Image: Ir al cine, leer

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Mínima molestia

Ir al cine, leer

23 octubre, 2015 02:00

Ya en otras ocasiones he manifestado mi convicción de que el acto de leer es por sí mismo neutro, por mucho que indiscriminadamente se suela celebrar e incentivar la lectura como una actividad beneficiosa. Muchos de los frecuentes debates sobre la lectura e incluso sobre la literatura resultan del todo estériles por no advertirse suficientemente que bajo estos dos conceptos se amparan hechos y realidades de signo muy diferente, cuando no opuesto desde el punto de vista cultural.

Al comienzo de Las semanas del jardín, de Rafael Sánchez Ferlosio, encuentro un pasaje muy esclarecedor para esta cuestión. Se halla en una digresión acerca de las diferencias entre "ir al cine" y "ver esta película". Ferlosio observa que se trata de dos acciones en definitiva contrarias. "En lo segundo, por débiles que sean los fundamentos de la decisión -no pocas veces simplemente un título-, se trata siempre de una acción intencionalmente positiva, dirigida a un objeto específico dado, al que se liga, en un mismo movimiento, la propia determinación de ir al cine; mientras que en lo primero tal determinación queda como un momento previo y separado, que proyecta ante sí un lugar vacío".

La determinación -tan común hasta hace poco- de "ir al cine" se configura y define, dice Ferlosio, "enteramente al margen de su posible contenido concreto y singular, como una acción genérica a la vez que intransitiva, respecto de la cual cualquier película, por hermosa que sea, se transmuta de objeto en instrumento y se convierte en un ente fungible e indefinido". De ahí que dicha determinación pueda caracterizarse como lo opuesto a la voluntad de ver una película en concreto.

Algo semejante cabe decir, salvadas las distancias (en absoluto irrelevantes), del simple deseo de leer algo, lo que sea ("una novela cualquiera, pero que sea entretenida"), en relación a la voluntad de leer un libro determinado. La posición del lector es en cada caso muy distinta (y del todo decisiva, dicho sea de paso, en lo que respecta a su eventual interés por la crítica).

Pero sigamos con la observación de Ferlosio, pues no tiene desperdicio. Para él, "ir al cine" y "ver esta película" son, por así decirlo, premisas que fundan dos tipos diferentes de espectador. Algo en lo que importa reparar en la medida en que repercute directamente en las condiciones de producción de las películas mismas. Lo explica Ferlosio con sus proverbiales lucidez y agudeza: "Al orientarse fundamentalmente la producción de la película conforme a la demanda de los espectadores del tipo de ‘ir al cine', ya la propia invención es suscitada no ya por el objeto al que haga referencia, sino por el lugar vacío que la reclama, y se plasma conforme a sus principios de genericidad y de fungibilidad: el repertorio ha de ser ampliamente intercambiable, y todos los ingredientes se vuelven implementos para lugares vacíos invariantes y preestablecidos, como se manifiesta en las fórmulas usuales: ‘Ella es una chica tal y cual…', ‘Él es…', ‘el bueno…', ‘el malo…', etc".

"Se llegará así a productos extremamente incapaces de sustentar la otra función -la que les correspondería en el contexto de ‘ver esta película'-, alcanzando con ello la aplastante uniformidad de la industria cinematográfica. Producción y consumo convergen y se condicionan mutuamente a través del lugar vacío en que se encuentran y que podría tal vez simbolizarse por el precio de la localidad. El que pretenda saber lo que es el cine y conocerlo en sus posibilidades tendrá, pues, que enfrentarse en primerísimo lugar con estas evidencias, sin apartarse al idílico y vano panorama de quienes piensan en él como si fuese una forma cultural antes que un fenómeno social, como si fuese un arte antes que un comercio".

Et voilà! No se necesita mucho seso para, mutatis mutandis, trasladar esta observación al campo de la lectura y de la literatura. Y tenerla bien presente contribuiría de la mejor manera a clarificar no sólo esos debates a los que aludía al principio, sino también el rango literario de muchos libros -no solamente los llamados bestsellers- cuyo sentido no es otro que colmar ese "lugar vacío" que describe Ferlosio.