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Mínima molestia

Contrariedad

22 junio, 2018 02:00

En Chile, Ediciones Universidad Diego Portales acaba de publicar una amplia antología de los diarios de Arthur Schnitzler seleccionada, traducida y presentada por Adan Kovacsics. Es un libro excelente, aunque quizás esté mal que yo lo diga, pues he estado al cuidado de su edición. Durante los trabajos correspondientes he cobrado una gran simpatía por la personalidad de Schnitzler, de quien hace mucho que soy lector aficionado. Sus diarios -más aún que su autobiografía de los años juveniles: Juventud en Viena, publicada tiempo atrás por Acantilado- están llenos de destellos, de chispas, también de sombras que documentan los talentos y las debilidades de un hombre complejo, inseguro respecto a sus logros, listísimo, increíblemente promiscuo y a la vez patológicamente celoso.

No quiero ni pensar en el horror y la cólera que, no sin motivos, pueden estos diarios inspirar en según qué feministas de última hora. Por otro lado, retomando aquí lo que apuntaba en mi anterior columna, tiene mucho interés la forma en que Schnitzler observa y analiza el proceso de su propio envejecimiento. ¡Ah, el viejo seductor menoscabado!

Terminados los trabajos con Schnitzler, me puse, sin solución de continuidad, a editar el primer tomo de la correspondencia completa de Kafka, que también ha traducido Adan Kovacsics, esta vez para Galaxia Gutenberg, que se propone publicarlo a finales de este mismo año. Y he aquí que, en una de las torturantes cartas que Kafka escribe a la siempre sufrida y estupefacta Felice Bauer (su novia y prometida durante varios años), me encuentro con una parrafada en la que, con motivo de haber acudido Felice a ver una representación de Profesor Bernhardi, drama de Arthur Schnitzler que se representaba en Berlín esos días (corría el año 1913), Kafka le suelta una brutal andanada en la que expresa el profundo disgusto y la repugnancia que le suscitan no sólo la obra de Schnizler (de la que dice que representa a su juicio “la mala literatura”, siendo que “sus grandes piezas y su gran prosa” están cargadas para él “de una masa, por así decirlo, temblequeante de la palabrería más repelente”), sino también su personalidad y aspecto externos (“sólo a la vista de su imagen, de ese aire suyo de falsa ensoñación, de esa blandenguería que yo no querría tocar ni con la punta de los dedos, puedo entender cómo pudo evolucionar de esta manera desde sus trabajos iniciales, en parte excelentes”).

Gombrowicz desdeñando a Camus, Canetti rabiando contra Iris Murdoch, Nabokov incomprendiendo a Cervantes… Mucho más cerca, ahí están Benet denigrando a Galdós, Gil de Biedma defenestrando a Juan Ramón Jiménez… ¿Será posible?

“Nunca será suficientemente hondo el abismo al que habría que empujarlo”, remata un implacable Kafka su severísimo dicterio contra el autor de La ronda y de El regreso de Casanova.

Comprenderán ustedes la contrariedad que me produjo leer estas palabras, con el afecto que le había cobrado yo a Schnitzler, y siendo quien las escribe el autor más admirado por mí de cuantos conozco (cuando menos, de todo el siglo XX).

Me repuse, sin embargo. Siempre he considerado saludable, de hecho -y así lo he expresado en otras ocasiones-, someter las propias devociones a la purga que suponen según qué juicios más o menos autorizados que las denigran o devalúan, haciéndolas estremecerse con tanta más violencia en cuanto quienes los pronuncian son autores por los que a su vez uno siente admiración y devoción (mi santoral es abigarrado y contradictorio como un panteón romano).

Gombrowicz desdeñando a Camus, Canetti rabiando contra Iris Murdoch, Nabokov incomprendiendo a Cervantes… La lista es interminable. Mucho más cerca, ahí están Benet denigrando a Galdós, Gil de Biedma defenestrando a Juan Ramón Jiménez, Ferlosio poniendo de vuelta y media las Coplas de Jorge Manrique (o a San Juan de la Cruz)… ¿Será posible? Uno no gana para sustos.

Pero qué tarea tan tonificante, después del primer aturdimiento, recomponer críticamente el viejo aprecio, quizás algo mermado, seguro que más matizado, pero en definitiva fortalecido (excepto cuando el ataque resulta letal, como ocurre en contadas ocasiones, para consternación y bochorno propios).

Con Gonzalo Torné, compañero en estas páginas, hemos planeado más de una vez armar un recorrido por la historia de la literatura compuesto únicamente de juicios adversos de grandes escritores sobre grandes escritores. Es una idea estupenda, ¿no les parece? Cuánto íbamos a aprender todos. Cualquier día nos ponemos.