Ignacio Echevarría

Conforme caía la tarde, el lugar había ido quedando vacío y sólo ellos dos permanecían en la terraza, sentados junto a la baranda, encarados al prodigioso paisaje que se divisaba desde allí. Él lo contemplaba absorto, ensimismado. Ella, en cambio, había continuado leyendo el libro que llevaba consigo y sólo de vez en cuando levantaba la mirada durante un rato, para de nuevo sumergirse luego en la lectura. Él terminó por impacientarse, y al cabo no pudo resistir decirle:



- No entiendo cómo puedes leer teniendo este paisaje delante.



Ella tardó un poco en responder, el tiempo acaso que le llevaría terminar el párrafo en el que estaba embarcada.



-Puedo hacer las dos cosas: leer y contemplar el paisaje. De hecho, eso es lo que hago.



-Ya, pero leer es algo que puedes hacer en cualquier momento, mientras que pocas veces vas a tener delante un espectáculo como éste, mucho menos con la luz que hace ahora.



-En primer lugar, no es cierto que pueda leer en cualquier momento. Tú mismo sabes lo mucho que cuesta, cada vez más, incluso en vacaciones, encontrar el rato de leer como lo estoy haciendo ahora, sin distracciones alrededor. Pero es que además me gusta particularmente leer así, asaltada una y otra vez por la sorpresa de hallarme donde estoy.



-No te entiendo. Yo prefiero apurar del todo la ocasión de estar aquí, embeberme hasta el máximo de este "marco incomparable" -dijo él, soltando una risita, para no dejar lugar a dudas sobre la ironía que entrecomillaba sus dos últimas palabras.



-Ah, pero no me creo que estés todo el tiempo concentrado en el paisaje. Seguro que, mientras lo contemplas, te distraes en tus propias cosas, "se te va la olla", como te gusta decir, de modo que al final te pasa lo mismo que a mí: te llevas casi un sobresalto cuando, de pronto, reparas en lo que estás mirando.



-¿Eso es lo que te pasa a ti?



-Más o menos. En realidad, es como cuando, al bucear, te asomas a la superficie y constatas, admirada, todo cuanto sabías que estaba allí pero de lo que te habías abstraído al sumergirte con las gafas. Por eso me parece apropiado que se hable de "sumergirse" en la lectura. Se trata precisamente de eso, de algo muy semejante a eso. Ya sé que también se dice que se "sumerge" uno en sus pensamientos, pero en el caso de la lectura eso ocurre de un modo mucho más nítido. El gesto de ponerse a leer, tanto más si se trata de ficción, supone el ingreso en un orden contiguo al de la realidad en que uno vive, pero completamente distinto.



-Ya -dijo él, arrepintiéndose de haber desencadenado su locuacidad. Sabía por experiencia que ya no había forma de pararla.



-Imagínate que estás en una bonita playa, en una costa de arrecifes coralinos. Arena blanca, mar turquesa, palmeras… Todo cuanto te rodea es espectacularmente hermoso, pero además tienes una gafas de bucear, y en un momento dado te sumerges en el agua. Alucinas con lo que descubres allí con sólo meter la cabeza: un mundo extraño y nuevo. Cuando sales, encantado, voy yo y te meto la bronca porque te estás perdiendo el maravilloso paisaje que entretanto yo no he dejado de contemplar, extasiada. En vano me tratas de convencer de que me ponga las gafas y haga lo que tú. En vano insistes en decirme que tú no has dejado de disfrutar de ese paisaje, acaso con más intensidad que yo, cada vez que sacabas la cabeza del agua. Y bueno: algo parecido es lo que yo estoy haciendo aquí, mientras leo y, de vez en cuando, levanto la vista. No me estoy perdiendo nada. Lejos de eso, disfruto sucesivamente de aquello que leo y del impacto de aquello que, al levantar la vista, contemplo con renovada sorpresa y admiración.



-Vale, vale -concluyó él- . Pero ahora ya no queda luz para seguir leyendo, así que mejor nos vamos a cenar. De pronto, se le iluminó el rostro y añadió, con tono vengativo:



- ¡Hoy te toca pagar a ti!