Ignacio Echevarría

De nuevo se oye citar a Antonio Machado en boca de los políticos. No podía ser de otro modo, cuando se trata, una vez más, de invocar la "España de la rabia y de la idea". Machado lleva más de medio siglo sirviendo de santo y seña de todos los impulsos regeneracionistas surgidos en este país, cualesquiera sean sus coordenadas ideológicas. Hay razones sobradas para que así sea: la ejemplaridad de Machado como intelectual irradia tanto de su poesía y su prosa periodística como de su actitud personal, de una impresionante dignidad. Pero es cierto que la ligereza y la ñoñería con que se lo suele traer a colación ha suscitado en más de una ocasión el reflejo de contestar ese ejemplo, incluso de denigrarlo.



La cosa viene de lejos, de los años más oscuros del franquismo. La inflación que ya entonces conoció la figura de Machado dio lugar al siguiente aviso de Dionisio Ridruejo, hecho en París en 1961 frente a un puñado de jóvenes españoles: "Estáis agrandando peligrosamente la figura de Machado, y eso no es bueno. El caso de Lorca es distinto, porque lo que se manipula de él no es su vida ni su obra, que no son fácilmente manipulables, sino su muerte. Pero la vida y la obra de Machado se prestan a ser instrumentalizadas, y esto las deteriorará. El mito de Lorca se desvanecerá, porque, como individuo y como poeta, Lorca no es imitable, y por tanto no es ejemplar. En cambio, el mito de Machado crecerá, porque su figura es la de un hombre común, disponible para ser usada políticamente como reclamo moral; y en política los reclamos morales los usan quienes los necesitan, y los necesitan quienes tienen una moralidad política cuando menos dudosa".



No se equivocaba Ridruejo. El mito creció y creció, y durante los años más gloriosos de la Benemérita Transición el nombre de Machado funcionaba ya como una especie de mantra entre la progresía de la época. Alfonso Guerra, ya se sabe, no paraba de citarlo con cualquier pretexto, hasta la irrisión ("Un ser humano tan bueno es difícil encontrarlo en la vida"), y se sucedían sin descanso los homenajes, las estatuas, las lecturas, las publicaciones, apenas apagadas las polémicas que suscitara el proyecto de traer a España sus restos.



Se explican así el hartazgo y la impaciencia que condujeron a algunos a repudiar a Machado. Francisco Umbral, a su modo chatarrero, ironizó sobre él. Vicente Verdú publicó en El País una desdichada columna en la que se refería desdeñosamente a "la banalidad de su poesía", desatando una auténtica tromba de indignadas cartas al director. Juan Goytisolo, en su más característico estilo de acusica de la clase, reprochaba a Machado su dogmatismo (!) en un ruin ensayo publicado en la revista Quimera.



Pero más elocuentes e instructivas que estas salidas de tono lo son las réplicas contundentes de quienes salieron en defensa de Machado, tanto frente a la beatería que lo trivializaba como frente al esnobismo de quienes lo descalificaban.



Nada tan brutal como la contestación de José Ángel Valente a unas declaraciones de Leopoldo María Panero, muy a comienzos de los ochenta ("Nueve aforismos para un neojoven"). También Rafael Sánchez Ferlosio salió al paso, bien que de refilón, de los desmanes tanto contestatarios como reivindicativos. En una tribuna de El País, Ángel Fernández Santos (de quien he tomado la cita de Ridruejo) dirimió con admirable ecuanimidad la polvareda levantada por Verdú, apelando al "otro Machado, el de sus libros a veces nada bondadosos, contradictorio e indómito, con su famoso silencio dirigido de espaldas a todos los meapilas del mundo".



Para su infortunio, la frecuencia de las menciones a Machado (más que a Miguel Hernández o a León Felipe) ha pasado a constituir un inequívoco indicador del empuje -de la bobería, también- de esas efervescencias regeneracionistas que lo reclaman. Una vez más, se plantea aquí el problema de si una voz es responsable de sus ecos. Y entretanto, se desatienden la profundidad, la complejidad y la singularidad de un pensamiento que, como sostenía Ángel González, hace de Machado seguramente "el poeta español más importante del siglo XX".