En 1979 el germanista Gerald Stieg y Elias Canetti conversaron largamente sobre las particulares relaciones de este último con Francia, país con el que mantuvo estrechos lazos. Allí vivieron -y murieron- su madre y su hermano menor. La fortuna de Canetti en Francia fue tardía. La aparición de la traducción francesa de Masa y poder, en 1966, pasó sin pena ni gloria. Eran los tiempos del estructuralismo, y el insólito ensayo de Canetti, desentendido del sistema convencional de referencias (ni Freud ni Marx aparecían citados en sus páginas), suscitó estupor e indiferencia antes que interés. Tampoco la edición francesa de Auto de fe, promovida en su día por Raymond Queneau, obtuvo el éxito esperable. En 1968 la novela se reeditó, pero los acontecimientos de ese año la eclipsaron por completo, como ocurrió a otros muchos libros. Cuando el Mayo francés tuvo lugar, Canetti se hallaba en París. Presenció, pues, los históricos sucesos de esas semanas. Gerald Stieg preguntó a Canetti por sus impresiones de aquellos días, subrayando el dato, para él asombroso, de que Canetti nunca se pronunciara al respecto. Así le respondió Canetti:
“Es completamente cierto que estaba en París y que quedé muy impresionado por los acontecimientos, que me ocuparon durante mucho tiempo. Siguen ocupándome hoy. Pero precisamente esa es la razón por la que no los menciono. Porque a mí no me corresponde pronunciarme, como un periodista o un político, sobre todos los acontecimientos, sino que procuro llevar los fenómenos dentro de mí hasta que tengo la sensación de que los comprendo. Antes de comprenderlos no podría decir nada al respecto, porque lo consideraría irresponsable. Quizá esto no sea habitual hoy en día”...
Sin duda que no lo es. Unos y otros se precipitan hoy a dar su opinión sobre lo que sea, sin apenas tiempo para asimilar los hechos, ni siquiera percibirlos adecuadamente. El periodismo ha impuesto al pensamiento la dictadura del presente, y el pensamiento ha depuesto, en consecuencia, el principio de responsabilidad que Canetti invoca para sí.
En su conversación con Stieg, Canetti recordaba la lentísima gestación de Masa y poder. Treinta y cinco años transcurrieron desde el primer pálpito del libro, en 1925, hasta su publicación, en 1960. Durante todos esos años, Canetti se resistió a hacer manifestación alguna sobre los asuntos de los que se ocupaba. “Sólo pude manifestarme cuando tuve claras las cosas que podía defender, que puedo defender aún hoy. Antes, entre los pensadores -y naturalmente yo también quería ser uno de ellos-, era habitual reflexionar mucho tiempo sobre las cosas antes de manifestarse acerca de ellas. No me parece mal que, junto a todos los demás métodos de aproximarse a las cosas, todos legítimos, siga habiendo aquí y allá gente que ensaye esa forma muy lenta y seria de hacerlo. La ventaja de esta forma de proceder es la exactitud, que reclama que las cosas se conserven durante un tiempo dentro de uno mismo sin que el siguiente acontecimiento las sustituya. Esto me parece importantísimo”.
Quizá cuando, a partir del año 2024, sean accesibles -y publicables- los diarios de Canetti, nos enteremos de cómo vivió los sucesos del Mayo francés y qué pensó sobre ellos. No se trató, desde luego, de un movimiento de masas fácilmente asimilable a los que Canetti caracterizó en su libro capital. En ciertos aspectos, se sustrajo de la mecánica característica de éstos, y sin duda el análisis del fenómeno desde este punto de vista -el de la fenomenología de las masas- arroja interesantes luces sobre el mismo.
Transcurridos cincuenta años, el aluvión de artículos y ensayos, de balances positivos y negativos, de encendidas apologías y cínicas devaluaciones, mueve a sospechar que el 68 francés no es un caso ni mucho menos cerrado. No son pocos los que, habiendo participado en su día en aquella revolución fallida, exponen hoy sus juicios sobre ella. Me pregunto cuántos lo hacen del modo que Canetti prefería, habiendo llevado el fenómeno dentro de sí, hasta tener la convicción de haberlo comprendido, con lentitud y seriedad.
La dictadura del presente se impone también a través de las obligatorias efemérides, de las que se sirve para persuadir a todos de su propia inevitabilidad.