Hace unos quince años, entre finales de 2004 y comienzos de 2005, mantuve una breve correspondencia con Harold Bloom. Lamentablemente, tenía un carácter exclusivamente técnico, contractual. Por aquellos días estaba yo inmerso en los preparativos de las Obras completas de Nicanor Parra. Como he contado en otras ocasiones, fue Roberto Bolaño quien me animó a impulsar ese proyecto, que otros editores habían intentado sin éxito, dada la resistencia de Parra a ver su antipoesía “enjaulada” en un formato más bien solemne y consagratorio. Con la complicidad siempre generosa y aventurera de Hans Meinke, y por supuesto con la de Bolaño, logramos persuadir a Nicanor, no sin mucho empeño y perseverancia, de integrarse en la misma colección en que estaban apareciendo las obras completas de su admirado Kafka, y en la que se habían publicado ya las de Federico García Lorca y Pablo Neruda, dos poetas determinantes de sus rumbos.
Desde el principio, Bolaño estaba llamado a escribir la presentación a las obras completas de Parra. Su fallecimiento lo hizo imposible. Llegado el momento de escoger a una personalidad de relieve que lo sustituyera, consulté a Parra quién le gustaría que fuera. Su respuesta fue inmediata, y característica de la elevada conciencia que tenía del valor de su obra: Harold Bloom. Cuando me lo dijo, pensé que iba a ser difícil satisfacer este deseo. Tanto es así, que le pedí a Parra un nombre alternativo, en el caso de que Bloom fallara. Nicanor me dio entonces el nombre de Ricardo Piglia. Pero Bloom era la primera opción, y enseguida moví los hilos necesarios para ponerme en contacto con él y proponerle escribir al menos un texto breve que cumpliera la función de “pórtico” a una edición sobre cuya importancia y trascendencia yo mismo estaba cada vez más convencido.
Mi experiencia me dice que, por imposibles que parezcan, poco se pierde con intentar según qué cosas. Muchas celebridades que uno estima inaccesibles resultan serlo mucho menos de lo esperable. Tal fue el caso de Bloom, quien a mi propuesta sólo opuso un problema de plazos: necesitaba dos meses más de los que yo le daba para satisfacer mi petición.
A finales de febrero de 2005 recibimos de Bloom el texto solicitado. Un prefacio de apenas dos folios en el que, de un modo que me pareció de entrada bastante oficioso, cumplía con profesionalidad y solvencia su cometido.
Confieso que en su momento el texto me decepcionó. Prevaleció, eso sí, el contento de arropar con la tronante autoridad de Bloom la obra siempre esquiva e insolente –y por lo mismo con demasiada frecuencia malentendida– de Parra.
Bloom no estaba convencido de que, en calidad de crítico gnóstico, judío y norteamericano, entendiese del todo a Nicanor Parra. Pero lo que vislumbró en él lo confirma hoy como un lector impresionantemente agudo, experto y sagaz
Con motivo de la muerte de Harold Bloom, hace un par de semanas, se me ocurrió releer aquel prefacio y me asombró lo muy penetrante y certero que es. Cómo no me di cuenta en su día. Bloom no sólo demuestra haber leído realmente a Parra, sino además haberlo leído con admirable conocimiento y comprensión del horizonte en que emergió y de los alcances de su propuesta poética. Bloom observa cómo Parra hubo de abrirse camino en un escenario lleno de gigantes –Mistral, Huidobro, Rokha–, y señala cómo burló “afablemente” el proceso de la influencia que lo abocaba a convertirse en otro Neruda. Entiende de qué manera asimila Parra la herencia de Withman, pero “evita las grandiosas formas de éste en favor de armonías quebradas y de medidas que no rehúyen la tradición popular”. “¿Cómo no iba a venerar yo los mejores poemas de Parra?”, se pregunta Bloom. “Es un héroe de la ocultación; en sí mismo, un Mapa de Malas Lecturas. Ya se rebele contra la poesía chilena, contra Marx o Freud, conoce los límites de la ironía. Es a la vez un auténtico innovador y un monumento cómplice a la Ansiedad de la Influencia.”
Bloom no estaba convencido de que, en su calidad de “crítico literario gnóstico, judío y norteamericano”, entendiese del todo a Nicanor Parra. Pero lo que llegó a vislumbrar en él lo confirma hoy a mis ojos como un lector impresionantemente agudo, experto y sagaz, que con la autoridad de su bagaje abrumador saludó a Parra como “un poeta esencial de las Tierras del Crepúsculo”.