Image: Parra

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Mínima molestia

Parra

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

19 noviembre, 2010 01:00

Ignacio Echevarría


Estuve con Nicanor Parra, en su casa de Las Cruces, frente al Pacífico. Allí me recibió el antipoeta, a sus 96 años de edad. Allí mismo lo conocí hace más de diez años, en compañía de Roberto Bolaño, que siempre lo señaló como uno de sus magisterios determinantes. Parra contaba entonces 85 años, y yo me preguntaba, al despedirme de él, si volvería a verlo. La misma pregunta me he hecho en cada ocasión en que he vuelto a visitarlo durante todo este tiempo, un tiempo dedicado en parte a editar, con el concurso de una amplia red de amigos, las "obras completas" de Parra, cuyo impulso originario surgió de aquella primera visita. Dentro de muy pocos meses aparecerá el tomo segundo y último, y sé que Parra seguirá en Las Cruces el día en que acuda a llevárselo. Me recibirá con su calidez habitual, y apenas prestará atención al libro, que dejará sobre una mesa para ponerse a charlar de cualquier cosa. Del "voluntarismo yoísta" en el que se empecina la mayor parte de la literatura contemporánea, por ejemplo. O de "cuánto hemos sufrido por pensar que éramos lo que parecíamos.

Hace mucho que Parra está de vuelta de toda vanidad ligada al hecho de publicar. Nadie mejor que él sabe de la condición utópica que lleva aparejada la iniciativa de reunir sus obras completas. La obra de Parra, la más libre y radical de toda la poesía escrita en español durante el último siglo, se resiste a ser fijada y encuadernada. Pese a lo cual, leer en secuencia los libros que ha consentido publicar en el transcurso de más de medio siglo, constituye una experiencia irreversible, trastornadora de todas las ideas que circulan comúnmente acerca de qué es y qué deja de ser poesía.

Quizá debido a esto, el más grande poeta vivo de la lengua -como ha sido saludado por voces muy autorizadas- sigue siendo poco leído e insuficientemente apreciado en España. Una y otra vez me han preguntado las razones de que así sea, y todas las explicaciones que he sido capaz de aportar aluden a una incomprensión de sus propósitos y de sus alcances, propiciada por un previo malentendido acerca de qué cosa sea la lírica y cuál la relación de la palabra poética con el habla. No pretendo que en España no haya lectores receptivos a la antipoesía y buenos entendedores del programa que subyace a ella, el más subversivo y renovador de la poesía latinoamericana. Lo que sí digo es que los rumbos de la poesía española han desatendido en general -por razones penosas de explicitar- la propuesta de Parra, y que el estado de opinión más general acerca de ella es un amasijo de tópicos apenas dignos de ser rebatidos.

Como sea, un indicador del desdichado "desencuentro" -por así llamarlo- de Nicanor Parra y la cultura española, al menos de la cultura española oficial, lo proporciona el dato bochornoso de que no haya sido distinguido con el premio Cervantes, que entretanto han recibido poetas como Gonzalo Rojas, Juan Gelman o José Emilio Pacheco, de los que no cabe duda de que lo han obtenido de forma muy merecida, pero que ni remotamente tienen la importancia y el relieve enormes que la poesía de Parra posee para la poesía latinoamericana, cuyos rumbos ha contribuido decisivamente a orientar. Lo más lamentable de esta situación es que nos hemos perdido la ocasión de que, con motivo del Cervantes, Parra escriba otro de sus impagables "discursos". Pues ocurre que, con ocasión de agradecer las distinciones que en otros lados no han dejado de hacerle, Parra ha venido pergeñando unos artefactos poéticos de extraordinaria potencia y comicidad que constituyen en cierto modo la cumbre de su trayectoria, cuyas premisas llevan hasta sus últimas consecuencias. Los llamados "discursos de sobremesa" de Nicanor Parra (algunos reunidos en el que hasta ahora es el último de sus libros, así titulado) vienen a ser como bombas destinadas a estallar en los oídos de la audiencia reunida para escucharlos. Bombas de tiempo y de sabiduría que siembran el pasmo, la risa, la provocación; que recuperan el yo del poeta para desmontarlo a la vista de todos y reificarlo través de un habla que a todos nos dice.

En la terraza de su casa, Parra desmiga el pan sobre una bandeja de latón colocada en lo alto de una escalera de tijera. Al poco rato, acuden los pájaros. Él guiña un ojo y repite, sonriente: "Urge no hacer nada".