Capital de la literatura
Ignacio Echevarría
Se diría que no hay más que añadir, que ya se ha visto y dicho todo en relación a los premios literarios. Pero no, qué va. Rara es la temporada en que, a este respecto, dejan de darse motivos para el estupor o la sonrisa, ya que no para el escándalo.La última novedad ha sido la inauguración del Premio Bienal de Novela Vargas Llosa, que se ha celebrado con toda pompa en Lima. Aunque los impulsores de la iniciativa declararon en su momento que su propósito era crear algo "como el Booker Prize, pero a la española", el premio nace con el objetivo claro de competir y adelantar por la derecha al Premio Rómulo Gallegos, también bienal, que concede el gobierno de Venezuela y que desde el año 1967 pasa por ser el más destacado del ámbito hispanohablante, al menos entre los que se conceden a novelas ya publicadas.
Tiene interés recordar que fue Vargas Llosa, precisamente, en apretada competencia con Juan Carlos Onetti, quien recibió este premio en su primera edición, que por entonces era quinquenal, y que recayó luego sobre García Márquez, Carlos Fuentes y Fernando del Paso. Más adelante lo han obtenido Uslar Pietri, Javier Marías, Bolaño, Vila-Matas, Vallejo, Isaac Rosa, Elena Poniatowska y Piglia, entre otros. Una lista contundente, sin duda, por mucho que entre medio se colaran algunos nombres menos recordados. Todo parece indicar que el ecléctico jurado del Vargas Llosa no hila tan fino. No de momento.
El Premio Vargas Llosa nace con la misma dotación que el Rómulo Gallegos, 100.000 dólares, y su trasfondo político resulta más que evidente. J.J. Armas Marcelo, conspicuo director de la Cátedra Vargas Llosa y secretario del jurado, denunciaba en diciembre pasado la "ideologización" del Rómulo Gallegos, declarando que "era un gran premio, pero por las manipulaciones políticas, que son evidentes, se vino a menos". Una declaración sorprendente, si se tiene en cuenta, por un lado, que entre los últimos galardonados se hallan Elena Poniatowska y Ricardo Piglia, y que Vargas Llosa, apologeta de la Tatcher y de Esperanza Aguirre, no se caracteriza precisamente por ser un escritor políticamente inocuo.
El caso es que, quizás para no levantar sospechas, el I Premio Vargas Llosa lo ha obtenido Juan Bonilla con una novela que ofrece una glosa pasteurizada de la vida de Vladimir Maiakovski, poeta bolchevique, señalado propagandista de la Revolución rusa.
Entre las novelas finalistas estaba En la orilla, de Rafael Chirbes, quien nunca ha ocultado sus simpatías por el comunismo. ¿Será por eso que no viajó a Lima y se quedó sin premio, a pesar de la concluyente unanimidad con que su novela fue aclamada, al menos en España, como la mejor de todas las publicadas en castellano el pasado año? ¿Y si Chirbes se llevara el año que viene el Rómulo Gallegos? ¿Se seguiría hablando de "ideologización" y de "manipulaciones políticas"?
Qué entretenido va a ser en adelante dividir a los escritores en facción Rómulo y facción Vargas. ¡Vuelve la guerra fría cultural! ¡A formar filas!
Cambiando de tercio, produce cierto apuro esa tendencia generalizada, al parecer irreprimible, a conmemorarse en vida empleando el nombre propio como marca. Pero más apuro da constatar una vez más el condescendiente colonialismo cultural patente no sólo en declaraciones voluntariosas del estilo "Lima, capital de la literatura", sino en detalles como el de que -a pesar de que el horizonte del premio es el de la lengua, y comprende todo un continente en plena efervescencia- dos de los tres finalistas sean españoles, y todos autores promocionados desde España por sellos españoles.
La prensa ventiló en días pasados una sesión de fotos de Vargas Llosa en Lima, rodeado de escritores peruanos. Pues bien: todos los que allí aparecían publican en editoriales españolas, y más de la mitad residen en este país. ¿Es que no hay más? ¿Todos están aquí, y los conocemos?
Uno vuelve a preguntarse si no hay otros lugares donde mirar, si la creación de un nuevo premio con voluntad de proyección en Latinoamérica no debería contribuir, antes que al bombo de sus oficiantes, a poner de relieve libros y autores no homologados, que no circulan por los circuitos consabidos, y que existen a pesar de no viajar a España ni publicar bajo su tutela.
Pero ya hicimos el chiste en otra ocasión: Vargas Llosa es, hoy por hoy, un "escritor español nacido en Perú". Y tal parece que sigue siendo la fórmula en que se resuelve aún el ideal cultural de la hispanidad.