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Mínima molestia

Por cojones

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

5 noviembre, 2010 01:00

Ignacio Echevarría


Aunque algo deslucida por el bombazo que supuso, pocos días antes, la concesión del premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, la noticia del premio Planeta no dejó de acaparar la atención de la prensa cultural. Ya nadie pretende, como antes, ignorarlo todo acerca de la mecánica de este premio, pero todos aceptan respetuosamente su tramoya y, como disimulando, se atienen al convencional vocabulario acuñado para estas ocasiones: novelas "presentadas", obra "ganadora", "elección del jurado", etc.

De un tiempo a esta parte, el premio Planeta tiene todo el carácter de un nombramiento. Viene a ser una especie de cargo no exactamente honorífico que, una vez aceptado, el escritor afortunado asume con gallardía, obligado como está a soportar durante semanas las más latosas servidumbres. Esto del nombramiento tiene la virtud de obviar, sin enojosos énfasis denunciadores, el turbio trasfondo de tejemanejes que se adivina detrás del premio comercial más sonado de la lengua española. Total, para qué rasgarse las vestiduras, a estas alturas.

Pero si la prensa cultural gestiona con pragmático cinismo la concesión del Planeta, ineludible ya en cualquier agenda periodística (y convertida entretanto, conforme a los parámetros vigentes, en una de las noticias culturales más relevantes del año), no ocurre lo mismo con los escritores premiados, que no siempre aciertan a llevar bien el papelón que les corresponde desempeñar.

De hecho, cuanto más prestigioso y reconocido es el escritor premiado, más apurado suele vérselo a la hora de justificar el haber aceptado el premio. Lo cual se traduce en una irresistible tendencia a la sobreactuación.

¿Obedecerá esto último a una cláusula secreta del contrato correspondiente? Vaya uno a saber. Lo cierto es que, llegado el momento, a todos se les oye entonar la misma cantinela acerca de la conveniencia de acceder a un público más amplio y de los retos tan estimulantes que ello comporta. En fin.

No hace falta ser muy lince para intuir las razones que han movido a Eduardo Mendoza a aceptar finalmente el premio Planeta. Sus más fervientes admiradores -entre los que me cuento- pueden acaso lamentar que, con esta decisión, Mendoza desplace ligeramente la posición tan singular y tan saludable que, como escritor, ha venido ocupando en el mapa de la literatura española, en la que es raro encontrar una cifra de independencia, excelencia y popularidad como la que él ha encarnado sin necesidad, hasta ahora, de presentarse a premio alguno. Pero el aficionado a Mendoza es por fuerza un lector cordial, bienhumorado y tolerante, y mal haría tomándose a la tremenda la comprensible debilidad que supone recurrir al Planeta para solventar vaya uno a saber qué caprichos o necesidades más o menos apremiantes.

Lo que se consiente peor es que Mendoza -como tantos antes que él- se sienta impelido a declarar según qué cosas a las que no parece obligado (¿o sí?). Acudo como ejemplo a la entrevista publicada por el diario La Vanguardia el día siguiente de haberse hecho público el premio.

Preguntado por las razones que invitan a un escritor ya consagrado como él a "presentarse" al Planeta, Mendoza dice haberlo hecho empujado por las recriminaciones que le hacía el viejo Lara cuando se negaba. "No tengo nada", se excusaba Mendoza, al parecer. A lo que el viejo Lara replicaba: "Lo que no tienes es un par de cojones para presentarte".

"Y pensé que era verdad", confiesa Mendoza ahora, para nuestra sorpresa.

Tan persuadido parece sentirse de la decisión tomada, que hasta teoriza al respecto: "La literatura ahora tiene una presencia mucho más activa en la sociedad, más mediática, en el buen sentido de la palabra, y no está mal entrar en ese nuevo aspecto".

¿Cuál es el buen sentido de la palabra mediática aplicada a una novela o a la actitud de un escritor? Hmmm... Es de esperar que, dentro de unos meses, Mendoza esté en inmejorables condiciones para explicárnoslo. De momento, sin embargo, lo mediático sigue siendo aquello que se adapta bien al funcionamiento de los medios de comunicación masiva, los cuales no se caracterizan precisamente por su respeto al mensaje específico del escritor, sino que tienden a trivializarlo y desintegrarlo, fomentando toda suerte de simplificaciones.

Así se dejó entrever en la resonancia obtenida por el dato de que la novela de Mendoza trata sobre la Guerra Civil española.

-¡Vaya! Así que otra novela sobre la Guerra Civil española -se relamen los lectores.

¿Y quién los convence ahora de que, verán, no es así, de que no, por favor, no puede ser así exactamente?