Leí días atrás, por recomendación de Rodrigo Fresán –que lo ha prologado–, El club, de Leonard Michaels (Malas Tierras, 2020). El título original de la novela es algo más orientativo: The Mens’s Club, el club de hombres. Da al menos una pista de las razones por las que, ya cuando se publicó, en 1981, el libro suscitó las reacciones airadas de no pocas mujeres, que lo tacharon de misógino. Tanto más atrevida parece, cuarenta años después, y dados los tiempos que corren, la decisión de Malas Tierras de publicar esta novela, relato ficticio de una reunión de siete hombres (siete machos blancos, heterosexuales, acomodados, todos más o menos en la edad mediana, todos más o menos en celo) que pasan juntos una noche dedicándose a intercambiar los relatos de sus aventuras y desdichas con mujeres. Un auténtico festival de testosterona, sí, que a momentos huele intensamente a Philip Roth, pero también a Bellow y a Cheever. En cualquier caso, a los grandes cronistas del crepúsculo de la masculinidad. ¿Literatura de vestuario? En cierto modo sí, como lo ha venido siendo, en las últimas décadas, buena parte de la narrativa occidental, tanto por lo que toca a los hombres como a las mujeres. Literatura de primera, en cualquier caso, que explica el discreto pero sólido prestigio de que goza Michaels (1933-2003), un escritor de culto que por tercera vez se publica en España sin que de momento haya recibido la atención de la que sin duda es merecedor (antes de El club, Lumen publicó, en 2007, sus cuentos, y Libros del Asteroide, en 2017, Silvia, su segunda novela).
El club –objeto en 1986 de una al parecer fallida adaptación cinematográfica– tiene mucho de pieza teatral magníficamente orquestada que, lejos de constituir una ceremonia denigratoria de las mujeres (como ha sido entendida por tantas de ellas), viene a representar más bien un rito de camaradería. Como escribe con acierto Fresán en su iluminador prólogo: “una confesión no en busca de perdón sino de una cierta piedad y comprensión”. Una confesión hecha en unos términos sorprendentemente complejos y matizados, con una insólita mezcla de humor, de cinismo, de amargura, de ternura y de tristeza. Un acorde del que puede servir de muestra lo que se dice uno de los personajes cuando su mujer por fin regresa de una larga ausencia: “Cuando está cerca, no tengo que tratar de sobrevivir”.
'El club' tiene mucho de pieza teatral magníficamente orquestada que, lejos de constituir una ceremonia denigratoria de las mujeres, viene a representar más bien un rito de camaradería
El mismo Fresán, cuando le dije lo mucho que me había interesado el libro, escrito con un estilo particularísimo, lleno de destellos sorprendentes, me copió un extenso fragmento de una entrevista a Michaels que, perdida durante mucho tiempo, vio la luz en 2007, y donde se lee: “En lo que respecta al aspecto autobiográfico o real del asunto, por algo así como un año fui miembro de un grupo de hombres vagamente parecido al que se describe en la novela. […] Nos juntamos a contarnos historias, ninguna de las cuales aparece en el libro. Lo que sí reproduje es esa sensación de una creciente intimidad, de cómo fuimos desarrollando una especie de intensa unidad que no se parecía a ninguna experiencia conocida por mí hasta entonces en lo que hacía a mi relación con otros hombres […] Para mi gran sorpresa,
ese ambiente me resultó muy interesante, conmovedor incluso. […] Con El club, mi único interés era el de describir cómo son en verdad las cosas entre algunos hombres. Eso era todo”.
La edición de Malas Tierras incluye el prólogo que Michaels añadió a la novela con motivo de su reedición en 1993. Es un extraordinario texto metaficcional, en el que uno de los personajes increpa pirandellianamente al propio autor, consternado por la imagen que da de él. “Es una especie de asesinato. Recuerdo que una vez vi a una mujer gritando calle abajo después de que le robaran el bolso. Lo mismo sentí cuando leí la novela.”
Michaels abunda aquí en un tema importante, recurrente en su obra: el problema moral que supone todo “encuadre” narrativo. Como dice el personaje afectado por la “indiscreción” de Michaels: “Lo malo, lo realmente imperdonable, no es que Michaels contara demasiado, sino que nadie podrá contar lo suficiente”.
Pero, entonces, ¿dónde y cuándo terminar?