Image: Inmortales

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Mínima molestia

Inmortales

26 junio, 2015 02:00

En las cartas que Gustave Flaubert escribió durante su viaje a Oriente, entre los meses de octubre de 1849 y junio de 1851, prolifera su irritación ante los grabados que, a modo de grafitis, los turistas europeos hacían sobre los monolitos, esculturas, muros y toda clase de ruinas de los antiguos egipcios. En una de esas cartas, Flaubert, manifiestamente abatido, le dice a su madre que la práctica le parece “muy pobre e inútil”. Ni él ni su amigo Maxime du Camp, que lo acompaña, han inscrito nunca su nombre en ninguna parte, asegura. Y añade: “Hay nombres que han debido de tardar tres días en ser grabados, tan profundamente están tallados en la piedra. Algunos se encuentran por todas partes, en una sublime persistencia de la estupidez”. Es esa estupidez la que abate especialmente a Flaubert, quien termina una de sus cartas, particularmente cómica, rindiéndose a su imperio, persuadido de que los tontos son y serán siempre más, dado que no paran de crecer, incrementando sin cesar su cada vez más aplastante mayoría.

Un siglo después del viaje de Flaubert por Oriente, el eminente historiador y crítico de arte Cesare Brandi (Siena, 1906-1988) viajó por Grecia. Sus impresiones quedaron recogidas en un libro justamente famoso, Viaje a la Grecia antigua, de 1954 (publicado en España por Elba en 2010). En uno de los capítulos de ese libro, Brandi visita el Cabo Sunion, al norte de Atenas, en la costa ática. Se trata de un paraje bellísimo: una saliente de roca que cae a pico sobre el mar y en cuyo extremo se levantan airosas las columnas de un viejo templo en ruinas. El entusiasmo de Brandi al contemplarlas no tiene límites. Es casi tóxico. Su descripción del lugar desborda euforia y plenitud. Entre todas las columnas que pueden verse en Grecia, las de Cabo Sunion -de “un blanco sobrehumano, que resiste al cielo turquesa, al verde esmeralda, al topacio quemado de la tierra”- le parecen las más hermosas. Reconoce en ellas la cifra más perfecta de la Hélade, “la Grecia de nuestra civilización”.

El entusiasmo de Brandi, sin embargo, encuentra su contrapunto en una nota final en la que sugiere a los lectores que no se acerquen a esas columnas. Y es que se exponen a ver “las superficies maltratadas con nombres grabados como para una batalla electoral. Y fechas, que confirman la persistente barbarie de los hombres, más antigua que ellos mismos. 1817, 1848, 1810... Holanda, Turingia, Inglaterra: cada país ha dejado su impuro sedimento de fervor y de vanidad. Y no se trata de firmas escritas a lápiz: están todas grabadas, con un trabajo duro y obstinado”...

Brandi se indigna ante lo que juzga una “obra de majadería y de conmemoración inane”. Pero, más indulgente que Flaubert, no tarda en reconsiderar la cuestión bajo una luz más melancólica. Se pregunta entonces si quienes se han sentido impelidos a grabar su nombre en la piedra no lo han hecho cautivados “por la brillante blancura y por la majestad indescriptible del lugar”, y si el hecho de grabar su nombre no tiene algo de homenaje; si no viene a ser algo parecido “a una ofrenda votiva, en el oscuro sentido de la sacralidad que cada uno llevamos dentro”. Por este lado, piensa, la barbarie “tal vez merezca indulgencia”.

La estupidez redimida por el afán de inmortalidad. La barbarie redimida por el sentimiento de lo sagrado. En los monolitos de Egipto, en los templos de Grecia, los nombres grabados en la piedra testimonian igualmente -para Flaubert y para Brandi, con un siglo por medio- la miseria y la tragedia del hombre.

Flaubert acertó a reconocer en las ruinas de Ombos la huella del “pobre Arcet”, un viejo conocido de París, muerto en Brasil tres años antes. “Sin duda lo que sobrevivirá de él más tiempo es ese nombre, ya medio borrado”, escribe.

Brandi no menciona, al hablar de Sunion, la firma de Lord Byron, que permanece allí, grabada en una de las columnas, apenas distinguible entre centenares de otros nombres.

Byron moriría pocos meses después de su paso por aquellas ruinas, en abril de 1824. ¿Sobrevivirá a su firma en
Sunion su gloria como poeta?