Ignacio Echevarría

Vamos, vamos, que todavía hay tiempo. Hasta el 22 de enero no se cierra el plazo del concurso convocado al unísono por el diario El País y la FIL (Feria Internacional del Libro de Guadalajara) para descubrir y promover nuevos críticos literarios. El eslogan ideado como cebo es la misma pregunta que sirve de título a esta columna: "¿Eres un buen crítico literario?". En cuanto a las bases del concurso, son bien sencillas: el postulante debe redactar la reseña del libro que quiera, del género que quiera, con una sola condición: que no supere los 500 caracteres.



Para que se hagan una idea: el párrafo anterior excede ligeramente ese límite. Así que ya pueden calcular el nivel de argumentación que vayan a alcanzar las reseñas postuladas. Tengan en cuenta que no hay límite por lo bajo. De modo que no hay que descartar que no pocos de los concursantes envíen, bajo la rúbrica "reseña", ingeniosos tuits (y es que quizás en Twitter esté germinando la crítica del futuro). De hecho, muchos de los libros esforzadamente reseñados en los suplementos literarios, incluidos algunos de los que han sido seleccionados entre los mejores del año, podrían ser despachados con breves sintagmas -"Más de lo mismo", pongamos por caso-, cuando no mediante un simple epíteto: "Reiterativo", "Previsible", "Cursi", "Superfluo".



Se me olvidaba decirles que los veinte ganadores del concurso recibirán como premio una suscripción de un año a El País y "verán sus críticas publicadas en Babelia". Será interesante averiguar cuáles son los criterios que deciden en qué consiste una buena reseña, tanto más sabiendo que está destinada a un suplemento que no hace mucho -en el marco de una amplia y ambiciosa encuesta sobre la crítica literaria- publicaba un decálogo con las "reglas para una crítica equilibrada" en el que se sostenía, entre otras lindezas, que una reseña debería -¡ja!-: "Situar al autor, decir quién es y lo que representa el libro en su obra", "Ubicar el libro y juzgarlo con la perspectiva de una larga tradición literaria", "Informar, educar, y entretener", "Informar sobre el estilo, el significado y la carga simbólica del libro", etcétera.



El asunto se presta al pitorreo, claro que sí, pero admite también ser tomado como síntoma de un lento aunque inevitable desplazamiento de la perspectiva con que, desde los suplementos literarios -acosados por idénticas mutaciones que están reconfigurando los formatos, las conductas y hasta el papel mismo de la prensa-, se empieza a reconsiderar el concepto tradicional de reseñismo.



Hace ya mucho que nadie se toma en serio que una reseña de extensión convencional (unas 600 palabras, cuando mucho), escrita con frecuencia a contrarreloj, por lo general mal remunerada, sometida a toda suerte de condicionamientos más o menos tácitos, que no hacen más que agravar las limitaciones de formación, de gusto y de carácter del mismo reseñista, pueda satisfacer las exigencias de objetividad, de profundidad, de ponderación, de eficacia informativa y valorativa que suelen hacérsele. Y siendo así, no tiene sentido que el reseñista adopte los ademanes y la retórica conformes a esas exigencias, despertando con ello las suspicacias cuando no la impaciencia o la carcajada de los lectores.



Ya ochenta años atrás, descreído de que a la crítica periodística le cupiera mantener la "justa distancia", Walter Benjamin se burlaba de quienes lamentaban su decadencia y sostenía que "la ‘imparcialidad', la ‘mirada objetiva' se han convertido en mentiras, cuando no en la expresión, totalmente ingenua, de la pura y simple incompetencia".



El mismo Benjamin recordaba lo que decía Novalis acerca de que "ciertos libros no necesitan recensión ninguna: ya contienen en sí la recensión". Y proclamaba: "La mirada hoy por hoy más esencial, la mirada mercantil, la que llega al corazón de las cosas, se llama publicidad".



De este precoz diagnóstico de la situación, derivó Benjamin su concepto de una crítica radical, partisana, sustancialmente polémica, capaz de adoptar las estrategias de la publicidad para sus propios propósitos.



Esas mismas estrategias son las que determinan, a menudo inconscientemente, el lenguaje de las redes sociales. Y es empujada por el ascendente incontenible de éstas como la prensa camina sin rumbo propio hacia un nuevo reseñismo, sujeto previsiblemente a las consabidas servidumbres, pero susceptible todavía, si se procediera con improbable lucidez, de recodificar al ya caduco y desprestigiado.