Ignacio Echevarría



Se publica en castellano Adiós a la Universidad: El eclipse de las humanidades, de Jordi Llovet (Galaxia Gutenberg). La edición catalana del libro, de hace unos meses, ha obtenido un considerable éxito y ha conseguido generar algo así como un amago de debate sobre la cuestión, lo cual constituye una auténtica hazaña en una cultura en la que el concepto mismo de debate parece provocar estupor y alarma.



Adiós a la Universidad traza la biografía intelectual de quien, además de notable crítico, articulista, ensayista y traductor, ha ejercido durante años un destacado magisterio en la Universidad de Barcelona, como profesor, primero (de Estética y de Crítica literaria), y luego como catedrático (de Teoría de la Literatura y Literatura comparada). Aparte de eso, Llovet no ha dejado de impulsar desde diversos ámbitos una importante tarea como divulgador y agitador cultural, que ha provisto a la ciudadanía de Barcelona de algunos de los programas extraacadémicos más ambiciosos y solventes de cuantos se le han brindado en las últimas décadas. De ahí que cobre especial relieve la severa requisitoria, no exenta de puntas polémicas, que en su libro endereza contra el progresivo desmantelamiento de la institución universitaria tal y como ha sido comprendida durante siglos, y el relegamiento que en ella padecen las humanidades, condenadas por los nuevos planes y métodos de enseñanza a una supervivencia casi testimonial.



Sería deseable que, en el ámbito español, Adiós a la Universidad promoviera el muy necesario debate por el que clama y del que -hechas las excepciones de rigor- parece inhibirse la mayor parte de la intelectualidad del país. De momento, como para calentar la cosa, cabe relacionar con este libro la recientísima publicación, por parte de Jordi Gracia, de El intelectual melancólico (Anagrama), que se presenta como un arrojadizo "panfleto" dirigido contra quienes sostienen posturas afines, se diría, a las de Llovet, a quien Gracia, por lo demás, no alude directamente. De hecho, su panfleto omite toda mención explícita a quienquiera que se juzgue susceptible de quedar comprendido bajo la equívoca categoría de "intelectual melancólico", lo cual le resta bastante mordiente. Pero Gracia (catedrático de Literatura en la misma Universidad de Barcelona en la que ha enseñado Llovet) fue, sí, de los pocos que replicaron a Llovet cuando la publicación de su libro en catalán, y circulan por la red rumores de que éste y su autor estarían en su punto de mira. Me remito en particular a una entrada del blog de la escritora y crítica María José Furió (Ocean Drive '99, 7 de octubre), quien, con el vigoroso encono que la caracteriza, hace un interesante cuestionamiento de los alcances del supuesto ataque a Llovet por parte de Gracia, aun compartiendo las intenciones de éste y dibujando burdamente la postura de aquél.



La verdad es que resulta muy difícil reconocer a Llovet bajo el perfil que esboza Gracia del "intelectual melancólico", como no dejará de constatar cualquier lector de Adiós a la Universidad, libro enormemente ameno y bienhumorado, además de instructivo y concerniente. Pero más difícil todavía resulta hacer prosperar el debate que propone Llovet allí donde pretende llevarlo Gracia: al terreno ya muy quemado de la vieja querella entre antiguos y modernos o, más cercanamente, entre apocalípticos e integrados.



No. Esa es una manera de distraer el asunto de fondo, que -como el propio Llovet no deja de sugerir- es de índole política, y no sólo académica, menos aún reductible a posicionamientos generacionales o a cuestiones de gusto y de industria personales. Hay una sospechosa deriva en el empeño de Gracia a reducirlo a estos extremos, y digo sospechosa en cuanto parece emanar con prepotencia de una elocuente, casi exaltada apología de la socialdemocracia, que cruje especialmente en estos tiempos que corren, y que cabría tachar de ingenua o entusiasta si sus énfasis retóricos no transparentaran la recalcitrante autosatisfacción, el optimismo programático, la corrección política, la susceptibilidad hacia toda queja o disidencia y el condescendiente populismo que han caracterizado a la llamada cultura de la Transición, de la que no parece que vayamos a terminar nunca de librarnos. Por lo demás, quien se resienta de los ademanes jeremiacos e incluso reaccionarios -en el más saludable sentido- del libro de Llovet, haría bien en recordar que, como ha dicho Giorgio Agamben, "pertenece en verdad a su tiempo, es en verdad contemporáneo, aquel que no coincide a la perfección con éste ni se adecua a sus pretensiones [...] aquel que percibe su oscuridad como algo que le incumbe y no cesa de interpelarlo".