Héroes
Consagrado como tal por la comunidad, el héroe público, sin embargo, exonera a ésta tanto de sus miedos como de sus responsabilidades
30 marzo, 2020 09:00Escribo esto el miércoles 18 de marzo. Comienzo a hacerlo a las ocho de la tarde, mientras en la calle, como cada día desde hace ya varios, suenan los aplausos, vítores y silbatos que la población confinada dedica al personal sanitario que tanto está haciendo para asistir, en condiciones a veces lamentables, a los enfermos de coronavirus. La convocatoria para aplaudir era al principio a las diez de la noche, pero enseguida se adelantó a las ocho para que también pudieran participar los niños. Estaba en Madrid cuando esta ceremonia popular comenzó a celebrarse, creo que fue el sábado 14. Desde el domingo pasado, oigo los aplausos en Barcelona, donde —al menos en mi calle— los balcones se llenan de gente. Afortunadamente, se trata sólo de aplausos, como digo, sin lemas ni consignas. Todavía no está la cosa como en Italia, donde tengo entendido que se canta el himno nacional o “Volare”, ¿se imaginan? Eso sí, en el bloque frontero al de mi casa ya van dos días que unos jóvenes, después del aplauso, sacan al balcón un potente equipo musical que hacen sonar a todo volumen durante más de media hora, con música más bien pachanguera. Lejos de recibir las quejas de sus vecinos, consiguen que muchos de ellos, desde sus respectivos balcones, bailen y celebren la ocurrencia, protestando con gritos de “¡otra!, ¡otra!” cuando los improvisados DJ hacen amago de retirarse. Admito sufrir esta costumbre incipiente con una mezcla de asombro, resignación y pitorreo.
El “aplauso sanitario”, como muy pronto empezó a llamarse, concita, como es natural, todo tipo de adhesiones emocionadas y entusiastas, sobre las que nunca se me ocurriría ironizar. Pero la primera noche, cuando lo oí en Madrid, la persona que me acompañaba vino a comentar: “¿Cuántos de los que ahora aplauden votaron en su día a quienes vienen desmantelando la sanidad pública? Con políticos responsables no harían falta los héroes”.
El mismo comentario lo podría haber oído en Barcelona, donde, como es sabido, la Generalitat, que no se ha distinguido precisamente por su atención al personal sanitario, que apenas hace un año y medio estalló de indignación por los retrasos en sus pagas y el retroceso de sus derechos laborales.
Pero lo que me interesa ahora es ese reflejo instintivo, en los momentos de desolación y de peligro, de reconocer héroes y sentirse reconfortado por su existencia.
Surgen siempre, para consuelo de todos, incluso de aquellos que tienen en menos la condición humana. Son médicos o bomberos; profesionales que, en situaciones de riesgo, llevan su responsabilidad más allá de un límite razonable; a menudo simples ciudadanos, voluntarios o espontáneos.
El diccionario define al héroe, en su primera acepción, como “persona que realiza una acción muy abnegada en beneficio de una causa noble”. También lo define, en la tercera, como “personaje destacado que, en un poema o relato, actúa de una manera valerosa y arriesgada”.
Consagrado como tal por su comunidad, el héroe público, sin embargo, exonera a ésta tanto de sus miedos como de sus responsabilidades
Parece evidente que, más aún que de dioses, la humanidad siente la necesidad de héroes. Así viene siendo desde tiempos inmemoriales, sin que esa necesidad haya decrecido un ápice en esta era tecnológica, más bien lo contrario: se diría que la experiencia cada vez más virtual de la realidad, y la correspondiente erosión de los límites que la distinguen de la ficción, ha incrementado el anhelo de héroes, en tanto mayor medida en cuanto cunde el pesimismo ante las sombrías perspectivas del futuro. No en vano la cultura de masas se ha llenado por doquier de héroes, superhéroes y villanos que ofrecen un correlato simplificador de un mundo cada vez más incomprensible. Y luego están los héroes del momento, esos ciudadanos comunes que, llegada la ocasión, revelan el potencial heroico de cada uno (pues cada uno, en definitiva, se desempeña día a día como “héroe” de su propio relato).
Consagrado como tal por la comunidad, el héroe público, sin embargo, exonera a ésta tanto de sus miedos como de sus responsabilidades. La tienta a confiar en los comportamientos excepcionales, eximiéndola de la obligación de construir día a día, rutinariamente, sus propias defensas, su propio destino.
Sin dejar de rendirles tributo, convendría no olvidar que ellos, los héroes, sólo son, como mucho, el remedio, el siempre bendito remedio, pero no la solución.