Ignacio Echevarría
Por una de las columnas que Luis María Anson escribe semanalmente para este suplemento me enteré de que Hermann Tersch acaba de publicar un libro titulado Días de ira (La Esfera de los Libros). Anson abría su columna con la siguiente cita del libro: "La farándula izquierdista vive mejor que nunca con la derecha en el poder… Ellos, invariablemente, practican y exigen un implacable sectarismo contra todo el que no sea de los suyos… La izquierda siempre contrata a los suyos sin ningún pudor y los favorece y privilegia… La derecha política en España, paralizada por sus complejos históricos y su cobardía proverbial, también favorece sistemáticamente a las personalidades culturales, a los artistas y hasta a los humoristas, comediantes o periodistas de izquierda… La derecha siempre promociona a la gente de la cultura que presenta sólida acreditación de su tendencia de izquierdas…".Como ven, el pasaje, aun espigado de aquí y de allá, no tiene desperdicio. Valía la pena repetirlo enterito, tal como lo transcribe Anson. Qué fraseología tan evocadora, ¿no les parece?
Pero vayamos a lo que sostiene el pasaje en cuestión. Eso de que la derecha española tiende a favorecer a "la gente de la cultura que presenta sólida acreditación de su tendencia de izquierdas". Aun sin negarlo abiertamente, se me ocurren un montón de matizaciones que restan a este juicio buena parte de su alcance. Enumeraré unas pocas.
En primer lugar, cabe preguntarse si la polaridad derecha/izquierda tiene validez en el ámbito de la cultura. Yo pretendo que sí, a pesar de los indicios contrarios que brindan los suplementos culturales de la prensa española, en los que el sectarismo y el clientelismo que suelen caracterizarla quedan suspendidos en aras de un amable ecumenismo.
Bien es cierto que los escasísimos escritores e intelectuales de algún peso que ostentan una inequívoca simpatía por la derecha -como, pongamos por caso, Juan Manuel de Prada- se circunscriben a las páginas de la prensa más cavernaria, que, sin embargo, en sus secciones de cultura, suele dar entrada sin problemas a los que tienen cierto pedigrí digamos progresista. Pero habría que preguntarse quiénes son los equivalentes de esos mismos escritores e intelectuales "de derechas" en el campo cada vez más difuso de la izquierda. No desde luego ninguno de los incluidos en el extenso elenco que acapara el columnismo de la prensa hegemónica. En ella no asoman firmas como las de Alfonso Sastre o de Salvador López Arnal, pongo por ejemplo. Por lo demás, esa prensa hegemónica, reconozcámoslo, no cuenta con ningún periódico que admita ser calificado ni remotamente -como no sea entre risas- "de izquierdas".
La "farándula izquierdista" a la que alude Tersch suele tener muy poco de izquierdista, a menos que se entienda por tal cosa simpatizar con el PSOE o patalear contra las políticas presupuestarias del ministro Wert. Esa "gente de la cultura que presenta sólida acreditación de su tendencia de izquierdas" no sé yo dónde ve Tersch que la promocione la derecha, como no sea ampliando mucho la extensión de este concepto, y rebajándolo.
Otra cosa es que la fraseología de la izquierda se haya apropiado de según qué "valores universales" de la cultura humanista poco compatibles con la fraseología de la derecha, que en este punto ha tenido siempre un problema de comunicación, vamos a llamarlo así. Hasta tal extremo que, para no pocos, la fórmula "cultura de derechas" constituye una especie de oxímoron, impresión que ratifica la escasez y la relativa nimiedad de los artistas, escritores e intelectuales netamente adjudicables a esa categoría por lo demás engañosa, en cuanto sugiere que la cultura hegemónica es "de izquierdas", lo cual dista mucho de la verdad.
La derecha fáctica sabe esto último mejor que nadie, y actúa en consecuencia. Lo que Tersch interpreta como cobardía es simplemente indiferencia, todo lo más condescendencia. Para la derecha, la cultura es desde hace mucho un juguete sin pilas que bien puede dejarse en manos de los niños respondones. Mientras el campo de batalla lo tracen cosas como el IVA cultural, no hay peligro para casi nadie. Y entretanto, nunca esta de más, en un terreno tan poco comprometedor, un barniz de tolerancia, de eclecticismo y de buenas maneras.