“Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido [...]. En todas partes, el hombre elude el contacto con lo extraño. [...] Todas las distancias que los hombres han ido creando a su alrededor han surgido de este temor a ser tocado. Nos encerramos en casas a las que a nadie le está permitido entrar, y solo dentro de ellas nos sentimos medianamente seguros [...] Esta aversión al contacto no nos abandona cuando nos mezclamos con la gente. La manera de movernos en la calle, entre muchas personas, en restaurantes, en trenes y autobuses, está dictada por este miedo [...] todo este nudo de reacciones psíquicas en torno al ser tocado por algo extraño demuestra, en su inestabilidad e irritabilidad extremas, que se trata de algo muy profundo, insidioso y siempre vigilante, de algo que ya nunca abandona al hombre una vez que ha establecido los límites de su propia persona [...]. Solamente inmerso en la masa puede el hombre liberarse de este temor a ser tocado. Es la única situación en la que este temor se convierte en su contrario. Para ello es necesaria la masa densa, en la que cada cuerpo se estrecha contra otro, densa también en su constitución psíquica, pues dentro de ella no se presta atención a quién es el que se 'estrecha' contra uno. En cuanto nos abandonamos a la masa, dejamos de temer su contacto. Llegados a esta situación ideal, todos somos iguales. Ninguna diferencia cuenta, ni siquiera la del sexo. Quienquiera que sea el que se estreche contra uno, es idéntico a uno mismo. Lo sentimos como nos sentimos a nosotros mismos. Y, de pronto, todo acontece como dentro de un solo cuerpo. Quizá sea esta una de las razones por las que la masa procura apretarse tan densamente: quiere liberarse al máximo del temor que tienen los individuos a ser tocados. Cuanto más intensamente se estrechen entre sí, más seguros estarán los hombres de no temerse unos a otros.”
Nada halagüeño parece haberse derivado de los fenómenos de masa, una categoría que a todos despierta una razonable aprensión y suspicacia y que el mismo Canetti, entre otros, ligó al surgimiento de los totalitarismos
Estas palabras pertenecen el arranque mismo de Masa y poder (1960), el inaudito e inagotable tratado al que Elias Canetti se refirió siempre como “la obra de mi vida”, pues le dedicó casi treinta años de trabajo. Sirviéndose de toda suerte de fuentes antropológicas e históricas, Canetti sondea en ese libro, remontándose a la prehistoria, con una profundidad y un alcance de miras del todo inusuales, el comportamiento de las masas humanas y de los poderes que tratan de sojuzgarlas y controlarlas. “Ahora me digo que he conseguido agarrar a este siglo porel cuello”, anotó el mismo día que mandó el manuscri-to a la editorial.
La formación de las multitudes urbanas a consecuencia de la industrialización fue uno de los fenómenos determinados del mundo contemporáneo, objeto de toda clase de análisis y abordajes, no sólo por parte de estudiosos como Engels, Freud, Le Goff, Ortega o Benjamin, también por parte de los escritores que acertaron a codificar la naciente modernidad, Baudelaire el primero de todos, con la vista puesta en “El hombre de la multitud” de Poe.
Quizá por primera vez en la historia de la humanidad, el individuo ha perdido, confiemos que episódicamente, la única vía que, según Canetti, se le brinda no sólo para liberarse del miedo a ser tocado, también para –por decirlo así– obtener un tipo de experiencia transpersonal, incluso transgenérica, en que revive su condición y su conciencia de especie.
Nada halagüeño parece haberse derivado de los fenómenos de masa, una categoría que a todos despierta una razonable aprensión y suspicacia, y que el mismo Canetti, entre otros, ligó al surgimiento de los totalitarismos. Ahora bien, ¿quién no se ha abandonado a ella, a menudo gratamente, ya sea en una manifestación, en un mitin, en un concierto, en un alboroto? ¿Y qué tipo de incalculables consecuencias podrían derivarse de la prolongación de un estado de cosas en el que la tendencia instintiva a la masa, tanto mayor en condiciones de intensa aglomeración como la de las actuales megápolis, permaneciera a la vez latente y reprimida?
Entre los enigmas más apremiantes que plantea el inminente futuro no cabe descartar el que abre esta pregunta, y el tipo de trascendental mutación que acaso anticipa.