Un flaco favor le hizo Miguel Delibes a J. Benito Fernández cuando, con la mejor intención, y movido sin duda por la simpatía y la admiración que profesó siempre a Rafael Sánchez Ferlosio, le sugirió que escribiera una biografía de éste. Ya antes le había sugerido entrevistarlo para TVE, y con ese motivo Fernández escribió a Ferlosio una carta. Un compañero de redacción lo recibió un día, entre carcajadas, diciéndole que el escritor había llamado preguntando por él. “Molesto y casi regañando, le dijo a mi colega que no quería ninguna entrevista y que no se me ocurriera aparecer por su domicilio.” Corría el año 2004.
Ocho años después, en 2012, estancado en los preparativos de “un libro difícil, muy difícil”, para el que no obtenía, al parecer, la ayuda necesaria, Fernández decidió seguir la recomendación de Delibes y ponerse a escribir la biografía de Ferlosio. Fernández (autor antes de dos biografías justamente aplaudidas: las dedicadas a Leopoldo María Panero y a Eduardo Haro Ibars) es hombre tozudo y perseverante, y no le arredraron las múltiples advertencias de que se estaba metiendo en un lío. Escribió de nuevo a Ferlosio, sin recibir respuesta. Lo llamó a su casa. Ferlosio acabó por ponerse al teléfono para decirle que no estaba conforme con el proyecto de la biografía. “No es nada contra su persona”, le dijo. “Es que no soy apropiado... No tengo más que anécdotas y nimiedades... No le aconsejo que la escriba. Las biografías sólo se hacen a los muertos. Yo tengo ochenta y cinco años, no tiene usted que esperar mucho”.
Pero Fernández no esperó, y se puso a la tarea, pese a no contar con la complicidad ni de Ferlosio ni de su entorno más cercano de familiares, amigos y conocidos, quienes, sabiendo de la repugnancia que un hombre tan genuinamente pudoroso sentía ante la perspectiva de ser objeto de una biografía, se negaron a colaborar con Fernández.
Después de varios meses de investigación, de consultar por todas las vías a más de cien personas, de visitar archivos, registros, escenarios relacionados con la vida del escritor; después también de pasear el resultado de tanto empeño por varios sellos editoriales, que lo evaluaron con suspicacia, rechazo o perplejidad, Árdora Ediciones ha publicado al fin El incógnito Rafael Sánchez Ferlosio. Apuntes para una biografía.
Se trata de un libro extrañísimo, en definitiva, por cuanto su autor lo ha escrito desde un ángulo nada confortable: el formado por su respeto a Ferlosio, por un lado, y su determinación, por otro, de desobedecer su criterio y su voluntad. Fernández dice haber “renunciado, por recato, a meterme más allá de donde debía”. Pero a su vez no le ha sido posible consultar, por no tener acceso a ellos, testimonios y fuentes fundamentales. La consecuencia es una biografía “no autorizada” que se inhibe, sin embargo, de las insolencias y la libertad interpretativa de la que suelen hacer gala este tipo de biografías.
¿Tiene sentido escribir la biografía de un escritor vivo? Si se escribe con su consentimiento, será casi siempre sospechosa de parcialidad, de hagiografismo. (Si bien resulta inevitable señalar, en este punto, el caso extraordinario de El mundo es así, la formidable, estremecedora biografía de V.S. Naipaul escrita por Patrick French).
Si no cuenta con su consentimiento, será objeto de las razonables reservas que suscita toda investigación que no dispone de relevantes datos y elementos de juicio.
Fernández ha asumido con lucidez tanto la precariedad como la provisionalidad de su libro, y con prudencia y humildad lo ha subtitulado “Apuntes para una biografía”. Más que eso: ha sacrificado toda tensión narrativa y especulativa limitándose a ordenar cronológicamente los datos acumulados, con casi heroica renuncia a la amenidad. El resultado es un perfil biográfico de Ferlosio que parece el informe neutral de un detective a sueldo que, sin conocer al escritor, ni acceder a ninguna clase de interioridad, hubiera seguido desde su nacimiento sus pasos más públicos. Una biografía casi experimental. Una especie de retrato robot, de lectura más bien fatigosa, que sin embargo constituye un valioso arsenal de datos, no pocas veces sorprendentes, que aprovecharán sin duda a un biógrafo futuro, quizá el mismo Fernández dentro de unos pocos años.