¿Una edición de vanguardia?
Baudelaire pasó de las grandes editoriales y apostó por una pequeña y comprometida. ¿Qué peso y función tienen hoy este tipo de sellos?
5 julio, 2021 09:41El centenario de Baudelaire invita a recordar, cómo no, la figura de Auguste Poulet-Malassis, el editor de Las flores del mal, condenado por la publicación del libro con más severidad aún que el propio Baudelaire. La relación de éste con Poulet-Malassis constituye uno de los episodios más conmovedores y a la vez desoladores de su deprimente biografía. Atrapado en la maraña de deudas en que pasó su vida envuelto, Baudelaire le jugó a su editor y amigo toda suerte de malas pasadas que contribuyeron a su quiebra y a su exilio en Bélgica, donde ambos se reencontraron.
En Las reglas del arte (Anagrama, 1995), el fundamental libro en el que explora la génesis y estructura del campo literario tal y como se configuró a lo largo del siglo XIX, Pierre Bourdieu estudia “las distintas acciones que Baudelaire llevó a cabo, tanto en su vida como en su obra, con el objetivo de firmar la independencia del artista”. Y a este propósito observa cómo, “en una época en la que el auge de la literatura ‘comercial’ hacía la fortuna de unas pocas editoriales grandes –Hachette, Lévy o Larousse–, Baudelaire prefirió asociarse, para Las flores del mal, con un editor pequeño, Poulet-Malassis, que frecuentaba los cafés de vanguardia”.
“Rechazando las condiciones económicas más beneficiosas y la difusión incomparablemente más amplia que le ofrecía Michel Lévy –sigue escribiendo Bourdieu–, precisamente porque temía para su libro una difusión excesivamente amplia, Baudelaire se compromete con un editor menor pero a su vez comprometido con la lucha en favor de la poesía joven y plenamente identificado con los intereses de sus autores”.
Bourdieu contrasta la actitud de Baudelaire con la de Flaubert, quien, sin complicarse la vida, publicaba con Lévy. Y añade: “Obedeciendo una de esas corazonadas profundamente deseadas e incoercibles a la vez, razonables sin ser razonadas, que son las ‘elecciones’ del habitus (“en su editorial me editarán con honestidad y elegancia”), Baudelaire instituye por primera vez la ruptura entre edición comercial y edición de vanguardia, contribuyendo así a que surja un campo de los editores homólogo al de los escritores y, al mismo tiempo, la relación estructural entre el editor y el escritor de combate”.
La proliferación de pequeños sellos permite hablar, si no de una “edición de vanguardia”, sí de una edición cada vez más alternativa
Tiene interés proyectar esta consideración sobre el panorama que dibuja el campo editorial más de siglo y medio después. Nadie que haya leído Las ilusiones perdidas de Balzac o cualquier otra novela del siglo XIX en que se retrata de algún modo el mundillo literario de entonces, deja de sorprenderse de la semejanza de sus rasgos con los del presente. Sólo atravesando la superficie de las apariencias se perciben las profundas transformaciones que entretanto han tenido lugar. Transformaciones de tal orden que vuelven equívoca, cuando no peligrosa, cualquier comparación.
¿Cabe hablar en la actualidad de una “edición de vanguardia”? La incesante proliferación de pequeños sellos presuntamente “independientes” ¿acoge, entre su número creciente, editoriales a las que cumpla de algún modo ese calificativo, “de vanguardia”, cuando apenas sobreviven restos fósiles de cuanto entendemos por tal cosa? La cada vez más radical polarización del mundo editorial en grandes y pequeñas estructuras que se reparten de manera cada vez más asimétrica el mercado de los libros, ¿permite sugerir siquiera algún tipo de ruptura, por parte de las pequeñas editoriales, con “la edición comercial”?
Repito que nos hallamos en un territorio minado de malentendidos, dados los deslizamientos producidos. Al hablar de Baudelaire, Bourdieu se está remitiendo a la edición de poesía, que si siempre ha sido poco menos que marginal ahora es casi residual. Por su parte, Poulet-Malassis editaba con abnegación a los poetas más avanzados de su tiempo, pero a la vez hacía fortuna imprimiendo textos satíricos y licenciosos.
Por mi parte, pienso que, gracias precisamente a la proliferación de pequeños sellos, el campo editorial viene ofreciendo indicios, al menos, de cierta ruptura con el modelo hegemónico que permite hablar, si no propiamente de una “edición de vanguardia”, sí de una edición cada vez más alternativa, que hace virtud de la escala reducida de su negocio y que trabaja con el dinamismo y la versatilidad que antes eran propios de las viejas revistas culturales, cuyo espíritu y estilo de radiación esos sellos han absorbido en buena medida.