No hace falta ser muy suspicaz para barruntar que los administradores del legado de Roberto Bolaño no las tienen todas consigo a la hora de publicar un libro como El espíritu de la ciencia ficción (Alfaguara). Por un lado, el abultado cuadernillo con reproducciones de los cuadernos de Bolaño transmite cierta inquietud por garantizar la autenticidad del texto servido. Por otro, el prólogo del renombrado crítico mexicano Christopher Domínguez Michael, al frente del libro, parece actuar como una especie de intimidante pararrayos contra eventuales cuestionamientos de ese mismo texto.
Domínguez Michael desempeña con extraña rigidez su papel de cancerbero, y un exceso de celo lo mueve a salir al paso de objeciones en las que nadie venía pensando. Con ello sólo consigue incrementar el ambiente de conspiración y paranoia que de un tiempo a esta parte rodea la gestión del legado de Bolaño, sometida a un secretismo algo teatral.
Del prólogo a la primera edición de un viejo texto inédito publicado póstumamente no habría que esperar valoraciones particulares ni de conjunto, como las que hace Domínguez Michael, sino claves interpretativas y, ante todo, aclaraciones precisas sobre las circunstancias en que el texto fue escrito y conservado, así como especulaciones más o menos fundadas sobre las razones por las que no vio la luz en vida del autor.
A su vez, en lugar de caprichosas reproducciones de los cuadernos y manuscritos, hubiera tenido más interés recoger apuntes y cartas en las que Bolaño se refiere al texto ahora publicado, dando cuenta de los problemas a que se enfrentó durante su escritura. Esos apuntes y esas cartas existen, y entre las cosas de que nos informan importa destacar lo siguiente: que en diciembre de 1984, año en el que va fechada la novela recién publicada, Bolaño escribe a su amigo Antonio García Porta que ésta “aún no sabe caminar pero ya dice papá (o patata, uno nunca sabe)”; que en noviembre de 1985 habla todavía de su necesidad de terminarla; que en diciembre de ese mismo año dice que “esta novela me tiene atenazado por todas partes”, y a Bruno Montané le comenta que hay “escenas que simplemente no cuajan”; que en enero de 1986 expresa su fatiga por tener que volver a su “abominable novela”... Es decir, que la versión del texto publicada constituye un simple estrato de redacción de un proyecto de novela en cuya escritura siguió empeñado Bolaño muchos meses después y de la que no se tiene constancia que llegara a dar nunca por concluida, dándose además la circunstancia de que jamás volvió a hablar de ella ni trató nunca de publicarla, lo que mueve a pensar que probablemente la abandonó y la dio por fallida. Algo esto último que confirma inequívocamente el hecho de que segregara del conjunto su parte final, el “Manifiesto mexicano”, para integrarlo en La Universidad Desconocida.
Nadie puede dudar del derecho de los herederos de Bolaño a publicar cuanto él mismo no quiso destruir o vetar expresamente. Lo cuestionable es presentar un simple borrador, sin duda inacabado y “aparcado” por el propio autor, como si se tratara de una obra concluida, del mismo rango de las que él mismo dio por buenas y entregó a sus editores.
Ya en otra ocasión recordé las palabras que deberían tenerse en cuenta a la hora de publicar con el conveniente respeto los escritos póstumos de Bolaño: “La estructura de mi narrativa está trazada desde hace más de veinte años y allí no entra nada que no se sepa la contraseña” (2003).
El espíritu de la ciencia ficción no sabía esa contraseña, o no acertó con ella. Se trata, con toda evidencia, de una tentativa de dar forma al magma narrativo del que varios años después surgiría Los detectives salvajes. Una tentativa en buena medida fracasada y descartada por Bolaño, quien nunca consideró recuperarla como obra autónoma y suficiente, ni hubiera consentido que se diera como tal.
Es partiendo de este hecho como habría que presentar y dar a leer un texto que no carece por eso de interés, como deja ver la recepción de que viene siendo objeto. Disimular u obviar esta condición de texto en marcha y en definitiva fallido constituye un flaco servicio a su adecuada valoración.