Image: La fascinación del abismo

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Primera palabra

La fascinación del abismo

11 abril, 2014 02:00

“El arte como el hombre se encuentra entre dos fuerzas contrarias que lo solicitan: una es la belleza de la serenidad absoluta; la otra, la fascinación del abismo”, escribió Juan Eduardo Cirlot. A lo largo de mi dilatada vida profesional no he conocido a nadie con un conocimiento tan profundo de la significación liminar de la cultura como al autor del Diccionario de los ismos. Desaparecido prematuramente, Cirlot, mi inolvidado amigo, ha dejado una obra singular caracterizada por el equilibrio y el buen sentido.

Si Praxíteles, Velázquez, Mozart, Bach, Rembrandt o Antonio López se sitúan en la serenidad absoluta, Bosco, el Goya ensordecido y turbio, Picasso, Strawinsky, Webern, Pollock o Bacon se precipitan en la fascinación del abismo. Entre esas dos fuerzas que debaten al arte se mueven las gentes de la mediocridad y de lo culturalmente correcto. Mario Vargas Llosa denunció la tomadura de pelo de algunas manifestaciones artísticas de vanguardia que no pasan de la provocación y la cutrez. Habrá que convenir, en todo caso, que pintores, escultores y músicos pusieron un espejo ante la sociedad epiléptica del siglo XX, la centuria que condujo a los pueblos a sufrir dos guerras mundiales con la adenda atroz de la hecatombe nuclear. Visité Hiroshima cuando era una pavesa abrasada y sé lo que digo. El abismo acompañó a los ciudadanos del mundo durante largos años doloridos. El arte no hizo otra cosa que reflejar la tragedia.

La Fundación Banco Santander ha tenido el acierto de ofrecer en la Sala de Arte de la Ciudad financiera, la colección de Grázyna Kulczyk, que ha traído a muchos artistas, en considerable parte desconocidos en España, pero que permiten hacerse una idea de que Polonia, a pesar de tantos años de incertidumbre, primero, de comunismo, después, no ha estado ajena a la llamada artística del siglo XX, al grito de la angustia y el temblor.

El abstracto de Tadeusz Kantor electriza. El Das Haar de Anselm Kiefer atormenta. La pequeña figura de Magdalene Abakanowick acojona. La madona de Katarzyna Górna desconcierta. La casa de baños de Kozyra hace titubear. La vanguardia dura de Wojciech Fagor estremece. Las obras de Opalka, de Kulik, de Valie Export, de Strzeminski, de Gréaud, de Fuller, de Krasinski y de tantos otros deslumbran al espectador, poco habituado a disfrutar de una muestra tan intensa como la que se ofrece en esta Sala.

Hice durante varios años crítica de arte en el ejercicio de mi profesión. El gran maestro entonces era José Camón Aznar que escribía como los ángeles y admiraba a Oswaldo Guayasamín. Recuerdo mis largas conversaciones con él y su discrepancia de mis artículos sobre el arte abstracto y la consideración que tenía yo por Rivera, Chirino o Viola. Cuando visité a Picasso en su estudio de la calle de los Grandes Agustinos en París, había aprendido ya su frase medular: “Todo el mundo desea comprender el arte. ¿Por qué no intentar comprender la canción de un pájaro?”. Es la idea de Kandinsky, que escribió: “El tema perjudicaba a mi pintura”.

Aprendí desde muy joven la falacia de muchas salas de arte, el cinismo de ciertos expositores, las camelancias de una parte de lo que se ofrece para engañar al espectador pedante o incauto. Sobre todo al pedante. Por eso vale la pena subrayar que los visitantes de la exposición que reúne la colección de Grázyna Kulczyk no saldrán defraudados de la experiencia. Entre la serenidad absoluta y la fascinación del abismo, el arte polaco ha sabido reflejar la época histórica que le correspondió vivir y que es el hielo abrasador, el fuego helado del poeta español, la herida que duele y no se siente.

ZIGZAG

Juan Barja ocupa un lugar destacado en la vida intelectual española. Robustecido por una formidable preparación cultural, el escritor es hombre que se distingue por el equilibrio y el buen sentido. En su libro Nudos del tiempo se enfrenta con el desafío permanente del tiempo y el espacio. Es un ensayo filosófico especialmente sagaz y penetrante, un recreo para el buen gusto literario. Juan Barja conduce a la reflexión del lector proponiendo ideas sugerentes y originales.