene la mecánica conforme a la cual las novelas populares tienden a engordar con toda suerte de levaduras narrativas, dando lugar a páginas y más páginas que los lectores más exigentes juzgan acaso tediosas pero que consumen con fruición esos otros lectores que, como quiere Montero, se sumergen sin prejuicios en la historia y disfrutan con todas sus ocurrencias. Con sus demasiadas notas, en definitiva.

Por las fechas en que Rosa Montero escribía su artículo, Amazon puso en circulación una nueva versión de su lector Kindle que, entre otras mejoras, incorpora la función "destacados populares". Ésta permite a los lectores destacar sus pasajes favoritos mediante un línea punteada perceptible, si así lo quieren, para otros lectores del mismo texto. Se trata de reforzar el sentimiento de comunidad entre los usuarios del Kindle mediante una herramienta que permite compartir criterios de lectura y, llegado el caso, inducir un determinado recorrido por las páginas de un libro, saltándose, como quiere Rosa Montero, aquellos pasajes que ya otros estiman tediosos o irrelevantes. La integridad del texto tiende a subordinarse de esta forma a los intereses y a los prejuicios del lector, y se favorece una lectura acomodaticia y reduccionista, obediente a los patrones hegemónicos y al siempre sospechoso principio de eficacia.

Dice Rosa Montero que no cree "que haya que respetar los libros". Y añade a continuación: "Hay que amarlos, hay que vivir con ellos, dentro de ellos". Pero, dice, no hay por qué respetarlos. Se pregunta uno cómo el amor y la convivencia pueden darse sin el debido respeto. Oh, sí, ya sabemos: no hay por qué tomarse unos a otros demasiado en serio, mucho menos esos libros destinados simplemente a hacernos compañía, a entretenernos. Ni siquiera hay por qué tomarse demasiado en serio a los clásicos, a los que, dice Montero, muchos se acercan con "una actitud negativa de paralizado sometimiento".

Eso del sometimiento suena realmente mal, hay que admitirlo. Y, sin embargo, habría que preguntarse, al menos en relación al viejo arte de narrar en general, y de la novela en particular, si, a pesar de todo, no se trata de eso. De -sin renunciar a la libertad de rechazarlo- suspenderse en el relato. De deponerse humildemente uno mismo. De someterse, sin adulterarlos, a los designios del texto. A su encanto, si lo tiene, a su seducción. También a sus arbitrios, a sus asperezas, incluso a su tedio.