Hace ya un tiempo que en Barcelona se celebra por estas fechas el Festival de la Llum, consistente en una serie de instalaciones lumínicas que tienen por escenario diferentes lugares del centro urbano. En el marco de este festival, los estudiantes de Bellas Artes de la Universidad Autónoma idearon este año una instalación en uno de los espacios señalados para estas actividades: el Fossar de les Moreres. La instalación, titulada “Foc de Llar”, constaba de quince carros de supermercado cargados con cascotes en los que estaba previsto que durante dos noches -las de los pasados días 10 y 11 de febrero- se encendiera un fuego. Los estudiantes trataban de recordar de este modo a “los nómadas del siglo XXI”, es decir, a los millones de familias desplazadas, sin hogar, condenadas a una vida itinerante.

El Fossar de les Moreres es una pequeña plaza del barrio gótico, junto a la iglesia de Santa María del Mar. Está construida sobre un antiguo cementerio en el que fueron enterrados, al parecer, muchos de los caídos en la defensa de Barcelona durante el asedio de la ciudad en 1714. De ahí que en los ochenta se instalara allí un discreto y elegante monumento en su memoria, obra de la arquitecta Carme Fiol. A éste se añadió, en 2001, un gran pebetero siempre encendido, también en memoria de los caídos.

Es fácil comprender que el Fossar sea uno de los espacios “sagrados” del nacionalismo catalán. Lo es menos entender que, por serlo, no pueda acoger, en el marco de un festival popular, una efímera instalación tan bienintencionada como la de los alumnos de Bellas Artes. Pero así ocurrió: la instalación fue retirada el sábado 11 a consecuencia de las quejas y movilizaciones impulsadas por los nacionalistas contra el Ayuntamiento, al que acusaban de falta de sensibilidad por “profanar” un lugar tan emblemático (daba igual que en ocasiones anteriores se hubiese empleado para fines parecidos).

Abochorna el tenor de las quejas, así como de la polémica levantada. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, se ha referido a ella como un “tema menor”, y sin duda lo es. Pero no lo es, en absoluto, el caudal de estupidez y garrulería puesto en juego.

“Señora Ada Colau, ¿nos puede explicar qué obsesión enfermiza tiene con los símbolos nacionales? Primero el Born y ahora el Fossar. ¡Deje en paz la memoria!”, clamaba desde su twitter la inefable Pilar Rahola, aludiendo de paso al todavía más bochornoso episodio de la estatua ecuestre de Franco expuesta meses atrás en la plaza de Born. Pese a estar decapitada y exhibirse en el marco de una exposición sobre la memoria histórica titulada Franco, Victoria, República. Impunidad y espacio urbano, la presencia de la estatua en otro de los lugares “sagrados” del nacionalismo catalán fue considerada por algunos como una “ofensa” inaceptable, y las agresiones que sufrió terminaron por destruirla y forzar su retirada.

Si a estas dos hazañas se suma el intento de boicot a Javier Pérez Andújar como pregonero de las fiestas de la Merced, el pasado septiembre, entre otras iniciativas contrarias a la política cultural del ayuntamiento de Colau, no cuesta concluir que Barcelona está convirtiéndose en escenario de toda una “guerra cultural” en la que está en juego la hegemonía de un concepto de cultura más o menos plural o más o menos ceñido a las presuntas esencias de la nación catalana. Éstas viene siendo reivindicadas con una creciente carga de reaccionario antiintelectualismo, cada vez más beligerante. Y si bien es fácil reconocer, en el encono contra Colau, la mano agitadora de la más cavernaria derecha nacionalista, preocupa observar cómo sus soflamas son asumidas con agresivo entusiasmo por parte de destacados representantes del independentismo de izquierdas, en cuya boca proliferan las expresiones desdeñosas hacia toda manifestación cultural que no lleve la patente del más rancio patrioterismo.

Lo más gracioso es que esto ocurre bajo la “invasión” turística, ante la mirada de las hordas de visitantes, verdaderos dueños de la ciudad, que, intrigados, observan con idéntica perplejidad tanto los enigmáticos carritos del súper como esa divertida estatua descabezada contra la que tiraban huevos.