Entre los centenares de firmantes de la “Carta abierta de apoyo de escritores, traductores, editores y periodistas a Editorial Pre-textos”, con motivo del muy sonado “caso Glück”, hay un buen número de conocidos y amigos a los que, cuando escribo esto, tengo aún pendiente preguntar si de verdad piensan que, por feo que esté, lo ocurrido se sale un ápice de lo que desde hace al menos dos o tres décadas viene siendo una conducta corriente en el ámbito de la edición; y sobre todo si piensan, de verdad piensan que “conspira contra la lealtad y condena a la literatura a ser un producto más del mercado, relativizando los valores humanos de los que se supone debería ser portadora”.
Va siendo hora, me temo, de que algunos relean Las ilusiones perdidas de Balzac, o La nueva Grub Street de Gissing.
No pretendo dármelas de resabiado ni estar de vuelta de nada. Hace apenas un año tuve sentado a mi izquierda, a metro y medio de distancia, al “archivillano” Andrew Wylie declarando obedientemente contra mí en el juicio a que dio lugar la demanda con que uno de sus clientes, la viuda de Bolaño, pretendió penalizar y suprimir algunos artículos míos. Pueden imaginarse, pues, la simpatía que siento por quien detenta en la actualidad una prepotencia que, nos guste o no, deriva en buena medida de un orden editorial en el que la palabra lealtad debe emplearse con tantas salvedades que su uso es poco menos que decorativo, y en el que sí, por supuesto, la literatura es un producto más del mercado, qué nos pensábamos, y sólo en contadas ocasiones es portadora de más valores humanos que los atribuibles a una buena prenda de vestir o a un champú que, además de brillo, proporciona vitalidad y soltura a tu cabello.
¿A qué fantasías caballerescas obedece el hecho de que en el mundo editorial la palabra lealtad sólo funcione en una sola dirección: la de los autores con respecto a los editores? ¿Se sabe de alguna carta abierta en que se afee a un editor el cesar de publicar a un autor del que lleva varios libros editados?
¿A qué fantasías caballerescas obedece el hecho de que en el mundo editorial la palabra lealtad sólo funcione en una dirección: la de los autores respecto a los editores?
Por hablar ahora de los autores, y no, por ejemplo, de los traductores. Los siete libros de Louise Glück publicados por Pre-Textos suman siete traductores diferentes. Por supuesto que esto tendrá una explicación, como las muy comunes irregularidades en los cumplimientos de las fechas de los contratos, como los siempre comprensibles retrasos en los envíos pactados. Todo la tiene. También que Glück, cándidamente, aspire a cobrar algo más que los pocos cientos de dólares (nunca más de tres dígitos) que recibiría por cada uno de sus libros. O que los grandes grupos editoriales españoles, sabedores de que el botín no vale el gasto (¿cuánto iban a vender en el mejor de los casos?), desdeñen adquirir los derechos de Glück arguyendo, al parecer, motivos éticos y de “respeto al trabajo previo de un editor”.
Pienso que el mundo editorial mejoraría si se desprendiera de la capa idealizadora con que encubre y perpetúa sus miserias. Uno se siente tentado de hablar de hipocresía, pero no se trata de eso exactamente. Tiene que ver más con lo que, en determinados contextos, se entiende por “ignorancia intencionada” o “ceguera intencional”. Algo con lo que todos convivimos y que a muchos les ayuda no sólo a sobrevivir e incluso a prosperar, sino a poder mirarse en el espejo y encontrarse, encima, guapos. A otros les ayuda simplemente a tolerar o padecer situaciones de explotación que de otro modo los abochornarían.
Por desagradables que sean las maneras empleadas por la agencia de Wylie, no cabe pensar que sus exigencias –incluida la destrucción de ejemplares– no estén amparadas por un marco contractual afortunadamente compartido por todo el mundo editorial para, entre otras cosas, proteger al autor, que suele ser la parte más débil del eventual acuerdo.
Por grandes que sean el respeto y la adhesión que no puede menos que concitar un sello como Pre-Textos, conviene no olvidar que no es una fundación sino una empresa confines de lucro que comercializa libros dentro de un mercado que se mide por índices y dinámicas que para nada, entérense, tienen en cuenta los “valores humanos”.