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Mínima molestia

Imposibles

13 julio, 2018 02:00

Soy bastante aficionado a “Esto es lo último”, la sección que cierra esta revista. Confieso que me asomo a ella con cierto morbo, en cuanto pienso que es muy difícil salir bien parado de este tipo de entrevista preformateada, que reclama respuestas breves y contundentes, de estilo epigramático. El género pone a prueba la fatuidad del personaje en cuestión, que se manifiesta de manera más o menos grotesca, sonrojante o conmovedora. Sólo unos pocos mantienen el tipo, sin confundir el laconismo con la solemnidad, ni ceder a la tentación del dicterio, el lucimiento o la provocación.

Ya alguna vez he escarbado en dicha sección para segregar, de las respuestas que obtienen determinadas preguntas, algunas observaciones generales, para mí aleccionadoras. Hoy quiero hacerlo con una pregunta que, con ligeras variantes, suele formularse así: “¿Ha abandonado algún libro por imposible?”.

La mayor parte de los entrevistados responden que sí. Lo hacen con diferentes grados de jactancia o de culpa. Los jactanciosos, muy numerosos -y sin duda los más cargantes-, suelen añadir una apostilla en la que dejan bien sentada su soberanía como lectores y su independencia de juicio. Pero haber abandonado “muchísimas veces” las lecturas emprendidas supone cierta desorientación a la hora de escogerlas, fácilmente achacable a una decepcionante falta de olfato o de criterio. Yo prefiero a quienes reconocen con cierta desolación haber fracasado con más frecuencia de la deseable en el empeño, atribuyéndolo a un malentendido o, más humildemente aún, a las propias limitaciones.

En el extremo opuesto está el grupo, relativamente nutrido, de quienes se confiesan consecuentes con la decisión tomada y aseguran resistirse a abandonar la lectura emprendida, en no pocos casos persuadidos, como Guillermo Fesser (que en esto sigue, quizá sin saberlo, a Borges), que “hasta el peor de los libros puede sorprenderte con un capítulo, una descripción o una frase excepcional”.

"Esto es lo último" pone a prueba la fatuidad del personaje en cuestión. Sólo unos pocos mantienen el tipo sin confundir el laconismo con la solemnidad

Aunque nadie se lo exige, muchos se sienten impelidos a contestar añadiendo el título del libro o de los libros abandonados. Y aquí el caudal de las respuestas dadas hasta ahora arroja una estadística jugosa. Con notable diferencia, el libro más veces abandonado es el Ulises de Joyce. “Un clásico de los abandonos”, lo califica con humor Manolo García. No han podido con él un montón de gente, entre la que se cuentan lectores tan conspicuos como Fernando Sánchez Dragó, Rosa Montero y Almudena Grandes. La que pasa por ser una de las cimas indiscutibles de la literatura del siglo XX sigue siendo, ya ven, un hueso duro de roer. Como lo es también, a bastante distancia -siempre a la luz de las respuestas obtenidas en las entrevistas a las que me refiero-, A la búsqueda del tiempo perdido, de Proust, y, más comprensiblemente, El hombre sin atributos, de Musil. Por no hablar de Finnegans Wake, del mismo Joyce.

Más cerca en el tiempo, 2666 de Roberto Bolaño da lugar, al parecer, a abundantes deserciones. Y muy cerca de esa novela se sitúan las de Carrère o las de Franzen. Obviamente, la extensión es un factor decisivo a la hora de poner a prueba la perseverancia de los lectores. Entre los libros abandonados por unos y otros no faltan (y hay que ser vago o corto de aliento) Moby Dick, Los hermanos Karamazov o La montaña mágica. Pero hay incluso quien, como Juan Luis Arsuaga, reconoce no haber podido terminar... ¡El gran Gatsby!

Muy plausiblemente, algunos despistados declaran haber abandonado libros pertenecientes a la categoría de los best-sellers, como Cincuenta sombras de Grey o Los pilares de la tierra. J.J. Armas Marcelo, reacio a “la literatura fácil”, según advierte, asegura haber abandonado “todos los libros de Paulo Coelho”, para pasmo de quienes nos preguntamos qué necesidad tenía de haber comenzado a leerlos.

Y luego están las perlas escogidas, como “la guía de Venecia” (Ara Malikian), o Cigrons sota el cierre florit, o tot això qui ho paga?, de Pilar Rahola (Juan Marsé).

Es extraño: sólo Nacho Vegas menciona a Faulkner. Este fue, sin embargo, quien, preguntado en su día sobre qué sugeriría a quienes dicen no entender sus libros, “incluso después de haberlos leído dos o tres veces”, respondió soberbiamente: “Que los lean cuatro veces”.

Ya saben.