Ignacio Echevarría



Aunque se presenten de modo muy semejante, y aunque tengan incluso una extensión parecida, no todas las reseñas de libros que contiene un suplemento como éste, por ejemplo, cumplen una misma función. De hecho, las hay que cumplen -o que deberían cumplir- funciones casi antagónicas. Dado lo poco que se ha teorizado sobre el reseñismo como género híbrido, a medio camino entre la crítica y el periodismo, apenas se tiene en cuenta lo siguiente: es el tipo de libro del que se ocupa el que determina la orientación básica de toda reseña bien planteada. Dependiendo del libro en cuestión, el reseñista habrá de optar por informar y valorar en proporciones a veces muy distintas. Buena parte de su arte -su especialidad, de hecho- consiste en acertar con esas proporciones.



Basten unos pocos ejemplos. No es lo mismo reseñar un libro traducido que un libro publicado en la propia lengua. No lo es tampoco, en el caso de libros escritos en el mismo idioma, reseñar a un autor extranjero o a un autor nacional, a un autor latinoamericano o a un autor español. Y aun cuando se trata solamente de autores españoles, no es lo mismo reseñar a un autor veterano o a un autor emergente, a un autor consagrado o a un autor marginal. En cada caso se impone en diferente grado la necesidad de informar o no al lector acerca del autor en cuestión, de su trayectoria, de la tradición a la que pertenece, de la reputación que lo precede, de las expectativas que se acumulan sobre él.



Cabría establecer un principio elemental conforme al cual el deber de "informar" sobre un libro determinado es proporcional a la extrañeza de ese libro respecto al horizonte de lecturas de sus destinatarios. Conforme a este principio, al hablar de, pongamos por caso, un autor mozambiqueño, el reseñista, para encuadrar convenientemente a ese autor, deberá hacer un esfuerzo de ubicación muy superior al que por lo general le exige un autor digamos asturiano. Dicho esfuerzo supone, en este caso, el mejor servicio que el reseñista brinda al lector, que encuentra así la oportunidad de orientarse frente al libro en cuestión.



Por el contrario, en la medida en que la extrañeza remite, se dilata el campo con que cuenta el reseñista para valorar las novedades y las virtudes que el libro en cuestión entraña respecto a lo ya conocido. Aunque siga obligado a informar sobre la naturaleza y el contenido del libro, el servicio que cumple el reseñista pasa ahora por orientar al lector sobre la calidad de sus logros, en comparación ya con otros libros del mismo tipo, ya con anteriores libros del mismo autor. Cuando se piensa en la crítica, se piensa comúnmente en la que se ejercita precisamente en estos casos en que el trabajo de enjuiciamiento y valoración de los libros predomina sobre la tarea de informar sobre ellos y de cartografiarlos.



No siempre ocurre que el reseñista esté atento y acierte a reconocer lo que el libro al que se enfrenta le reclama. Si se publica una nueva versión de los sonetos de Shakespeare, lo que importa al lector son los méritos de la nueva versión en relación a las precedentes, por encima de la estima que le merezca al reseñista Shakespeare como poeta. Si se publica una nueva edición del Libro de buen amor, lo que cumple al reseñista es señalar y tasar las novedades que esa nueva edición entraña respecto a las anteriores, resultando inoportunas, por consabidas, las informaciones sobre el argumento y la calidad de un texto clásico. Si se publican las obras completas de un autor fundamental, lo relevante será conocer los criterios de ordenación y fijación de los textos, los equipamientos con que cuenta la edición, si ésta incorpora materiales inéditos, pues cabe suponer que el lector interesado en las obras completas de un autor cualquiera conoce de antemano quién sea ese autor, y su significación.



Lo que vengo a decir muy burdamente es que se echa en falta demasiadas veces un adecuado entendimiento de las diferentes funciones que pueden y deben desempeñar las reseñas, según cuál sea la procedencia y naturaleza del libro del que se ocupan, que exige al reseñista conocimientos, aptitudes, competencias y estrategias muy diversas.



La primera obligación del reseñista es la de adaptarse adecuadamente al tipo de tratamiento que pide cada libro. Sólo así acertará a satisfacer las curiosidades y las necesidades del lector, que, como las reseñas mismas, son de orden muy distinto.