Ignacio Echevarría

He aportado los pocos datos de que dispongo sobre las relaciones entre Canetti y Bernhard hasta el año 1976, fecha de la lectura, por parte del primero, de su discurso sobre "La profesión de escritor", y de la brutal réplica de Bernhard, en una carta al director del diario Die Zeit. No me consta que antes de ese año ninguno de los dos se pronunciara públicamente sobre el otro, en ningún sentido. Cabe concluir, pues, que fue Canetti quien desató las hostilidades al referirse muy beligerantemente a Bernhard al comienzo de su discurso.



Canetti y Bernhard estaban representados ambos en un volumen compilatorio publicado en 1972 que reunía textos de 57 escritores alemanes sobre su concepción de la literatura. El volumen llevaba por título el mismo que la contribución de Bernhard: Alguien que escribe, una expresión empleada por él poco antes, en Tres días, donde declaraba que no era un escritor, "sino alguien que escribe". Fueron estas palabras, fueron el desplazamiento y la rebaja del concepto que de su propio oficio se hacía uno de los escasos escritores alemanes contemporáneos por los que sentía respeto y admiración, lo que desencadenó la ofensiva de Canetti.



En su discurso, éste empezaba por observar cómo la palabra escritor figuraba, por aquellos años, entre las que se habían ido "vaciando y vaciando" hasta quedar "deformes y atrofiadas". Canetti aprobaba, en principio, los saludables escrúpulos que a algunos suscitaba la apropiación de esta palabra, desde el supuesto de que esos escrúpulos expresaban la determinación de "renunciar a un falso privilegio", de "volverse más riguroso consigo mismo y, sobre todo, evitar cuanto pudiera conducir a éxitos despreciables".



Pero su disgusto brotaba de la constatación de que no era así. De que quienes expresaban esos escrúpulos no cesaban, simultáneamente, de discurrir toda suerte de "métodos para llamar la atención". De que el prestigio así obtenido, terminaba siendo administrado por ellos mismos como un privilegio, de modo que, al cabo, no cabía reconocer ninguna diferencia entre quienes "sólo escriben" y entre los que, "autocomplacientes, siguen llamándose escritores".



Tanto como las actitudes públicas de Bernhard, marcadas por la provocación y un cierto divismo, a Canetti lo ofendía su machacona insistencia en negar a la humanidad toda posibilidad de redención o de simple mejora, su apoltronamiento en el nihilismo, y sobre todo su familiaridad y sus coqueteos con la muerte.



En su biografía de Bernhard (Siruela, 1996), Miguel Sáenz dice que la postura del escritor hacia la muerte "difiere radicalmente" de la de Canetti, y refiere a continuación la siguiente anécdota: cuando en 1971 André Müller, durante la primera de sus entrevistas a Bernhard, le transmitió a éste los saludos de Canetti, contándole cómo había estado conversando con él sobre la muerte, Bernhard le respondió: "La muerte es lo mejor que existe".



Por su parte, Canetti dirá en su discurso sobre "La profesión de escritor": "No puede ser tarea del escritor dejar a la humanidad en brazos de la muerte. Consternado, experimentará en mucha gente el creciente poderío de ésta [...] Su orgullo consistirá en enfrentarse a los emisarios de la nada -cada vez más numerosos en literatura-, y combatirlos con medios distintos de los suyos".



Según Canetti, Bernhard, cuya literatura se había abierto paso a través de la de Kafka, de la de Beckett y de la suya propia en un empeño por negarse a la literatura de su época, había acabado, paradójicamente, por instituirse en el representante de la literatura predominante en la época. El diagnóstico parece certero, si se considera el enorme ascendente que Bernhard iba a ejercer en las décadas siguientes, y en la fascinación que todavía produce su figura pública. Un ascendente especialmente acusado en España, país en el que Bernhard contribuyó a modelar actitudes desentendidas de toda idea de compromiso y de toda noción de responsabilidad por parte del escritor, imbuidas de un miedo pánico a todo atisbo de solemnidad.



Por contraste, la idea que Canetti postula del oficio de escritor se antoja insensata, casi ridículamente exigente y por completo extemporánea. Sólo puede ser escritor -declara, categórico- quien sienta responsabilidad. Responsabilidad hacia las palabras, desde luego, pero también hacia todo cuanto amenaza la destrucción de la vida. "No debiera avergonzarnos afirmar -concluye- que dicha responsabilidad se alimenta de misericordia".



Al año siguiente de haber mandado su carta a Die Zeit, Bernhard le pidió a un amigo común, Wolfang Kraus, que lo disculpara ante Canetti, y así lo hizo. Pero Canetti esperaba una disculpa personal, que nunca llegó.