Entrego esta columna pocas horas antes de acudir a la presentación en Barcelona de Conversaciones con Mario Levrero (Ediciones Contrabando, Valencia, 2017). Por fin circula en España este libro altamente recomendable, publicado por primera vez en Montevideo hace ya diez años. Esa primera edición incluía, a modo de postfacio, un pequeño ensayo mío -“Levrero y los pájaros”- aparecido antes en Chile y reproducido luego en otros lugares. De ahí que los editores españoles me hayan pedido que participe en la presentación del libro en Barcelona, que contará, como en Madrid y en Valencia, con la presencia de su autor, Pablo Silva Olazábal (Fray Bentos, Uruguay, 1964), buen narrador, crítico literario y periodista cultural.
La edición española de Conversaciones con Mario Levrero incorpora, como antes la argentina, algunos materiales nuevos: un excelente ensayo-entrevista de Álvaro Matus, y una sección de “Rarezas” que incluye unas pocas piezas interesantísimas, entre ellas dos breves entrevistas que pasan por ser las últimas que le hicieron al escritor, pocos meses antes de su muerte, en agosto de 2004. También dos poemas suyos portentosos y, junto a un viejo pero extraordinario artículo “Sobre los mecanismos de la creación”, publicado en 1973 en la revista Maldoror, la pregunta que, en el mismo número de la revista, planteó Levrero a Juan Carlos Onetti en una especie de entrevista colectiva que le hicieron varios escritores al autor de El pozo. Resisto la tentación de copiar la pregunta, demasiado extensa para esta columna, pero no la de contar el malestar que produjo a Onetti, quien -según refería Carlos Pellegrino, el encargado de pasarle el cuestionario- al leerla manifestó cierta crispación y arrugó el papel, formando una pelota con él mientras decía: “Esto no es pregunta, esto es crítica. Pero la voy a contestar, igual la voy a contestar”. Y en efecto lo hizo.
Conversaciones con Mario Levrero es una selección de la extensa correspondencia que Pablo Silva, alumno del taller virtual de Levrero (que éste coordinaba vía correo electrónico), mantuvo con el escritor durante cuatro años -de 2000 a 2004- en que lo asedió “con preguntas que buscaban conocer las claves de su concepción literaria y artística”. Se trata, pues, de un documento excepcional para introducirse en la particularísima poética del autor de La novela luminosa, uno de los más grandes libros publicados en español en lo que llevamos de siglo. En un pasaje de esta novela, refiriéndose a los alumnos de su taller virtual, dice Levrero: “Me asombra que este país no esté plagado de escritores. Muchos de mis alumnos escriben mucho mejor que yo, y sin embargo no mantienen una producción constante, no arman libros, no se interesan por publicar, no quieren ser escritores. Se conforman con intercambiar sus vivencias con los compañeros de taller, a través de la lectura de sus textos. Todos trabajan en otras cosas. Nadie quiere pasar hambre o miseria. Probablemente tengan razón”.
Desde la primera vez que lo leí, este pasaje me abrió los ojos sobre la relación no pragmática ni especulativa, y por lo mismo saludable, con que muchos se ejercitan en la escritura. Para este tipo de escritores sin proyecto de serlo, Levrero -como se deja ver meridianamente en estas Conversaciones- era el mentor perfecto, dado que su método consistía en hacer aflorar en cada alumno su voz más genuina. Su objetivo declarado era conseguir “que el alumno sea lo que es”.
“El alumno que viene por primera vez al taller, por lo general llega con la idea de escribir como se debe escribir. Todo el estilo personal está borrado, eliminado, y lo que recibís del alumno son penosos esfuerzos por meterse en un estilo convencional que él cree que es lo mejor, porque lo recibió de distintas fuentes en las que depositó su confianza... Todo esto hay que destruirlo... Lo único que importa en la literatura es el estilo. Una vez que se alcanzó eso se puede decir lo que quieras. Lo que pongas va a estar ajustado con lo que estás expresando. Puede ser desagradable, o nada edificante, pero ese sos vos, un ser único. El estilo personal es imposible de alcanzar con oficio, no hay oficio que lo pueda conseguir.”
Por ahí empezaba Levrero.